REPORTAJE

¿Por qué no se habla de los suicidios?

Son «una lacra social» por la que cada año mueren en España más de 3.000 personas (167 en la región solo en 2015), pero la opinión pública no les presta atención

De madrugada se producen muchos suicidios, «aprovechando la soledad de la noche y que no te pillen» ANA PÉREZ HERRERA

MANUEL MORENO / JUAN ANTONIO PÉREZ

«Tenía que incorporarme un lunes a mi trabajo después de una baja laboral, pero el sábado antes decidí atiborrarme de pastillas porque veía que se acercaba el día de volver. Me sentía culpable de la situación que estaba viviendo, de que toda mi vida se hubiese basado en el trabajo, de haber perdido el tiempo. Mi vida era trabajo, trabajo y trabajo. De nueve de la mañana a once de la noche...»

Se llama Paco, tiene 50 años, soltero y sin hijos, y su relato es el de alguien que intentó suicidarse dos veces en 2015. De haberlo logrado, Paco habría sido una de las casi 4.000 personas que se quitan la vida cada año en España. La media es un fallecido cada dos horas y media, diez al día. Según el último dato del Instituto Nacional de Estadística , en 2015 hubo 3.602 suicidios (167 en Castilla-La Mancha). «Por los datos estadísticos, cada año se muere un pueblo entero», dice Paco para alertar de la magnitud del problema.

Actualmente, las muertes por suicidio en España son el doble que por accidente de tráfico y 60 veces más que por violencia de género. Los suicidios son la primera causa de muerte no natural y sin embargo, salvo que el protagonista sea una persona conocida, los medios de comunicación no suelen informar de ellos. ¿Por qué?

«Es un tema realmente delicado. Siempre da miedo que el hecho de hablar de ello provoque un efecto llamada », dice Carmen Martín Parra, directora del Instituto de Medicina Legal de Toledo y Ciudad Real. «Además, en los pueblos no es agradable hablar de suicidios, está incluso mal visto; al muerto no se le hacía ni misa (aunque esto desde 1983 no ocurre)», comenta Valeriano Muñoz Hernández, jefe de Patología Forense de este instituto. «Y la familia se puede sentir hasta culpable pensando que no ayudaron a la víctima», añade Martín Parra.

«Tenía que incorporarme un lunes a mi trabajo tras una baja, pero el sábado me atiborre a pastillas. Me sentía culpable», dice Paco, que se ha intentado suicidar dos veces

«Al suicidio le llamamos la epidemia silenciosa porque no se quiere informar de ellos, y cuando sale una noticia no se da de forma correcta», opina Elisa Muñiz, pediatra y presidenta del Teléfono de la Esperanza de Toledo.

A la vista de las desalentadoras cifras, cabe plantearse: ¿no será que la ocultación provoca, en realidad, que la sociedad siga sin tomar consciencia sobre este grave problema? Valeriano Muñoz afirma: «Si se hablara mucho de ello, no reduciríamos las cifras». Elisa Muñiz cree que los medios deben informar, pero solo del «hecho». Que no se diga ni el método empleado ni ninguna explicación adicional. «Dar datos de un suicidio no sirve de nada», añade. El superviviente Paco difiere, y tiene otra opinión: «Si se habla de manera correcta, sí se podría concienciar y actuar».

Tremendo sufrimiento

Como no se informa de esta «lacra social», miles de historias como la de Paco se quedan sin contar. En su caso, los dos intentos de suicidio vinieron porque «tuve una depresión cuando me enteré de que mi jefe quería despedirme». «Yo creía que formaba parte de la familia de la empresa, donde llevaba trabajando 35 años. Vivía una situación de angustia, de ansiedad, que creció cuando me dijeron en la inspección de Trabajo que tenía que incorporarme a mi empresa, donde el ambiente era terrible, tóxico», sigue relatando.

Una vez tomada la decisión de que lo mejor es quitarse de en medio, «el sufrimiento es tremendo. Es tal que uno se convierte en otra persona. Hay un cortocircuito que te hace ver las cosas de otra manera y no piensas que tus seres queridos te quieren. Me sentía una carga para mi familia, porque mis padres son ya mayores, y lo que no quieres es verlos sufrir, y ese sentimiento se mezcla con otros. Todo es muy complejo», recalca Paco.

El desconocimiento que hay en torno a los suicidios ha generado algunos mitos. «Se ha dicho que si es por la luna llena, que si por los vientos en zonas de costa… la verdad es que nosotros hicimos un estudio con todos los suicidios que hubo en el año 2014 y no llegamos a ningún dato concluyente», dice el jefe de Patología Forense del Instituto de Medicina Legal de Toledo y Ciudad Real.

Otra idea generalizada es la de que las personas que se quitan la vida, o lo intentan, están mal de la cabeza. Valeriano Muñoz lo matiza: «El trastorno mental es un factor muy importante, pero no todos los que se suicidan tienen un trastorno. Hay multitud de factores que influyen». ¿Cuáles son?

El principal indicador de riesgo es que el individuo, en algún momento de su vida, ya haya intentado quitársela. La soledad es otro de los factores, «y puede haber la misma soledad en la ciudad que en el campo», precisa Muñoz. Por eso hay muchos suicidios de madrugada, «aprovechando la soledad de la noche y que no te pillen. El que va en serio quiere asegurarse de que no le van a coger a tiempo», asegura Carmen Martín.

El trastorno mental es un factor muy importante a la hora de suicidarse, pero no todos están mal de la cabeza

Por épocas del año, el mayor número de suicidios ocurren en los meses de verano: en los dos últimos años (2015 y 2016), entre un 40 y 45% del total de casos en la provincia de Toledo se produjeron entre junio y septiembre, según los datos del instituto de Medicina Legal. Su jefe de Patología añade un tercer elemento: «La facilidad de acceso al mecanismo letal». Así, en las zonas de caza es más frecuente que se utilice el arma de fuego para quitarse la vida; en las zonas ferroviarias lo común es el atropello y en las zonas con altura, como Toledo, la precipitación. Los ahorcamientos, en cambio, están más generalizados y no se circunscriben a un territorio. De hecho, otra vez según los datos del Instituto de Medicina Legal, en los dos últimos años más de la mitad de los suicidios en la provincia de Toledo fueron por «ahorcadura».

En el servicio de Salud Mental de Castilla-La Mancha solo actúan con personas que han tenido ya una tentativa. Lo confirma Teresa Rodríguez Cano, coordinadora general del servicio, psiquiatra de profesión. «También se trabaja con las familias, porque también sufren impactos. Lo peor que le puede pasar a alguien es que un hijo se muera y, además, sea por suicidio », explica. Al final, la pregunta que se hacen los conocidos de una persona que se quita la vida es: ¿lo podríamos haber evitado?

¿Cómo se detecta que alguien se quiere suicidar? Teresa Rodríguez dice que hay «síntomas de alarma», como pueden ser «cambios de conducta, retraimiento, abandono de los hábitos (sobre todo en adolescentes)...».

En el Instituto de Medicina Legal de Toledo y Ciudad Real describen las cuatro «fases psicológicas por las que pasa el individuo» con ideaciones suicidas. Primera, la persona percibe que en la vida hay algo por lo que luchar, pero no puede conseguirlo. Segunda, sentimiento de desesperación porque entiende que no va a conseguir aquello por lo que lucha. Tercera, aparece la soledad, «la incapacidad de contactar con el otro y ser entendido». Y cuarta, el individuo llega a la conclusión de que no hay nada en la vida que merezca la pena.

Mayoría de hombres

De las 167 personas que se suicidaron en Castilla-La Mancha en 2015, 140 fueron hombres (el 84 por ciento) y 27 mujeres. Por tramos de edad, ningún menor de quince años se quitó la vida, hubo 35 (30 hombres y 5 mujeres) entre personas de 15 y 39 años; 69 (56 hombres y 13 mujeres) entre personas de 40 y 64 años, y 63 (54 hombres y 9 mujeres) entre los mayores de 65 años. ¿Por qué los hombres se provocan deliberadamente la muerte mucho más que las mujeres? «El suicida adopta esa conducta porque entiende que su problema no tiene solución y que la única salida posible es esa, y los hombres tenemos menos facilidad para salir de los problemas», explica Valeriano Muñoz.

Para la que no hay aclaración, o al menos no la tienen en el instituto de Medicina Legal, es para las epidemias. «Normalmente, cuando se produce un suicidio, hay varios seguidos sin necesidad de tener relación entre ellos. No sabemos el porqué de esas epidemias», admite el jefe de Patología Forense. Y la directora, Carmen Martín, cuenta que en febrero, en una sola semana, tuvo cuatro casos.

El superviviente Paco relata que tiene muchos familiares por parte paterna que han intentado suicidarse y que su abuela se quitó la vida. Por eso se ha cuestionado muchas veces si es algo hereditario. Los especialistas parecen descartarlo. «Se lo cuento a los médicos y me dicen que lo mío no es genético», asegura.

«Cambios de conducta, retraimiento, abandono de los hábitos», explican en el servicio de Salud Mental sobre los «síntomas de alarma»

Otra pregunta recurrente es si hay profesiones en las que es más frecuente el suicidio como, por ejemplo, la de guardia civil. Según un estudio de la asociación de este Cuerpo AUGC, entre los guardias civiles la tasa de suicidios es el doble que entre el resto de la población. Casi 500 agentes se han quitado la vida desde 1982. Dos de los últimos lo hicieron en la Comandancia de Toledo en menos de diez meses. La coordinadora general de Salud Mental dice al respecto: «La profesión en sí no es una causa, sino que hay factores asociados al riesgo de suicidio» y que «no se pueden hacer deducciones simplistas».

La presidenta del Teléfono de la Esperanza de Toledo no simplifica, pero afirma tajante que los suicidios son «una lacra social» y que las administraciones ni siquiera tienen un protocolo de actuación. «Esto es lo grave. No se está invirtiendo dinero, y no sé por qué», se queja Elisa Muñiz. El Teléfono de la Esperanza se convierte así en el único salvavidas para muchos. En Toledo son 30 los voluntarios formados tanto para atender la llamada de una persona en situación de crisis como para impartir cursos de autoayuda. Como nunca se sabe cuando puede haber una persona que necesite ayuda, el teléfono funciona las 24 horas del día, los 365 días del año.

En la esfera privada

Celeste Mata Rivera, jefe de Clínica del Instituto de Medicina Legal de Toledo y Ciudad Real, que además está especializada en violencia de género, explica el porqué del olvido de las administraciones hacia los suicidios: «El Estado va a dar visibilidad a cualquier cosa que le genere gasto, trabajo y una red de recursos. Desgraciadamente, con los suicidios no hay ninguna implicación. Muere una persona y se acaba el problema . Algo que no ocurre, por ejemplo, con la violencia de género, que genera muchos recursos y en la que está implicada mucha gente».

Su compañero Valeriano Muñoz lo explica de una forma fácil de entender: «En el caso de la violencia de género, la gente está muy sensibilizada, y se dice: ‘Si eres víctima, denuncia’. Pero no hay campañas diciendo: ‘Si ves a tu abuelo mal, a ver si se va a suicidar’». Celeste Mata añade: «¿Cómo explicamos que una persona que se quiere quitar la vida es algo que nos atañe a toda la sociedad? Los suicidios todavía se quedan en la esfera privada».

«Esto es lo grave. No se está invirtiendo dinero y no sé por qué», se quejan desde el Teléfono de la Esperanza

Después de intentar suicidarse, a Paco le cambió la vida. Sus excompañeros de trabajo le dejaron de hablar, «dejé de existir para ellos». «Ahora me queda un círculo de amigos muy reducido, pero deben cuidar sus comentarios porque los reproches no ayudan, me hunden más», desvela.

Paco está en manos de un psiquiatra, de un psicólogo y se alegra del trato que está recibiendo de la Seguridad Social, «tanto que se queja la gente». También sigue una terapia a través del Teléfono de la Esperanza de su provincia de residencia. Y está muy agradecido de haber conocido a Javier Jiménez, presidente de Aipis (Asociación de Investigación, Prevención e Intervención del Suicidio, «www.redaipis.org» ), que «me ayuda muchísimo».

A pesar de todo, aún sigue en el túnel. «Estoy en la mitad del pozo, estoy muy sensible a cualquier cosa, estoy en ese tramo que podemos decir: o me sacan del pozo o me hundo. El sentimiento de no querer vivir lo tengo ahora mismo, lo digo claramente; no le tengo miedo a la muerte. Si desaparezco, me da igual. No tengo aprecio a la vida...», pero poco después reconoce que también está intentando ayudar a otras personas que han pasado por lo mismo que él, además de «ilusionarme con la fotografía y crear un museo ferroviario en mi ciudad, ya que no tengo hijos...».

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