Antonio Illán Illán

¿Quién inventó el honor?

Éxito de la Compañía Nacional de Teatro Clásico con «El perro del hortelano» en Almagro

Joaquín Notario, en el papel Tristán, y Rafael Castejón Abc

El Festival Internacional de Teatro Clásico de Almagro, en su cuarenta aniversario, está teniendo una trayectoria excelente. Entre el 6 al 30 de julio se habrán producido 102 representaciones, 25 estrenos y 7 coproducciones, todo ello a cargo de 50 compañías de 13 países distintos. Almagro es durante este mes la capital española del teatro y, solo con este evento, es también la ciudad castellanomanchega que más visitantes recibe al cabo del año tras Toledo y Cuenca. La cultura atrae y cultiva un turismo especial, una masa de gente que se deleita a la vez que se ilustra y que también consume y crea riqueza. El teatro es uno de los más expresivos y útiles instrumentos para la educación de un país y el barómetro que marca su grandeza o su desmayo. El teatro es una escuela de llanto y de risa y una tribuna libre donde los personajes (metáfora de las personas) pueden poner en evidencia morales viejas o equivocadas y explicar con ejemplos vivos normas eternas del corazón y el sentimiento de la humanidad. Así es y así he vivido la representación de «El perro del hortelano».

La obra de Lope de Vega que nos presenta, con todos sus enredos, su divertimento, sus reflexiones y sus chanzas, es la historia de amor entre dos personas de estamentos sociales diferentes, la condesa de Belflor y su criado (su secretario, que parece algo más honroso que puro criado, por aquello de que se le reconoce un saber y una cultura). Claro que, para estas cosas en las que el honor está presente, hay (o había entonces) imposibilidades de saltar barreras sociales. Ahí está el sentido de la expresión que da título a la obra, el perro del hortelano, que ni come ni deja comer a otros. El argumento viene a decir que Diana no puede amar a Teodoro y, por eso, no lo deja amar o ser amado por cualquier otra persona (Marcela, una de su misma clase). Lope se inventa la impostura como solución. La verdad importa poco si las apariencias la salvan, aunque las apariencias no engañen. Esa, en esencia, es lección de la comedia clásica «El perro del hortelano». Pero en la obra, para mí una de las más completas del «Fénix de los ingenios», hay mucho más. Ni el amor lo es todo ni el honor es el eje que mueve las vidas, la riqueza de la obra, además de profundizar en el retrato de la educación sentimental de una época, ofreciendo muy diferentes tipos de relaciones entre parejas iguales y desiguales, nos presenta otras muchas emociones como la envidia, el odio, la ambición, el desengaño, el fingimiento, el deseo de ascenso social o la lealtad (tan bien representada por Tristán – Joaquín Notario -, que es, a su vez lacayo del criado, es decir, del secretario). Entre la tensión del amor y el honor también aparecen, como no puede ser de otra forma, los celos. En suma, es un ovillo del que salen muchos hilos creando una trama de pequeñas historias entretejidas que son como el espejo en el que se refleja la vida social.

Uno se puede divertir, como en una comedia de risa, o puede reflexionar a partir de la adaptación de las actitudes y emociones de los personajes ante los cambios de fortuna (es la actitud pendular del protagonista Teodoro) y cómo el interés está por encima de emociones y sentimientos. Que la obra finalice con una triple boda es ya casi lo de menos. El emparejamiento de Diana y Teodoro, Marcela y Fabio y Tristán con Dorotea es el típico y tópico final feliz de muchas comedias del género y un desenlace muy del gusto del público de los «corrales de comedias», un público al que había que satisfacer, como el propio Lope nos cuenta en su «Arte nuevo de hacer comedias».

El trabajo actoral, exquisito. Hay que destacar, como casi siempre en la CNTC, lo bien que dicen el verso, lo bien que se entiende y lo bien que trabajan en el ritmo sintáctico

La Compañía Nacional de Teatro Clásico, con la dirección de Helena Pimenta y la versión del texto de Álvaro Tato , ha realizado un gran trabajo escénico, rico en matices, creativo en ambientes y con una puesta en escena muy bien pensada. La contextualización de la acción en el fino, ilustrado y elegante Nápoles del siglo XVIII (aunque el protagonista, Teodoro más pareciera del XIX por el atuendo) no tergiversa la idea lopesca, sino, más bien, la acerca y la pule, logrando una estética pulcra, a la que ayudan mucho los figurines de Pedro Moreno y Rafa Garrigós y la escenografía de Ricardo Sánchez Cuerda .

El trabajo actoral, exquisito. Hay que destacar, como casi siempre en la CNTC, lo bien que dicen el verso, lo bien que se entiende y lo bien que trabajan en el ritmo sintáctico, para ofrecer, con sus pausas ese conjunto ordenado de palabras que tiene sentido completo. Me encanta el cómo lo dicen, pues es de gran ayuda para que el contenido no se pierda en la fronda de la forma. Y eso no responde a la intuición sino a una labor planificada. Los bien trazados personajes están muy bien delimitados por los actores y actrices, cada uno perfectamente perfilado. La obra da la sensación de ser coral, aunque es evidente que unos tienen más peso que otros. Marta Poveda, como Diana, está soberbia en el gesto y el movimiento que son el espejo del alma. Rafael Castejón , en el papel de Teodoro, está impecable en su tira y afloja de adaptación a las diferentes situaciones sentimentales. Ludovico, representado por Fernando Conde, supone un punto culminante con su presencia, tanto por el personaje como por la vida que le da el actor. Joaquín Notario borda un Tristán, que a veces es gracioso y a veces pícaro, y siempre muestra esa naturalidad interpretativa que se le reconoce, llena de fuerza, pasión y emociones, con sus rasgos duros que afirman, sin embargo, ternura. Todos los demás, Álvaro Juan, Óscar Zafra, Nuria Gallardo, Alba Enríquez, Natalia Huarte, Paco Rojas, Egoitz Sánchez, Pedro Almagro y Alberto Ferrero , desempeñaron una labor interpretativa extraordinaria y el alto nivel dando el tono adecuado y diferenciador a cada uno de sus papeles.

Un año más, la CNTC ha triunfado en Almagro. El éxito parece costumbre pero responde a un trabajo de continuidad exigente. ¡Que siga el teatro y que el Festival de Almagro continúe creciendo sobre la buena base que está dejando su directora Natalia Menéndez ! Quien venga a dirigirlo va a recibir una herencia artística y de gestión inmejorable.

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