Una segunda vida para los cultivos olvidados en Castilla-La Mancha
La algarroba, la veza, el yero o el titarro son especies vegetales que se conservan gracias al trabajo de los investigadores y profesionales del Banco de Germoplasma de Cuenca del centro del Albaladejito
Si uno oye la palabra algarroba, lo primero que se le viene a la cabeza es el nombre del Algarrobo, compañero de andanzas del famoso bandolero andaluz Curro Jiménez, cuyo nombre se debe a un municipio de Málaga, provincia de donde eran ambos. Pero lo que muy pocos saben ya es que la algarroba fue el cultivo más utilizado para pienso de animales hace cinco o seis décadas y que ahora, sin embargo, no es conocida ni siquiera por los agricultores e investigadores, que creen que es una especie de árbol llamado algarrobo también.
La algarroba es una especie de leguminosa que ha desaparecido de nuestros campos, al igual que otras muchas, como el alberjón, la alholva, el titarro, la veza o el yero, pero que siguen conservándose gracias a los guardianes de sus esencias en forma de semillas. Unos profesionales, investigadores de estas especies, que las custodian desde hace más de 30 años en el Banco de Germoplasma Vegetal de Cuenca dentro del Centro Agrario Albaladejito -dependiente de la Consejería de Agricultura, Agua y Desarrollo Rural de Castilla-La Mancha-, donde se guardan 1.227 tipos diferentes de leguminosas.
Uno de esos custodios es el investigador y coordinador del centro, Marcelino de los Mozos , que lleva muchos años estudiando estas especies de leguminosas que «han desaparecido de nuestros campos no tanto por razones naturales, sino más por cuestiones de rentabilidad económica o de otra índole», señala a ABC. «Eso no significa -apunta- que vayan a desaparecer, pero sí que se pierda su variabilidad. Como se cultivaban en tantos sitios de la geografía española, probablemente hay una adaptación genética en cada uno de los territorios».
Aun así, en este centro sí que intentan que este tipo de cultivos se promocionen y tengan una segunda vida, algo que hacen mediante cursos a agricultores e investigadores o incluso con jornadas anuales organizadas para el público general con el nombre de «jardín genético». Tal es el caso de las almortas, que ahora se han vuelto a autorizar su venta para consumo humano y que se utilizan para hacer la harina con la que se cocinan las gachas, uno de los platos estrellas de la gastronomía castellanomanchega. «Al igual que los titarros, son especies que se adaptan muy bien a los climas más extremos, tanto al frío como al calor. Toda una joya de la agricultura castellanomanchega», afirma el coordinador del Albaladejito.
Además, según cuenta el investigador, «las condiciones de la Política Agraria Común (PAC) han cambiado y sí contempla estas especies a la hora de dar subvenciones, no como antes». De este modo, ahora la Unión Europea no favorece unas especies sobre otras y aboga por el «greening» o «pago verde», es decir, que se cultiven diversas plantas, sin importar que sean lentejas o algarrobas. Se trata de un nuevo modelo de agricultura que ha beneficiado a esas especies vegetales minoritarias, que dejaron de ser interesantes hace décadas y ahora se están recuperando.
Lo que sí que llama la atención, según cuenta Marcelino de los Mozos, es que otro cultivo ahora muy preciado como el azafrán, especia de la que hay una colección nacional única en el centro del Albaladejito, sí que estuvo a punto de extinguirse. Las razones que da el coordinador del centro van desde que «requiere de mucha mano de obra» a que «no se ha tecnificado prácticamente nada, en competencia con otros países que producen más barato». Así, pasó de cultivarse en grandes extensiones, pues hace 100 años había 14.000 o 15.000 hectáreas de superficie, a ser un cultivo menor, con menos de 100 hectáreas hacia 1995. «Eso provocó una pérdida de variabilidad genética de esta especie», explica.
Por lo que se refiere a la lenteja, leguminosa de la cual hay otra colección nacional única en el Banco de Germoplasma Vegetal del Albaladejito, «hay algo más de variabilidad, aunque también se autopoliniza, como el azafrán», indica de los Mozos. En este caso, hay algunos tipos que están bien definidos y que son muy comerciales, como son la pardina, la verdina o la castellana, variedades que se adaptan muy bien a cualquier territorio, a diferencia de otras especies vegetales, como son las plantas de huerta.
Iriaf: preservar la biodiversidad
El Albaladejito es uno de los ocho centros que gestiona el Instituto Regional de Investigación y Desarrollo Agroalimentario y Forestal de Castilla-La Mancha ( Iriaf ). Su director, Esteban García, dice que su objetivo es «la preservación de la biodiversidad». Ubicado a 7 kilómetros de la capital conquense, destaca que «es todo un referente por su colección de plantas aromáticas y medicinales», de las cuales también conserva una colección nacional única.
El director del Iriaf presume de que los profesionales que allí trabajan realizan una labor de asesoramiento a los agricultores y empresarios que se quieren lanzar a este sector. Pero además, destaca que Albaladejito es uno de los centros del Iriaf que más trabaja en temas de experimentación agraria de cultivos herbáceos. De hecho, recuerda que hace poco publicó el último informe que recoge todos los estudios relacionadas con estas especies en la temporada de invierno, con una explicación de los mejores periodos de siembra o los tipos de abono que las favorecen.
En Albaladejito se conservan alrededor de 3.500 entradas de diversas especies vegetales, tanto cultivadas como silvestres. Dentro de ellas, hay cuatro grandes colecciones que ya han sido citadas antes: las leguminosas, el azafrán y otros crocus, el ajo y plantas aromáticas y medicinales. Además, hay otras más pequeñas de cereales y hortícolas.
Todas esas especies dejaron de cultivarse, según explica el director del Iriaf, por diferentes razones: «En primer lugar, por la rentabilidad económica, puesto que muchas de ellas dejaron de ser rentables al tener una menor producción; su mayor afección a enfermedades o parásitos; o su peor adaptación a los cambios climáticos».
Fijándose en todos esos contras y condicionantes, Esteban García explica que el agricultor va seleccionando de año en año las especies que son más rentables y vendibles, así como las que más resisten y mejor se adaptan al terreno y al clima, desechando así las que no lo hacen, que en muchas ocasiones se han relacionado con las tradicionales.
Sin embargo, García asegura que «cada vez más existe una tendencia a la investigación y a la innovación agrícola, con una mayor financiación desde el ámbito público como privado». En este sentido, resalta la labor realizada, por ejemplo, por la Fundación Global Nature , una organización sin ánimo de lucro que tiene tres objetivos: la conservación de hábitats y especies, la sostenibilidad del sector agroalimentario y la sostenibilidad corporativa.
Asimismo, muchas de esas especies vegetales minoritarias, que son las que se conservan en el Banco de Germoplasma de Albaladejito, ahora se están recuperando para otros usos, como en la alta cocina con un «valor diferenciador». Así, según da a conocer el director del Iriaf, «existen grandes cocineros de la gastronomía española que están trabajando en este sentido, buscando especies o variedades antiguas o minoritarias como protagonistas o acompañamiento en sus platos». Investigación y buena comida: la combinación perfecta.
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