Terrorismo
El asesinato de Giménez Abad (PP) a manos de ETA, impune 15 años después
Su hijo pide mantener viva la memoria de las víctimas: «No consintamos que los asesinos no logren imponer su interesado relato de lo que fue ETA»
Manuel Giménez Abad era presidente del PP de Aragón cuando, el 6 de mayo de 2001, domingo por la tarde, un terrorista de ETA le tiroteó mortalmente por la espalda en presencia de uno de sus hijos , con el que caminaba hacia el estadio de La Romareda para ver jugar al Real Zaragoza. Quince años después, aquel crimen sigue impune . Nadie ha sido juzgado por ese asesinato. Nadie ha sido imputado, ni siquiera identificado como autor material del atentado.
Tiempo después, las Fuerzas de Seguridad desmantelaban el denominado «comando Zaragoza» de ETA y detenían a los terroristas David Pla y Aitor Lorente . Entre la documentación que obtuvo la Policía figuraban datos relacionados con el asesinato de Giménez Abad, incluso detalles compatibles con los itinerarios que solía seguir ese político. Sin embargo, los jueces determinaron que no eran prueba suficiente para imputar a Pla y Lorente por aquel crimen.
Cuando se cumplen 15 años de aquel crimen, uno de los hijos del político aragonés asesinado por ETA, Manuel Giménez Larraz , sigue reclamando justicia. Lo hace en tono pausado, pero rotundo: «Lo que esperamos en primer lugar, porque es lo más elemental, es que identifiquen, detengan, juzguen y condenen a los responsables de la muerte de mi padre».
«Confío plenamente en el trabajo que hacen las Fuerzas de Seguridad, y no es una frase hecha» , remarca Giménez Larraz. A renglón seguido, explica a ABC que, como víctimas de ETA, esperan también que la sociedad española y sus políticos no olviden nunca lo que fue el terrorismo etarra, la sangre que derramó y lo que persiguió con sus crímenes.
Las víctimas y el olvido
«En nuestro caso en particular, no hemos sentido olvido. El recuerdo se mantiene vivo y cada año se celebra un acto institucional en las Cortes de Aragón en homenaje a la figura de mi padre», indica Giménez Larraz. «Pero –matiza–, desde una perspectiva más general, sí es cierto que las víctimas de ETA se van desdibujando en la memoria democrática colectiva ». Y lo lamenta. Considera, comprensivo, que esto quizás sea un fruto lógico del fin del terrorismo etarra, aunque aún no se haya disuelto la banda.
«Que la resonancia de la voz de las víctimas se vaya apagando es, probablemente, la consecuencia lógica del fin del terrorismo de ETA». Pero, pese a ello, lo que más le preocupa no es eso, sino que al final la órbita proetarra y su brazo político ahora instalado en las instituciones pueda llegar a ser considerado como un sujeto de igual a igual con los demócratas a los que ETA puso como objetivo de sus atentados. «Debemos mantener viva la memoria de lo que fue el terrorismo etarra y no permitir que los asesinos nos impongan su relato del pasado» , subraya Giménez Larraz.
Otegi y las «lágrimas de cocodrilo»
Preguntado sobre qué le parece el eco que se le ha dado en el Parlamento Europeo al exetarra y ahora cabeza visible de Arnaldo Otegi , el hijo de Giménez Abad lo interpreta como síntoma de la «fragilidad de la cultura democrática».
«De los días posteriores al asesinato de mi padre tengo dos recuerdos especialmente grabados en mi memoria: uno fue la manifestación multitudinaria que hubo en Zaragoza dos días después para condenar el crimen; el otro, ese mismo día, las declaraciones de Otegi diciendo, respecto al asesinato de mi padre, algo así como que menos lágrimas de cocodrilo y más soluciones al conflicto». Dice Giménez Larraz que «el hecho de que una persona con esas credenciales éticas y cívicas, que fue condenado y encarcelado por terrorismo, esté siendo paseado y promocionado en el Parlamento Europeo no habla precisamente bien de la conciencia democrática de una sociedad , y quizás sea fruto de esa costumbre española de anteponer la ideología a los valores comunes de los demócratas».
En un sentido más amplio, que la órbita política proetarra haya acabado instalada en las instituciones, legalizada como actor político, Giménez Larraz lo considera un síntoma –y a la vez consecuencia– «de esa fragilidad de nuestra cultura democrática».