Pablo Paz - Arando en el mar

Tenerife y el anillo insular

En la isla, y solo en lo que va de año, han llegado más de ocho millones de turistas. Si se suma el millón de residentes hace que, desplazarse en Tenerife por motivos laborales o de ocio sea, un día normal, todo una odisea

Pablo Paz

Una de las características más destacadas que tiene la industria turística con respecto a otros sectores productivos es que su propia existencia, su propio desarrollo y, cómo no, su viabilidad y futuro, se basa en encontrar una dualidad equilibrada entre la colaboración de las administraciones públicas y la parte empresarial. Los primeros tienen como misión legislar, regular y controlar un sector fundamental para el progreso y prosperidad de cualquier comunidad pero facilitando, que no complicando, el natural desarrollo de una actividad en continuo movimiento y perfeccionamiento que en el caso de Canarias es su principal fuente de ingresos.

Con respecto a los empresarios, estos tienen la obligación y la necesidad de ir de la mano de las distintas administraciones donde se ubiquen sus empresas hoteleras, de restauración, de ocio o de cualquier otra actividad que tenga que ver con la acción turística, pero siendo conscientes de que la clave del éxito para ser competitivos y poder mantener a las islas Canarias como un referente mundial radica en ofrecer un producto de calidad que, desempeñado con profesionalidad y aptitud positiva, reúna todas las necesidades y que cubra todas las expectativas de los potenciales clientes.

Pero esos deseos deben plasmarse en una lealtad mutua, en una serie de inversiones, tanto pública como privada, que faciliten la viabilidad de la gestión eficaz de un turismo de calidad, independientemente de los problemas internos que nuestros directos competidores puedan estar padeciendo en estos momentos convulsos; porque de nada sirve, por ejemplo, tener una planta alojativa de primer nivel si las infraestructuras viarias no están a la misma altura de exigencia, calidad y operatividad funcional.

Este hecho, que en cualquier parte del territorio peninsular no tendría demasiada importancia, ya que existen otras alternativas viarias, ferroviarias y aéreas, en las islas, en este caso en Canarias, las carreteras son la única forma de trasladarse que tiene tanto el lugareño como el turista que decide visitarlas. Sin ir más lejos, en Tenerife, y solo en lo que va de año, han llegado más de ocho millones de turistas; más el millón de residentes hace que, desplazarse por la isla por motivos laborales o de ocio, sea, en un día normal, todo una odisea; si por casualidad se produce un accidente, entonces las colas pueden ser interminables.

De ahí la necesidad imperiosa de terminar las obras del Cierre del anillo insular. Una tarea que parece interminable ya que se van inaugurando cada año un trocito de carretera –y llevamos casi una década prometiendo que está a punto de finalizarse las obras-, pero nunca hay dinero suficiente para terminarlas. Mientras tanto, en la península se invierten miles de millones en trenes de alta velocidad que solo dan pérdidas, y en autopistas y autovías que recorren de Norte a Sur y de Este a Oeste el panorama ibérico español.

A veces se olvida que las comunicaciones son fundamentales para el normal desarrollo de una sociedad; pero en Tenerife en concreto, dicha obra: El anillo insular que se enmarca –o debería enmarcarse-, dentro del convenio de carreteras del Estado con Canarias, representa nada menos que una apuesta por favorecer la cohesión y el equilibrio territorial, además de que supondría un ahorro estimado en más de 260 millones de euros que repercutiría en los bolsillos y en la paciencia de los tinerfeños que tienen que desplazarse diariamente de Norte a Sur, y/o viceversa, para trabajar.

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