Santiago Díaz Bravo - Confieso que he pensado
El pasado que sí existe
Reivindicar el cambio social sin reconocer que hace tiempo que comenzó supone una absoluta falta de respeto
La primera acepción del verbo perseverar que reza en el Diccionario de la Real Academia de la Lengua es "mantenerse constante en la prosecución de lo comenzado, en una actitud o en una opinión". Y fue ese el verbo empleado por la presidenta del Parlamento regional, Carolina Darias, en el discurso que pronunció el pasado día 8 con motivo del Día internacional de la mujer trabajadora. Su acierto léxico resultó aplastante, rotundo , porque aún queda mucho por hacer en materia de igualdad y es necesario llevarlo a cabo, pero ello no debe ser óbice para reconocer los enormes avances que se han producido en las últimas cuatro décadas y que, con toda seguridad, tendrán continuidad en los años venideros.
Ese verbo, ese énfasis en recordar "lo comenzado", contrasta con la que se ha convertido en una de las principales taras de estas islas en particular y de esta España nuestra en general. Ahora la moda es denostar el pasado, recordar bajezas y errores, que los ha habido, y olvidar a un tiempo los esfuerzos y aciertos que permitieron que un país anclado en un turbio periodo, guerra civil y dictadura de por medio, resurgiera para convertirse en una nación puntera .
Enfrentarse al problema de la desigualdad de género como si nos hallásemos aún en el punto donde nos encontrábamos cuarenta años atrás denota no sólo una considerable falta de rigor histórico, sino una reveladora intención de desprestigiar todo cuanto huela a pasado , aún en el caso de que dicho pasado haya permitido poner el punto final a una etapa de color negro tirando a negrísimo.
Reivindicar el cambio social sin reconocer que el cambio social hace tiempo que comenzó supone una absoluta falta de respeto a los ciudadanos que desde diferentes ámbitos, no sólo desde la política, han protagonizado toda suerte de esfuerzos en pro de un avance en el reconocimiento de los derechos individuales sin parangón en la mayoría de los países europeos, para muchos de los cuales España se ha convertido en una suerte de referencia; representa, al mismo tiempo, un ataque en la línea de flotación de la confianza de una sociedad en sus propias posibilidades.
El mesianismo que ha arraigado en los últimos años, abonado por una profunda crisis económica que ha sacado a la luz numerosos casos de corrupción política, se ha marcado entre sus principales objetivos tratar de convencer a la ciudadanía de que nada ha mejorado en las últimas décadas, cuando no que las cosas, horror, han empeorado hasta límites extremos. Y eso, además de una evidente imprecisión, es una ignominiosa mentira .