Santiago Díaz Bravo - Confieso que he pensado
Wismichu
El caso ha actuado a modo de jarro de agua fría y ha puesto a cada cual en su sitio
El mundo es como es, no como nos gustaría que fuese. Por ese motivo, el escándalo originado por la actuación en Santa Cruz de Tenerife, ante un público mayoritariamente menor de edad, de un conocido creador de vídeos en la plataforma digital YouTube, no deja de ser una muestra de la ignorancia supina acerca de la realidad en la que, para bien o para mal, nos hallamos inmersos.
Por si no nos habíamos percatado de ello —y si es así resulta urgente que alguien nos lo haga ver—, aquellos tiempos en los que los padres eran la única guía posible para la orientación de sus retoños, la ventana a través de la cual se asomaban al mundo, se han quedado para siempre en los libros. La tecnología, que ha avanzado más en las últimas dos décadas que durante la restante historia de la humanidad, se ha convertido en el único dios verdadero. Para los adultos y para los niños.
Que Wismichu haya recibido millones de visitas en su canal en internet y que su espectáculo, que no fue sino un remedo de lo que ofrece en tal canal, provocase que un buen número de padres se echasen las manos a la cabeza, refleja, por un lado, el asombroso desconocimiento acerca de los gustos cibernético de los menores; por otro, la confirmación de que el entorno familiar ha quedado superado por el digital , por ese balcón a casi todo, inmediato, barato y fuera de cualquier control, en el que se ha convertido internet.
Quienes acompañaron a sus hijos a la función pensando que Wismichu era el nombre de un osito japonés se han dado de bruces con una realidad en la que no cayeron en la cuenta cuando decidieron procrear, probablemente porque muy pocos podían imaginar que iba a alcanzarse un estado de las cosas en el que los menores no necesitasen a los padres para saciar sus curiosidades vitales. ¿Para qué molestarse en preguntarles, en pedirles recomendación, en admirarles, si tienen todas las respuestas a golpe de teclado, la posibilidad de saciar todos los vicios en cuestión de segundos y un sinfín de personajes a los que querer parecerse? Los padres siguen trayendo el sustento al nido, pero los pajaritos ya no les necesitan para aprenden a volar. Tienen profesores de sobra .
Wismichu, cuyo caso poco tiene que ver con el de las marionetas en Madrid, ha actuado a modo de jarro de agua fría y ha puesto a cada cual en su sitio. Los padres ya no tienen hijos para cuidar de ellos y ayudarles a crecer. Su triste papel es el de fabricantes de consumidores de las nuevas tecnologías.