Félix Romero: «En el incendio de Guadalajara de 2005 no falló nada y falló todo»
El ingeniero forestal y escritor con raíces toledanas presenta su segunda novela, «El fuego callado», tras su ópera prima, «El árbol de los pigmeos»,
Félix Romero Cañizares (Barcelona, 1975) ha presentado este martes en la Librería Taiga de Toledo su segunda novela, «El fuego callado» (Caligrama), en la que este ingeniero forestal de profesión, que ha viajado por su trabajo por África, América y Asia, vuelve de nuevo a la literatura, tras su ópera prima, «El árbol de los pigmeos» , para denunciar la situación que viven nuestros bosques y la la España que se vacía.
El título de la novela, «El fuego callado», es una metáfora de lo que sucede a lo largo de la historia. ¿Puede el amor ser tan destructor como el fuego?
Yo creo que, por lo menos, cuando hablamos de fuego, tenemos que tener en cuenta que no sólo existe el de los incendios. Del amor al odio hay sólo un paso y, como en un incendio, una chispa puede arrasar con un bosque o con una vida. Hay un gran paralelismo entre la tragedia ecológica y la personal. Jugar con los conceptos de las pasiones y el amor nos hace bailar en una metáfora continua. Cuando hablamos de entornos tan singulares como los bosques y los pueblos, vemos como las cosas inexplicablemente se nos pueden ir de las manos algunas veces con un gran incendio y yo intento reflexionar sobre qué es lo que hay detrás de eso, cómo alguien puede llegar a cometer una locura de tales dimensiones.
Usted es un gran conocedor de los bosques. ¿Cree que hay la suficiente formación para cuidar estos ecosistemas y evitar los incendios?
En general, lo que hay en la sociedad es un gran desconocimiento sobre la importancia de la ecología y el medio ambiente. Yo lo llamo «analfabetismo medioambiental». No es una cuestión de ecologistas ni de animalistas, ni de querer proteger una especie por el mero hecho de protegerla, sino que es una cuestión de la propia dinámica del planeta, que es nuestro hogar. No se entiende que sin ecología no hay vida y, si no hay vida, no puede haber economía ni dignidad para las personas. Se suele decir, por ejemplo, que el monte está sucio, algo que no es así. Podrá estar sin gestionar o abandonado, y es cierto es que le hemos dado la espalda en España. De unos años a esta parte, hemos dejado de interactuar con él, de sacar frutos de él, como madera o resina, pero ya no lo hacemos porque la economía actual nos dice que es más barato usar productos alternativos o importarlos de terceros países. En definitiva, tenemos que volver a hacer del monte algo sostenible.
Y las administraciones públicas, que son las que tienen competencia en ello, ¿cree que hacen todo lo posible para combatir estas situaciones o, más bien, se parecen a los gobernantes, alcaldes y técnicos que aparecen en la novela?
Hay un poco de todo. Al final, nuestros políticos intentan responder de alguna manera a la opinión popular, es decir, satisfacer a los ciudadanos, que tienen unas ciertas inquietudes, y es ahí donde ponen más esfuerzos. Aun así, en las últimas décadas se ha mejorado mucho en la lucha contra los incendios en España, con muy buenos profesionales, con mejores sistemas de extinción y con medidas políticas que han contribuido a ello, pero al final lo que se intenta atacar es el síntoma, y no el problema de fondo. La mitad de la superficie del país es forestal y, sin embargo, no existe una estrategia consensuada sobre este asunto a largo plazo más allá de los cuatro años de cada legislatura, gobierne quien gobierne. Se dan bandazos y no existe una política forestal en nuestro modelo económico, y más ahora que se habla tanto de despoblación y de cambio climático, en lo que los bosques tienen un papel fundamental.
¿Cree que la selección del personal de los retenes se hace por intereses electorales, como en la novela, o se basa en criterios técnicos y de cualificación profesional?
En formación del profesional que lucha contra los incendios se ha mejorado mucho también durante los últimos años y creo que los casos de elección de personal que no respondan a cuestiones técnicas deben de ser muy minoritarios. Pero, al final, los retenes no dejan de ser una fuente ingresos en determinadas zonas deprimidas cuando llega la época de incendios, con lo cual para mucha gente es el sueldo que va a recibir durante tres o cuatro meses, algo que se puede unir al desempleo y otras actividades económicas. Por eso, todo ello da pie a que pueda haber suspicacias y existir algunos conflictos, algo que ha sucedido en muchas partes de España en décadas anteriores. Los incendios forestales han generado una cierta economía teñida de picaresca y tenemos que reflexionar sobre ello.
Por su profesión, habrá conocido y estudiado varios incendios. En Castilla-La Mancha, el más importante o uno de los más importantes que se recuerda es el de Guadalajara, sucedido en 2005, donde murieron 11 miembros de un equipo de extinción. En su opinión, ¿qué es lo que falló entonces?
Ese incendio lo viví de cerca y fue una tragedia, porque un grupo de profesionales decidió tomar la decisión de atacar al incendio para extinguirlo y quedaron atrapadas por el fuego, perdiendo la vida. Hay gente que opina que eso fue un error y otra que, debido a las características de ese incendio, se crearon unas condiciones meteorológicas, con cambios de viento que hicieron más difícil los trabajos de extinción. La conclusión, en definitiva, es que en el incendio de Guadalajara de 2005 no falló nada y falló todo. Los técnicos hicieron las cosas lo mejor que pudieron, pero si el señor que encendió la barbacoa que lo provocó, hubiera tomado unas mínimas precauciones, no habría sucedido nada. El fallo fue la inexperiencia, ya que Castilla-La Mancha no había vivido una tragedia de esas dimensiones hasta esa fecha y, de repente, pasó. Por eso, lo acontecido entonces nos hizo reflexionar a todos, se tomaron medidas políticas, se avanzó en profesionalización y cambiaron ciertos aspectos de la legislación.
Este verano hemos sufrido unos cuantos incendios en España y en el mundo, siendo los más mediáticos los de Siberia, en Rusia, o los del Amazonas, en Brasil. ¿Podemos tener algo de esperanza para el futuro?
Tenemos un modelo económico que está excesivamente basado en querer crecer sin control, sin tener en cuenta que podemos hacerlo, pero dentro de los límites de la sostenibilidad y del equilibrio medioambiental. Está claro que tenemos que intervenir en los bosques y cortar madera, ya que somos 7.000 millones de personas en la Tierra y necesitamos deforestar algunas zonas para cultivar, como ha pasado a lo largo de la historia, porque tenemos que comer de algo. El problema es que la forma en la que se está haciendo beneficia a unos pocos grandes inversores, aunque también a muchos trabajadores, pero nos conduce a un modelo de explotación de los recursos naturales que es nefasto. De este modo, los grandes incendios forestales en los bosques tropicales la Amazonia y en los bosques boreales de Siberia, pero también en Angola y en el Congo, son malísimas noticias para el sostenimiento del planeta, a lo que contribuye además los pésimos gobernantes que no hacen nada para frenar esta situación.
Y, personalmente, ¿qué le aportan a usted los bosques?
Yo tengo una vocación forestal desde muy pequeño. Cuando tenía 14 años y vivía en Fuenlabrada, formaba parte de un grupo de amigos que nos llamábamos «jóvenes ecologistas». Los bosques, para mí, además de ser mi espacio de trabajo, son un lugar donde me relajo y contacto con la naturaleza. Pero, más allá de eso, como vecino de un pueblo toledano de La Sagra, soy consciente de que el agua que bebo viene de la sierra madrileña de Guadarrama y de que los dos tercios de la biodiversidad que tenemos en España y en el mundo viven en esos ecosistemas. Por eso es tan importante que seamos responsables y sepamos de dónde viene la madera de los muebles que compramos u otros productos, para saber si ha contribuido al uso sostenible de esos bosques y si ha servido para el mantenimiento económico de esa España vacía de la que tanto nos quejamos. Y, de alguna manera, mi obra literaria, mis dos novelas, «El árbol de los pigmeos» y «El fuego callado», son un homenaje a estos lugares que han aportado tanto a mi vida.
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