Teatro - Crítica
La calma mágica y la agitada imaginación de Alfredo Sanzol
El Cuyás fue escenario de una comedia divertida y, por encima de todo, crítica y ácida
Calma mágica pero imaginación al poder. A escena, en este caso, pues bien podría ser el lema de Alfredo Sanzol en ‘La calma mágica’ , más que nunca. Una obra en la que realidad y sueño se confunden desde el primer minuto. Mejor dicho, son una misma cosa.
Y su estructura narrativa nos convence exactamente de eso, de que somos puro sueño en marcha, al que sólo hay que dejar salir desde el interior. Y cualquier detonante es válido para ello. En esta ocasión, serán unos hongos alucinógenos.
Pero eso será sólo una excusa para que Óliver descubra algo importante: la necesidad de un ‘puesto seguro’ para así cambiar su vida es una creencia errónea.
Y además, que nada tiene que ver con todo cuanto aguarda en su interior ni su verdadera personalidad. En definitiva, con sus sueños y su necesidad de escapar de esa vida ordenada y segura a la que cree aspirar.
Pero para descubrirlo tendrá que acudir a la entrevista de trabajo más surrealista de su vida, en la que su futura jefa le ofrecerá hongos alucinógenos y le preguntará por su infancia.
Ello le llevará por una realidad paralela de ensoñación, en la que hay hasta disparos de escopeta y elefantes rosas. Bajo sus efectos y entregado a ese viaje, se ve así mismo dormido y frente a un cliente que lo grabará con el móvil.
Éste será el detonante de un conflicto de intereses que lo enfrentará a todos, en el que Óliver intentará por cualquier medio que ese vídeo sea borrado. Pero de todos y cada uno de los destinatarios a los que fue enviado. Las risas de todos son su mayor tormento.
Una escenografía simple, pero mucho dinamismo con entradas y salidas continuas de los actores (lo mismo por la puerta que por una ventana), y un lenguaje extraordinariamente cercano…realizan el certero contagio. Todos se dejan llevar por la magia de la escena.
‘La calma mágica’ es una comedia divertida. Sí, pero por encima de todo, es crítica y ácida. Sencilla pero profunda, capaz de metáforas visualmente llenas de fantasía, pero que hurgan con crudeza en algunos de los agujeros que mantienen perforada nuestra sociedad.
La alucinación esconde más sinceridad de la que algunos esperarían. Y cuestiones como la dignidad de la persona, el derecho a la intimidad o hasta el mismísimo sentido de la vida subyacen con naturalidad en el entorno de dos parejas accidentales.
La ‘causalidad’ de los hongos y la ‘casualidad’ del propio viaje les llevará a compartir dolor, amor y fantasía. Todo a la vez, en una gran metáfora que lleva de la risa a la ira sin análisis psicológicos. Y donde un gran elefante rosa es la mejor metáfora de libertad.