Antonio Salazar - Impertinencias liberales

Pagadores de impuestos

Los impuestos se llaman así por algo, no son voluntarios

Antonio Salazar

El estado hace unas cosas muy raras que pretende hacer pasar por beneficiosas para el conjunto de los ciudadanos. Aprovechando que está en marcha la campaña del IRPF, han vuelto los anuncios que subrayan la importancia de contribuir para recibir . Y las imágenes muestran a personas que van al colegio, son atendidas en la sanidad pública o están gozosamente jubiladas. Todas parecen felices y el planteamiento se presenta inobjetable. Quizás no deberíamos precipitarnos a concluir, por tanto, que nuestra felicidad se la debemos a un estado proveedor de servicios que, magnánimamente, nos libera de las preocupaciones del cotidiano vivir.

De ahí que se llame contribuyente a lo que en inglés es «taxpayers» o pagadores de impuestos. No existen personas que graciosa y alegremente ceden los recursos que tanto esfuerzo le cuesta ganar a una burocracia carnívora que los malgastará en idioteces de todo tipo bajo el pretexto de que lo hace por nuestro bien . Los impuestos se llaman así por algo, no son voluntarios y la idea misma de la contribución es perversa, porque no es lo mismo contribuir al funcionamiento voluntario de una organización o grupo al que uno pertenezca de manera libre, que ser un obligado tributario al que las contribuciones les son arrancadas por la vía de la fuerza , ese monopolio legal atribuido al leviatán estatal.

Pero en la Agencia Tributaria alguien debería plantearse, más allá de sus cuadros idílicos con súbditos mansos que «contribuyen» para poder recibir, que en esa secuencia hay una falla temporal lógica . Si se debe contribuir para poder recibir, ¿por qué demonios habríamos de percibir nada si nos fuésemos despojados previamente de lo que en esencia nos pertenece? Es ahí donde el estado (minúscula deliberada, al menos hasta que individuo deba escribirse igualmente con mayúscula) muestra su cara más siniestra, porque en realidad lo que hace es dar a unos lo que obtiene de otros, lo que está lejos de corresponder a un vínculo afectivo o cualquier contrato social.

No contribuimos para recibir, lo hacemos porque no nos queda más remedio, el estado no nos pregunta si queremos hacerlo, más bien nos amenaza con sanciones y persecuciones sin fin si decidimos no hacerlo. Esa es la diferencia esencial entre el estado y el mercado, el primero obliga mediante la fuerza, el segundo seduce y apela a nuestra voluntad. El estado nos obliga a pagar educación, sanidad o pensiones que él mismo provee y que jamás compraríamos en un mercado libre . La sociedad tiene mejores y más eficaces formas de relacionarse que las que sufrimos por culpa de una burocracia atroz que vampiriza nuestras fuerzas e impide nuestro progreso y bienestar. Mire a su alrededor, vea a su gobierno y pregunte, ¿puede su felicidad depender de ellos?

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