La agonía inmensa de Chema Antolín
Vecino de Puertollano, pasó casi siete meses ingresado en la UCI por covid hasta que falleció el 29 de octubre
El viernes 3 de abril José María «Chema» Antolín García salió de casa para hacer la compra semanal y ya no regresó. A la vuelta del supermercado, mientras conducía, la fiebre era tan alta que perdió el conocimiento y sufrió un accidente de tráfico . Aunque el coche quedó siniestro, la buena noticia es que salió ileso. Sin embargo, hubo una mala, una muy mala. Trasladado a las Urgencias del hospital Santa Bárbara de Puertollano , los médicos detectaron que tenía coronavirus. Aún peor: en su cuerpo también descubrieron un fallo multiorgánico por el que llamaron a la familia para avisarla de que las horas de vida del paciente se contaban con los dedos de una mano.
Las hermanas de Chema optaron por ganar tiempo, si eso era posible, y no decir nada a sus padres porque el progenitor había pasado una semana ingresado en el hospital también por coronavirus. Se recuperó, por suerte. En cuanto a Chema, no tenía patologías previas, ni fumaba ni bebía, «estaba un poco gordito, pero era una obesidad normal, nos dijo el médico», asegura a ABC su hermana Inma.
Ese día, recuerda, «antes de ir a comprar pasó por mi casa a dejarme unas bolsas y ya tenía una tos muy rara. Le dije: ‘José, por favor, ves al médico a que te vean’. Llevábamos tiempo diciéndoselo». Ese 3 de abril, el perro de Chema, un san bernando llamado «Niebla», se tumbó en medio del pasillo como agotado. «Lo llevé a la clínica veterinaria y le diagnosticaron un fallo multiorgánico. Lo mismo que a mi hermano», cuenta Inma.
«Niebla» murió el mismo día que Chema entró en la UCI . Su dueño acabaría falleciendo igual, pero no el 3 de abril. La agonía se prolongó más de 5.000 horas, 209 días, casi siete meses.
En ese tiempo los españoles vivieron una montaña rusa de sensaciones: la incertidumbre del confinamiento, el tsunami de la primera ola y las insoportables cifras de miles de muertos, los aplausos a las ocho de la tarde, el optimismo del final de la primavera y el consiguiente regreso a la calle, el verano más raro de la historia, los oscuros presagios para el otoño y, a la postre, la temida segunda ola con los hospitales llenándose a la vez que se vaciaban los hoteles y los bares.
«Todos los días salía la doctora y nos daba el parte. Con que nos dijera: ‘Hoy no tiene fiebre’ para nosotros era un motivo para la esperanza», explica Inma con una entereza que asombra. En mayo Chema, padre de Elena y Diego, dos mellizos de 16 años, cumplió 49 años. Para celebrarlo Inma llevó una tarta de chocolate al equipo médico que cuidaba de él. En junio, después de dos meses ingresado, les dejaron verlo por primera vez. Las visitas eran a la una y a las seis de la tarde, y solo se permitía que estuviera presente un familiar.
«Todos los días salía la doctora y nos daba el parte. Con que nos dijera: 'Hoy no tiene fiebre' para nosotros era un motivo para la esperanza», explica a ABC su hermana Inma
«No sabemos si nos conocía o no. Realmente pensamos que tuvo algunos momentos de lucidez . Por ejemplo, él siempre me llamaba Pipi y yo le hablaba, le decía quién era y notaba que se emocionaba. Pienso que algo sentiría. Había veces que abría los ojos, pero se le quedaban fijos; no podía mover la cabeza», relata su hermana.
En agosto Chema fue transportado al Hospital Nacional de Parapléjicos de Toledo para ver si podía hacer algún tipo de rehabilitación. Además, los profesionales de este centro sanitario son expertos en el «destete», es decir, en quitar el respirador. Su caso no es el único, explican en Parapléjicos. Hay más pacientes con coronavirus que han sido llevados a Toledo desde otros hospitales de Castilla-La Mancha para tal fin. Sin embargo, el estado de Chema era tan grave que resultó imposible hacer nada. Por ello, y porque necesitaba un hemofiltro para que funcionara el riñón, al cabo de 15 días volvió a Puertollano.
El jueves 29 de octubre «mi madre y yo fuimos a hablar con el médico para saber en qué punto estaba, aunque éramos conscientes de la gravedad. Casualidades de la vida, salió el doctor, nos apartó a un lado y nos dijo: ‘Hemos hecho todo lo que hemos podido, no podemos hacer más’. Lo entendimos perfectamente. Los médicos lo han intentado de todas las maneras, le han hecho miles de pruebas », relata Inma.
En el hospital tuvieron la humanidad de dejar pasar al box a toda la familia para que se despidieran de Chema. Allí, en torno a la cama, estaban todos los que tenían que estar: sus padres, sus dos hermanas, sus tres sobrinos y sus mellizos. «Fue muy emocionante», recuerda Inma. Como si fuera necesario decirlo. A las 21:30 horas se apagó definitivamente.
Y termina: «Mi hermano era la alegría de la casa. Todos los domingos nos juntábamos todos con nuestros hijos y nuestros padres a comer en el campo. Ahora nos ha quedado un vacío muy grande».
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