La relación de Bernardo de Gálvez con las islas se remonta a muchos años antes pues su padre, Matías de Gálvez se trasladó a vivir a Tenerife junto a su mujer, Josefa Gallardo, en 1757 . El joven Bernardo llegó con ellos a la isla con tan solo once años y aquí permaneció hasta 1762, cuando fue reclamado por su tío José de Gálvez e iniciando su fulgurante vida militar.
En los pocos años de su niñez fraguó varias amistades que le acompañaron el resto de su vida y que fueron muy aprovechadas por los isleños. Sus amistades tinerfeñas también se vieron reforzadas por las de su padre, que permaneció en la isla hasta 1778 en cargos muy relevantes.
En 1778 el hermano menor de Matías, José de Gálvez, era ministro de Indias y la persona de confianza de Carlos III para su imperio americano . Y así el destino de Matías pasó por Centroamérica donde combatió y expulsó a los británicos.
Pero lo más significativo fue el traslado de numerosos soldados canarios para dotar los batallones españoles en la Luisiana y su poblamiento por orden de José de Gálvez. Así pues fueron los Gálvez quienes establecieron los primeros asentamientos de canarios en Norteamérica.
Tras la guerra, en 1783, Matías fue nombrado Virrey de Nueva España hasta su prematura muerte un año más tarde. Mientras, su hijo se encontraba en España recibiendo las aclamaciones y el reconocimiento de Carlos III. Siendo conde de Galveston conoció la grave enfermedad de su padre. De regreso, como siempre hacía, recaló en Tenerife recibiendo el reconocimiento del pueblo y de la Real Sociedad Económica de Amigos del País de Tenerife.
En esos días Bernardo tuvo tiempo tuvo para saludar a sus amigos e irse con lo más preciado de la isla; sus vinos. Se le entregó cuatro barriles de vino . A su llegada a La Habana, conoció la noticia del fallecimiento de su padre y se convirtió en 1785 en el nuevo virrey de Nueva España. La gloria de Bernardo eclipsó a la de su padre y la de su tío.
Ha sido él quien pasó a formar parte de la gran historia de España. Tal fue su gran aportación para la independencia americana que los propios padres fundadores ordenaron que su cuadro fuera colgado como homenaje en las paredes del Capitolio.
Ese hecho no sucedió pues por diversos avatares se olvidó durante dos siglos hasta que en 2008 el investigador malagueño Manuel Olmedo Checa redescubrió un documento que demostraba que el Congreso Continental había prometido, el 8 de mayo de 1783, colgar un retrato de Bernardo de Gálvez en su sede como agradecimiento por su ayuda logística y militar en la independencia. Teresa Valcarce Graciani culminó de forma desinteresada y ciertamente épica que el Congreso Americano cumpliera su promesa olvidada.