Entrevista

Mikel Ayestaran: «Con el tiempo, intentas meterte en menos follones innecesarios»

El colaborador de Vocento en Oriente Medio recibe este jueves el V Premio Internacional de Periodismo «Catedra Manu Leguineche»

Mikel Ayestaran, preparando una crónica desde Alepo (Siria) ABC

JUAN ANTONIO PÉREZ

Hace unos 15 años, el periodista Mikel Ayestaran (Beasain, 1975) tenía la mala costumbre de pagar por trabajar. Acumulaba sus vacaciones y se iba a conocer mundo. Lo que veía lo escribía luego en el periódico. Un buen día de 2005 decidió que lo suyo no era estar sentado en la redacción de un periódico, se hizo «freelance» (periodista autónomo) y corresponsal de guerra. Doce años después, este colaborador habitual de Vocento y la radio-televisión pública vasca recibe este jueves el V Premio Internacional de Periodismo Manu Leguineche , que otorgan la Diputación de Guadalajara, la Universidad de Alcalá de Henares, la FAPE ( Federación de Asociaciones de Periodistas de España) y el Ayuntamiento de Brihuega.

Manu Leguineche también era vasco. ¿Le llegó a conocer?

—No, pero la de Manu es una firma que ha estado en mi casa desde que tengo uso de razón. Sus artículos los publicaba El «Diario Vasco», el periódico que está en todas las casas de Guipúzcoa. He crecido leyéndole y he ido detrás del mito, de esa doble figura de viajero y periodista.

El terremoto de Bam (Irán) en 2003 hizo «temblar mis cimientos como persona y periodista». ¿Por qué?

—Como ser humano, llegar a un sitio en el que ha habido 30.000 muertos en una noche es una experiencia que no se la recomiendo a nadie. Profesionalmente, llegué con una mano delante y otra detrás. Con el sueño de poder trabajar, pero sin nada. Por no tener, ni tenía ordenador. Pero, al final, preguntando y pidiendo favores, conseguí estar allí dos semanas. Entonces comprimía todas mis vacaciones y me dedicaba a viajar. El de Bam fue el primer viaje que no era de turismo, sino que fui allí para informar de lo que había pasado. Fue la primera portada que hice para ABC.

En 2005 dejó su trabajo en El Diario Vasco para ser corresponsal de guerra. ¿Entonces aún se podía vivir relativamente bien como «freelance»?

—Yo me tiré a la piscina porque gané el premio «Manuel Alcántara» para periodistas jóvenes y me dieron 6.000 euros. Los invertí en viajar a EEUU para cubrir el huracán «Katrina», pero todo el mundo estaba allí y nadie quería comprar mis artículos. Empecé a buscar sitios donde no había corresponsales y aposté por Irán, Afganistán o Pakistán. Ahí sí que pude colaborar con los medios de comunicación de forma estable. Las condiciones no eran tan malas como las de ahora, pero siempre que empiezas las condiciones no son buenas. Yo ganaba más dinero como pizzero que como periodista. En 2006 me cayó encima la guerra del Líbano y ya empecé a colaborar de una forma más estable con Vocento y la radio-televisión pública vasca.

En Jerusalén (Israel), donde reside habitualmente, hace una «vida superfamiliar». ¿Cómo se imaginaba lo de ser corresponsal de guerra?

—A mí lo que me interesó fue la región (Oriente Medio). Me sentía seguro, primero como viajero y después como periodista. Me gusta el «breaking», el trabajar en noticias de última hora en zonas en conflicto o posconflicto. Cuando llego a un sitio, me gusta el reto de poder ser efectivo en poco tiempo. Ser corresponsal de guerra lo tenía mitificado por gente como Leguineche. El veneno me lo metía este tipo de figuras.

¿Por qué eligió Oriente Medio?

—Si quieres trabajar en zonas de conflicto, la región que está en los medios es Oriente Medio. Es una zona que me gusta y en la que me siento cómodo.

Dice que invierte muchísimo tiempo en su seguridad, pero ¿dónde está la seguridad en una guerra?

—Con el paso del tiempo, generas una especie de sexto sentido. Por supuesto, la curiosidad siempre te va a guiar, pero aprendes más que a dónde ir, a dónde no ir. Esa es la clave. Y con el tiempo intentas meterte en menos follones innecesarios. No es lo mismo cómo me muevo ahora, con los contactos que tengo, que cómo lo hacía en 2006.

En los numerosos conflictos que hay en esta zona, ¿qué pesa más: la política, la religión o, incluso, la economía?

—Por supuesto, el factor económico siempre pesa. En el caso de Oriente Medio, hay una vertiente religiosa muy importante, como estamos viendo con la radicalización del Islam o del Estado Judío, y luego tenemos el factor nacionalista.

En 2011 estallaron las llamadas «primaveras árabes». Con la perspectiva que da el tiempo, ¿para qué han servido? ¿Esperaba este desenlace?

—Cada país es un mundo, pero para mí las «primaveras árabes» han sido una enorme decepción. Yo viví los procesos en primera persona. Estuve en Túnez, después me fui a Egipto, crucé a Libia, también fui a Yemen y a Siria… Y echando la vista atrás, todos los países están destrozados, menos Túnez, que más o menos está haciendo algunos progresos democráticos. Es muy frustrante. La situación no ha sido lo que ellos (los nativos) ni nosotros esperábamos.

¿Es la de Siria la peor guerra en mucho tiempo? ¿Es el Estado Islámico la mayor amenaza para Occidente?

—Siria, antes y ahora, es un país muy opaco en el que estamos demostrando que no tenemos ni idea. No controlamos sus claves. En cuanto al Estado Islámico, en los últimos tres años ha conseguido destronar a Al Qaida como gran amenaza global, pero, militarmente, se le ha conseguido derrotar. La guerra contra el Estado Islámico ha acabado, pero eso no significa que hayamos acabado ni con este grupo ni con esta ideología. Lo hemos visto con los talibanes o con Al Qaida. No solo con bombas puedes acabar con una ideología.

A mí el drama de los refugiados me parece el mejor ejemplo de la hipocresía occidental. Todo son buenas palabras, pero todos incumplen las cuotas de acogida. ¿Cuál es su opinión?

—Absolutamente de acuerdo. Si tú haces unos acuerdos, tienes que cumplirlos. El drama de los refugiados saltó a los medios cuando nos empezó a tocar y empezaron a llegar a nuestras ciudades, pero el verdadero aluvión, sobre todo en el caso sirio, lo están soportando Jordania, Líbano y Turquía. Países con muchos menos medios que los nuestros son mucho más generosos.

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