Dulces que no se confinan
Las 15 monjas del convento de Santa Clara de Sigüenza siguen a pleno rendimiento con su recetario: nochebuenos, rosquillas, caprichos de Navidad o magdalenas de Belén
Las monjas del convento de Santa Clara de Sigüenza no han notado la crisis del coronavirus salvo en el tiempo de confinamiento. Sus dulces, desde las típicas trufas de chocolate hasta los nochebuenos , las magdalenas de Belén o los caprichos de Navidad , siguen haciendo las delicias no solo de los seguntinos sino de visitantes de otros muchos puntos de España.
El torno del convento de Santa Clara, donde conviven 15 monjas, no para de girar estos días y el teléfono suena más de lo que las hermanas quisieran muchas veces. Basta un dato: de los diez monasterios de clausura que hay en la provincia, este es el único que sigue con la elaboración de dulces artesanos tradicionales, especialmente demandados en temporada navideña.
El recetario de manjares culinarios que desde hace ya tres lustros elaboran las hermanas clarisas es bien conocido: están los nochebuenos, que son tortas y pastas de anís preparadas con masa enriquecida con harina de almendras con formas o motivos navideños; las tradicionales rosquillas, los caprichos de Navidad, hechos con harina de almendras, huevo y ron; o las magdalenas de Belén, fabricadas con harina, huevos y aceite.
Las monjas de clausura de Sigüenza han renunciado a tener página web o a vender sus productos en las tiendas seguntinas porque si lo hicieran, no harían otra cosa, explica la madre abadesa, Sor Maria Luisa. Para vender sus dulces no necesitan publicidad. El «boca a boca» es suficiente. Además, a lo largo del año también elaboran pastas de miel, de anís, mantecados y roscones de Doña Blanca, hechos con vino dulce y harina de almendras. Todo se elabora de forma artesanal.
La pandemia solo redujo la demanda los primeros meses. «En verano ha sido desbordante. Ha sido horrible. Íbamos al día», señala Sor María Luisa, para quien es importante también atender las labores de limpieza del monasterio, como en cualquier casa.
Antes bordaban y hacían las casullas de los sacerdotes, pero las vocaciones empezaron a flojear y tenían que seguir haciendo frente a los gastos del convento. «Una avería en esta casa es muy costosa y requiere ahorrar para las emergencias», afirma la madre abadesa. En ese momento decidieron optar por los dulces, lo que les da para vivir sin despilfarros aunque no necesitan el apoyo del Obispado como si requieren otros monasterios.
En todo caso, su misión principal sigue siendo el rezo y tampoco quieren relegarlo. Sin embargo, debido a la avanzada edad de algunas hermanas, lo que sí han hecho es modificar el horario de maitines, que antes eran a medianoche y ahora son a última hora del día. De momento, el trabajo no les falta. Eso sí, al igual que otros monasterios debido a la pandemia, han reducido las visitas.
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