Santiago Díaz Bravo - Confieso que he pensado

Había una vez

Un circo provinciano refugio de payasos sin gracia

Santiago Díaz Bravo

Los nacionalistas canarios se han pasado décadas acechando todo lo que ocurría en Vitoria y Barcelona. Allí hacían de las suyas quienes ellos tanto admiraban, aquellos que habían logrado hacerse con un asiento en la primera fila de la política nacional. Cada vez que los líderes de sus homónimos vascos y catalanes eran recibidos en La Moncloa, todos los focos se dirigían hacia ellos y el país se paraba. Ocupaban primeras páginas en la prensa madrileña e incluso lograban algún cameo en la internacional. La envidia les corroía . Siempre quisieron ser como ellos.

Ese ansia de protagonismo, esa legítima aspiración de tornar en el galán de la película, cuando menos en el hermano menos agraciado del galán, les llevó a tirar de las matemáticas y sacrificar la ideología en pro del interés electoral. Centristas, conservadores, socialistas y comunistas se unieron bajo el paraguas del localismo a ultranza, pero ni por esas. Tras veinte años de querer y no poder, a lo más que han llegado es a convencer a un tercio del electorado , aunque bien es cierto que tan pírrico apoyo les ha bastado para gobernar mandato tras mandato en no pocas corporaciones locales y mantenerse adheridos como lapas a la administración regional.

Pero las tornas empiezan a cambiar. Si antaño los nacionalistas canarios, y con ellos buena parte de sus votantes, se sentían encandilados por las ocurrencias de sus hermanos mayores catalanes, a quienes tanto respeto profesaban, hoy asisten con suma preocupación a una ópera bufa de dimensiones descomunales , un episodio de la historia de España en la que las vergüenzas del nacionalismo han aflorado sin ambages. Las de los representantes políticos, pero también las de un electorado totalmente desnortado y cómplice de un cúmulo de esperpénticas bufonadas que no parecen tener fin.

En tanto que referentes máximos de lo que el nacionalismo representa, los Mas, Junqueras y compañía están haciendo un flaco favor a sus colegas canarios y de otras regiones. No sólo se están ganando la antipatía de quienes hace sólo unos meses les consideraban una suerte de adalides ideológicos, sino que están mostrando a las claras la inconsistencia de sus planteamientos , el desvergonzado uso de la mentira como arma de defensa ante la corrupción y una creciente incapacidad de pensar en algo diferente a ellos mismos.

Lo que acaece estos días en Cataluña, y lo que probablemente siga acaeciendo en las próximas semanas y meses, se ha convertido en un incontestable varapalo para los nacionalistas en su conjunto, que ya no se atreven a señalar hacia Barcelona como espejo de todas las virtudes de la política, so pena de que se les identifique con un circo provinciano que sirve de refugio a payasos sin gracia.

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