La travesía de Mauro 

La historia de un padre que lucha en los juzgados por la custodia compartida de su hijo. «Mi expareja inició un proceso para intentar destruirme», denuncia

Mauro y su hijo viajan a Laponia este 24 de diciembre para conocer a Santa Claus Fotomontaje de A. Pérez Herrera

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Mauro no para de mover su café con leche con una cucharilla de acero inoxidable para diluir el azúcar. « En España, la justicia tiene género en los casos de la custodia compartida: es femenino . El sector masculino, por ser hombres, está estigmatizado». Su afirmación retumba a repulsa. Es un padre separado que solo reclama la custodia compartida de su hijo, tarea en la que está inmerso ahora, tras la quiebra de su matrimonio hace dos años. «Pero tienes que ganarte el derecho, porque siempre prevalece lo que dice la madre», asegura. « Tengo la suerte de que soy una persona calmada, pacífica, que no suelta una palabra de más —se describe— . Pero, a la mínima que hubiese cambiado mi comportamiento, sé que habría pasado por un calabozo».

Se siente constreñido cuando pisa un juzgado. Ya ha tenido que ir tres veces, al igual que su exesposa, para la elaboración de un informe psicosocial (el niño, en dos ocasiones). En total, Mauro se pasó siete horas explicando los motivos de la separación y el proceso desde que decidió irse de casa (tiene grabada la fecha en la memoria, aunque prefiere no desvelarla) hasta el día de hoy. «Cuando nos casamos, le dije que quería formar una familia, pero a ella el niño le daba grima cuando nació; no quería ni bañarlo ni darle el pecho para que, según me decía, yo le diera biberones, lo que, con el paso de los años, me unió mucho a mi hijo. Con el tiempo, la relación comenzó a no funcionar, según mi punto de vista. Es cierto que convives, te amoldas, pero yo no era feliz. Sabía que me iba a separar, pero no sabía ni cómo ni cuándo. Apareció una tercera persona, que me abrió los ojos para dar el paso».

A partir de ahí, cuenta que su exmujer no le permitió ver al niño durante meses. Comenzó, entonces, la travesía de Mauro (nombre ficticio) por el desierto de la ignominia. «Ella estaba despechada totalmente —asevera—. Durante un tiempo, ni quería dejarme ver a mi hijo ni negociar un convenio para regularizar la situación. En España, si una mujer se niega, no pasa nada. La Policía te dice que, si no hay papeles, una sentencia judicial, no puede hacer nada». «Ella es una persona que siempre busca el conflicto —afirma Mauro sin alzar la voz—; cualquier cosa que yo haga siempre estará mal a sus ojos. A eso le unimos que es irrespetuosa conmigo y con todas las personas que me rodean». « Yo sufro un maltrato psicológico por parte de mi exmujer y esto es más difícil de demostrar », espeta un hombre que tiene dos amigos que han vivido situaciones parecidas a la suya, «o peores».

«Drogadicto» y «borracho»

Mauro, que prefiere no difundir su profesión, tiene la enorme suerte de ganarse la vida con lo que le apasiona. Pero en su trabajo también tuvo que dar explicaciones, al igual que a muchos de sus amigos, cuando su expareja envió unos mensajes en los que le vilipendiaba con términos como «drogadicto» y «borracho». Se lo decía a un hombre dedicado al deporte, y del que también iba contando aberraciones: «!Llegó a decir que yo le enseñaba vídeos pornográficos a mi hijo!». «Ella inició un proceso para intentar destruirme, con insultos constantes tanto por escrito como por el teléfono, a cualquier hora del día y de la noche —detalla—. Pero mi abogado siempre me ha dicho que aguante; que estamos en pleno proceso para conseguir la custodia compartida » de su hijo, que se asoma ya a la adolescencia.

Una de esas frases hirientes Mauro la tiene grabada en su teléfono móvil, y también en su cerebro: «La cortesía es el disfraz de los hijos de puta». «Es muy duro lo que he pasado, pero al final somos adultos y gestionamos mejor y disponemos de más herramientas para superar que alguien te esté atosigando». Tuvo que soportar que su expareja le devolviera ropa hecha jirones y hasta que le rayara su coche, según el testimonio de un amigo de Mauro. O que le llamara la Policía para preguntar si era cierto lo que les había dicho su exesposa: «Que había raptado a mi hijo, algo que él escuchó por el manos libres del coche. En realidad, nos retrasamos 45 minutos en llevar al niño con su madre, a la que ya había avisado de que íbamos a llegar un poco más tarde de la hora convenida porque estábamos cenando con unos primos».

Llegaron las medidas provisionales: fines de semanas alternos y una tarde entre semana para ver a su hijo, Nicolás (nombre también fingido). Mauro aprovechó para hacerle ver al pequeño que era «totalmente mentira» lo que su madre le había contado sobre su padre: «Nunca lo abandoné, sino que le quiero con locura». Y ha llorado por él; por ejemplo, cuando una psicóloga le dijo que el niño se sentía como un nenuco, un muñeco en manos de un adulto. «Los niños no tienen armas ni herramientas para gestionar todo esto —subraya Mauro—. No quiero ni pensar qué le pasa a mi hijo por su cabeza cuando escucha de boca de su madre toda clase de insultos y mentiras sobre su padre . Es denigrante utilizar a los hijos para hacer daño al otro, ya sea hombre o mujer».

En este tiempo, Nicolás ha viajado con su madre y Mauro no ha puesto ningún impedimento. «Al contrario —recalca—, me encanta que viaje con su madre; lo que no entiendo es por qué ella se opone a que viaje conmigo». Un viaje, precisamente, es el último palo en la rueda de esta relación resquebrajada: una excursión de 4.500 kilómetros para conocer a Papá Noel estas Navidades. Un gran premio que Nicolás descubrió después de superar un juego de pistas para encontrar el nombre del destino tan idealizado por los niños: Laponia. «Pero la madre se negó a dar al niño su documentación y el niño sabe que, sin esa documentación, no puede viajar», explica el padre. Para justificar su decisión inamovible, la madre echaba en cara a Mauro el impago de unos recibos por un importe cercano a los 500 euros. ««Aunque está por escrito en la sentencia de las medidas provisionales, me he encabezonado en no pagarlo porque estoy harto del trato que sufro», se defiende.

«Sé que es una gilipollez»

Como su expareja no daba su brazo a torcer, Mauro no tuvo más remedio que llevar este asunto ante un juez, que estableció una fecha para que la madre entregara la documentación del niño al padre. Y entonces Mauro volvió a sentir una mirada inculpatoria clavada sobre él mientras el magistrado reprendía al padre y a la madre por llevar esa disputa ante la justicia. «El juez me miraba solo a mí, pero yo no era el culpable de esa situación. Sé que es una gilipollez ir con ese asunto a un juzgado —reconoce—, pero no tengo otra arma si quiero viajar libremente con mi hijo».

Dos días antes de la fecha señalada por el juez, la madre entregó al padre la documentación de su hijo (dni, pasaporte y su tarjeta sanitaria europea). Con una condición: Mauro tuvo que firmar a su exesposa un documento en el que se comprometía a devolverle esa documentación junto con su hijo al finalizar el periodo de vacaciones de Navidad correspondiente al padre.

Mauro no necesitó activar su plan b para conseguir la documentación, si la madre no cumplía el mandato judicial. Este 24 de diciembre volará con su hijo hasta Laponia para que disfrute con Santa Claus y sus re nos . Será un respiro en la travesía de Mauro por conseguir la custodia compartida de Nicolás.

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