José Francisco Roldán Pastor

Siempre quise ser policía judicial

No fui más que un chivato con presunción de veracidad

Habrá muchos ejemplos, pero el Cuerpo Nacional de Policía ha soportado una deriva legal y temporal que lo hace el paradigma de lo progresista. Quienes repasamos más de cuarenta y tres años en el servicio policial podemos contar historias absolutamente originales.

A finales de 1975 recibíamos la herencia de grandes profesionales que adaptaron su saber al ordenamiento jurídico imperante. No hay reproche alguno, si acataron las órdenes y no acapararon más odios que la ejecución de una estricta legalidad. [Dejamos aparte las conductas inmorales o perversas, minoritarias pero demoledoras, cuando representan a un colectivo oficial.] Luego seguimos su senda acumulando recursos y progresos técnicos, que aderezaban la capacitación permanente para seguir en la legalidad.

El Cuerpo General de Policía asumió su responsabilidad en momentos terribles, como después el Cuerpo Superior de Policía, el hijo demócrata que asimiló con clara y determinante lealtad una normativa que España iba adoptando. Los medios y la formación iban mejorando, acumulando experiencia y una eficacia superior a las expectativas, mayores de lo que quisieron determinados sectores de la sociedad, empeñados en seguir mandando por la vía de hecho. Aunque hubo auténticos torpes que fueron innovando a golpe de decisiones lapidarias sin importar las consecuencias.

La actividad policial iba atropellando legajos cosidos con cuerda. Los imperativos de la realidad obligó a desarrollar normas legales para que la Policía consiguiera resultados eficaces, pero sobre todo eficientes, y así luchar mejor contra una delincuencia amparada por la injusta impunidad.

Normas penales y procesales acometiendo, remolonamente, defectos y errores. Una de esas decisiones clamorosas, en la década los 80, sacó a la calle a muchos atracadores , que fueron de nuevo detenidos repitiendo delitos, con la rémora de dolor y muerte que causaron.

Otro iluminado decidió invalidar miles de procedimientos por un artículo de la Ley de Enjuiciamiento Criminal (1882, con reparaciones sucesivas), que no se aplicaba debido a la costumbre respaldada por quienes valoraban derechos. Esta decisión dejó en la calle a traficantes de drogas y ladrones por miles.

En algunos casos, los policías aportamos pruebas técnicas y documentales sin exigir presencia. Sin embargo, en todos estos años, y por el rol procesal de los agentes servidores de la ley, nos hemos sentido como auténticos chivatos con presunción de veracidad. Todo lo que se aportaba al proceso, con esfuerzos infinitos, podía quedar invalidado porque no somos policía judicial. Lo que la Policía desarrolla, en realidad, puede tener valor relativo. Hay procesiones de policías para contar lo que hicieron revestidos de legalidad.

José Francisco Roldán Pastor, comisario jubilado del Cuerpo Nacional de Policía

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