Cuando el alquiler de un piso depende de la piel: «Queremos vivir dignamente, pero somos negros»

Ocho jóvenes africanos tienen que vivir de okupas en Albacete porque no les arrendan una vivienda

Las manos de Assane Rosa Fernández

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Son ocho jóvenes negros. El mayor tiene 34 años; el pequeño, 21 recién cumplidos. Prefieren no decir sus nombres ni su país de origen. «Africanos», responden si se les pregunta, aunque sólo Assane, el mayor, se decide a identificarse públicamente.

Balbucean el español, trabajan como temporeros en el campo, sin contrato, y viven en la ciudad de Albacete como okupas en una casa muy vieja y con las ventanas tapiadas -salvo una, sin cristales y rota. No tienen luz artificial ni agua. La traen en bidones desde unas fuentes públicas y luego la calientan en un hornillo de butano para poder asearse. Llevan así cerca de dos años, después de pagar 100 euros al sujeto que dio la patada en la puerta para que entraran a malvivir.

«Ellos quieren dejar de ser okupas y vivir dignamente pagando por un piso, pero no se lo alquilan por ser negros», asegura su amiga e interlocutora Rosa Fernández. Ella se está ocupando de las gestiones, aunque de momento son infructuosas. Ha preguntado personalmente por cinco viviendas en alquiler y ha enviado varios correos electrónicos a inmobiliarias de Albacete. Pero le han dado con la puerta en las narices.

« Ni siquiera les preguntan si tienen dinero para pagar, y las inmobiliarias no han contestado cuando les he informado, en un segundo correo, de que son africanos y negros», cuenta su amiga, que no es la única persona en Albacete que busca viviendas decentes para los temporeros africanos. «Hay gente que piensa que son guarros y que lo rompen todo, pero también hay blancos que te dejan la casa hecha una mierda. Llevan una mochila social que se la hemos colgado », reflexiona Rosa.

La única ventana de la casa

Ella los conoció entre los temporeros del asentamiento que se levantó en Albacete después del brote de covid-19 en verano , y se hicieron amigos. Desde entonces van a su casa a tomar café y a cargar baterías de un gran tamaño para sus teléfonos móviles. «Quieren tener una vivienda para no tener que pedir favores», asegura Rosa.

Los ocho africanos no regatean el precio del alquiler, como no lo hicieron cuando, la pasada semana, les pidieron 500 euros por un cuarto piso sin ascensor, sin calefacción y destartalado, con las puertas y ventanas rotas. «La dueña dijo en principio que sí -recuerda Rosa-, pero luego se echó para atrás porque decía que nadie le aseguraba que fueran a pagar y que no tenían un contrato de trabajo».

Ellos son conscientes de que, cuanto más paguen, menos dinero podrán enviar a sus familias. Pero «quieren vivir en una casa con agua en el grifo y luz; vivir dignamente» , insiste Rosa, quien tiene el apoyo de su marido, José Alarcón, pintor de profesión, para arreglar la vivienda que puedan arrendar.

«Hay personas a las que les da igual que sean negros y que tengan o no contratos de trabajo, pero no las encontramos», dice la amiga, quien avisa: «La ciudad va a tener un problema cuando llegue una avalancha de temporeros africanos que no van a tener un lugar donde vivir».

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