Castilla-La Mancha
«Yo sobreviví al ictus»
Peter, un vecino de Toledo, recuerda su experiencia tras haber sufrido un infarto cerebral. Sabe que es un hombre afortunado. Su historia sirve de ejemplo con motivo de haberse celebrado el Día Internacional del Daño Cerebral
«Me llamo Peter Michael Wallner y quiero rememorar qué ocurrió el día que sufrí un infarto cerebral . Aquella mañana de enero sabía que algo no iba bien. Salimos de Toledo en dirección a Consuegra. Mi mujer y yo queríamos enseñar los molinos de ese municipio a mis cuñadas, que habían viajado desde Colombia para visitarnos.
Tras recorrer los molinos y hacer el tonto sacándonos fotos, nos sentamos a comer. Todo iba bien y, hasta ese momento, yo no había notado nada extraño , aunque estaba cansado de conducir y no tenía muchas ganas de hacerlo. Sentía que mi cuerpo estaba como más pesado y lo atribuí a las muchas horas que pasaba trabajando en mi bar. Pero, de repente, cuando tomaba el café, sentí que toda la gente que estaba en el restaurante me miraba muy raro. Y me dije: ¡Coño!, ¿qué pasa?.
Tras esos primeros momentos de desconcierto , en el que me convertí en un mero espectador, mi mujer me abrazó con toda su fuerza y me dijo: «No te preocupes, no te voy a dejar caer». Sin soltarme, pidió a los camareros que llamaran a una ambulancia y les advirtió de que era algo grave. Luego llegó el vehículo de emergencia que me trasladaría hasta Toledo. Llegué al hospital y no me acuerdo de nada más.
Habían pasado unos minutos o quizá horas, no lo recuerdo bien. El caso es que, estando en el servicio de Urgencias del centro hospitalario, veía que los médicos y las enfermeras intentaban hablar conmigo. Yo me enteraba de todo, pero notaba que no me salían las palabras. Quería hablar y responder a todos, pero no podía. Los médicos me hablaban y lo hacían hasta en inglés porque pensaban que no hablaba español. Uno de ellos levantó un bolígrafo y me preguntó: «¿What is this?». Quería responderle pero solo podía mirarle impotente. Notaba que mi boca no funcionaba.
Después de un par de horas en una sala muy amplia de la UCI del hospital Virgen de la Salud de Toledo, me trasladaron a la Unidad del Ictus, que es una gran habitación donde hay seis camillas. Un grupo de enfermeras y médicos estuvieron pendientes de mí todo el tiempo y no pararon de hablarme y hacerme pruebas. Esa noche comprendí que lo que estaba ocurriendo tenía que ver con mi cabeza. Había sufrido un infarto cerebral y, aunque era consciente de todo, las palabras no afloraban de mi boca. Aquella noche, en la soledad de mi cama, lloré todo lo que llevaba acumulado tras un duro verano por la muerte de mi madre y un frío invierno por el fallecimiento de mi tío.
Una nueva vida
Muchas veces he intentado recuperar y unir todos los recuerdos que viví ingresado en ese servicio, en el hospital donde permanecí —creo— dos semanas, pero no puedo. Soy consciente de que en la Unidad del Ictus yo entré viendo y al día siguiente no veía bien. Es una minusvalía que sigo teniendo en estos momentos. Puedo ver de frente, pero los neurólogos me informaron de que he perdido el lado derecho de mi vista. Así que muchas veces me tropiezo con la gente, pierdo cosas y me estoy convirtiendo en un campeón en romper cacharros... Todo esto es un poco raro para mí.
He estado en rehabilitación y estoy siguiendo a rajatabla todo lo que me han recomendado los neurólogos del hospital Virgen de la Salud de Toledo. Doy solo la vuelta al valle, un lugar espléndido que rodea la ciudad; leo, cocino y hago las labores de mi casa, aunque un poco más lento. Soy optimista porque creo que saldré adelante. No hay otra, y no me canso de repetir que conmigo «no pueden». La vida me ha dado otra oportunidad.
Con todo, estoy muy agradecido al personal sanitario de Neurología, a los profesionales de rehabilitación, a los trabajadores de las ambulancias que me llevaron diariamente a la «reha» en el hospital y con los que tengo un lazo de amistad. Y también estoy agradecido por la labor que ha hecho la Asociación Iguala3, especialmente a Daniel, Erika, Marisol y Ana.
Gracias por todo el cariño y la atención que he recibido desde el primer momento. Soy consciente que he sido muy afortunado. Puedo hablar y me muevo bien, pero me molesta mucho haber perdido parte de mi visión. Eso me irrita y me pone muchas veces de muy mal humor. Pero lo más importante, y que creo me ha ayudado a recuperarme, es mi propia fuerza y el optimismo que tengo. Quiero disfrutar de mi familia: de mis hijos, de mi nieta y de mi pareja».
Noticias relacionadas