Antonio Conde Bajén

Final de promesas de nuestra tierra

Hay futuro, hay clase, hay diversidad; hay esperanza para nuestro querido arte

Cuanto más veo el toreo más me gustan los toros. Me explico; el toreo no se limita, no puede, no debe limitarse a las grandes ferias y a las grandes figuras. Muchas veces hablamos del 'mundo del toro' y, sin embargo, demasiados aficionados se automutilan (taurinamente hablando) ocupando la misma localidad de la misma plaza de fechas concretas. Cada vez más veo aficionados venteños, maestrantes, vista alegreños, …… Cada vez se habla más del toro de Madrid o del de Pamplona; del estilo que se admite aquí o allá.

Y yo no estoy de acuerdo con una uniformidad del toreo ni de los toros. Hace poco se lo leía a Ruiz Villasuso y no puedo estar más de acuerdo con él. De momento ya se empieza a hablar de la necesidad de abrir los festejos a los diferentes encastes, porque si el toreo es un arte no puede ser uniforme y previsible. Pero hay que ser aún más ambicioso y a ello debemos contribuir todos los aficionados. En el pluralismo y en la necesaria falta de uniformidad del arte de Cúchares yo añado la necesidad de incluir a los diferentes escalafones, porque se puede y se debe disfrutar con utreros y erales. Yo ayer lo hice; y mucho; por lo que vi y por lo que significó lo que se vio.

Ayer, en Manzanares, pudimos ver tres toreros diferentes que ejecutaron sus respectivos estilos con su particular pureza y sin que la victoria de uno de ellos supusiera la de un estilo en concreto, sino la personal de su ejecutor.

Pudimos ver la sensibilidad en el toreo de Carla Otero, su suavidad de formas y su descaro ante el peligro. Una falsa fragilidad que se creció frente a las adversidades y que se encaró como una leona, lo mismo con su primero, cuando la alcanzó y derribó, que con su rajado segundo, al que se empecinó en sacarle lo que no tenía, lo mismo con arrimones de enorme mérito que cambiándole los terrenos y volviéndoselos a cambiar con tal de poder regalar al público unos muy estéticos muletazos de arte y valor. No tuvo suerte con el acero al ejecutar el volapié, lance en el que, evidentemente, su altura no le ayuda.

También pudimos ver a Christian, a Cid de María, un chaval muy joven e inexperto que despliega una gran personalidad en la ejecución de su concepto del toreo, que no es especialmente académico, pero que no abjura de la técnica; que no se fundamenta en una estética tremendista, pero tampoco puede clasificarse de corte clásico. Su personalidad le confiere indudable pellizco y transmisión. Su toreo lo tiene sin que le sea necesario recurrir a un toreo “alternativo”. Si su evolución de futuro es similar a la experimentada durante los tres paseíllos que ha protagonizado hasta hoy, seguiremos disfrutando de este torero que tiene la virtud de los pocos elegidos de conectar con la sensibilidad del público.

Y llegamos al tercer espada, mucho más clásico y sobrio; con un exquisito uso de los pies y de los terrenos. Pero no se engañen, porque ese clasicismo no va emparejado con una subordinación del sentimiento y de la expresión respecto de las formas. Muy por el contrario, Torrejón fue capaz de transmitir las chispas que saltaban de sus trastos y que consiguieron un muy meritorio acople con sus bureles. El segundo (quinto de la tarde), el de su éxito (orejas y rabo) requirió una primera fase de consentimiento a media altura hasta que pasó a una muleta a ras de suelo que conseguía tirar como un imán de un novillo con clase, pero que no era precisamente la alegría de la huerta en lo que se refiere al hambre de embroques, en los que costó mucho trabajo y brega meter, porque al principio de su lidia parecía despreciarlos. Ello implica mayor mérito del matador, lo que fue captado por el público al que, como no es daltónico, le pareció una burla del presidente intentar evitar la justa concesión del rabo tapándolo con la vuelta al ruedo del novillo, bueno pero, ni para tanto, ni el mejor de la tarde.

Tiró de ese toro, con clase en su postura al embestir y con poca codicia al hacerlo; y ralentizó los tiempos hasta parecer una cámara lenta. Y como el toreo, cuanto más despacio, mejor, la transmisión fue completa según iba acumulando tandas de muletazos de perfección técnica que, si fueron buenos por la derecha, llegaron a sublimes al natural. Un espadazo un pelín caído pero eficacísimo, tras tirarse derecho al volapié, le llevaron al premio del que fue merecedor.

Mi enhorabuena a los tres espadas y mil gracias por sus actuaciones. No sólo hicieron disfrutar al público sino que le permitieron seguir soñando; hay futuro, hay clase, hay diversidad; hay esperanza para nuestro querido arte.

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