Enquiridión
Escenarios
Pongamos, por simplificar, que Feijóo obtiene sobre Sánchez una ventaja neta, si bien insuficiente. Se abren a partir de ahí dos escenarios probables
¿Qué ocurrirá tras el 23J? Pongamos, por simplificar, que Feijóo obtiene sobre Sánchez una ventaja neta, si bien insuficiente. Se abren a partir de ahí dos escenarios probables. Uno: gracias a Vox, Feijóo se convierte en el próximo presidente del Gobierno. Dos: los números ... no dan y vuelve a instalarse en el poder la mayoría Frankenstein, con Sánchez a la cabeza. El último escenario no resulta especialmente alentador. No solo porque hemos terminado sabiendo lo que Sánchez da de sí, sino porque no parece verosímil que Bildu y Esquerra, imprescindibles para completar la anatomía del monstruo, no reclamasen sendas consultas en el País Vasco y Cataluña. Ello dejaría a Sánchez en la alternativa de pasar por el aro o dimitir. Pero no, no dimitiría: así como no concebimos a Bildu y Esquerra desaprovechando la ocasión de darle una patada al tablero, tampoco logramos imaginar al presidente dando su brazo a torcer y resignándose a dejar voluntariamente La Moncloa. Desenlace: España abandonaría el esquema del 78 para adentrarse en aguas desconocidas.
Es menos dramática, pero tampoco atractiva, la hipótesis de un Feijóo que consigue llegar al poder por los pelos. Suponga el lector, y seguro que no le costará demasiado esfuerzo hacerlo, que Sánchez decide responder desde la oposición moviendo la calle. Nos encontraríamos, como mínimo, con que al gallego le iba a resultar difícil, muy difícil, ir más allá de la llamada «derogación del sanchismo»: supresión de la Ley de Memoria Democrática, reinstalación del delito de sedición, reforma de la ley trans, etc. Todas estas revocaciones son de primera necesidad, y para ellas sí contaría con el apoyo de Vox. Pero se necesita además contener el gasto público, reformar las pensiones, modernizar la Administración y otras cosas de parecido tenor. ¿Contribuiría Vox con sus escaños a la promoción de dichas medidas? Yo creo que no.
Vox está condenado a ser un partido populista, no solo porque cuenta ya, como todos los partidos europeos de extrema derecha, con un seguimiento significativo entre las antiguas y radicalizadas clientelas comunistas y socialdemócratas, sino por su perfil moral. Se trata de una formación que adquirió consistencia en una situación de catástrofe colectiva: la provocada por el intento secesionista de 2017. Muchos militantes de Vox, cuando echan la imaginación a volar, se ven a sí mismos disputando la calle a comunistas y separatistas, o volviendo la Constitución como un calcetín. Pero la gobernanza… es otra cosa. Una cosa más técnica, más aburrida.
El resultado es que el programa económico de Vox, sobre el que este diario ofrece hoy algunas pinceladas, ocupa un franco segundo plano. Y no porque Vox haya decidido hurtarlo a la vista (eso es lo que, ¡ay!, cabe reprochar al PP), sino, porque, decididamente, se siente mucho más incitado por la ideología que por la intendencia. De resultas, a Feijóo no le quedaría otra que gobernar en lo económico, social o incluso institucional, sin socorros desde su derecha y contra una izquierda tumultuosa. Mal asunto.
Para que se abra un paisaje más prometedor que los dos anteriores tendrían que cumplirse, como mínimo, tres premisas. Uno, que la victoria de Feijóo, o de este en combinación con Vox, fuera lo bastante contundente para que Sánchez tuviera que desaparecer, no ya del poder, sino de la vida pública. Dos: que el PSOE se reconstituyera como un partido para cooperar. Tres: que lo hiciera con la celeridad suficiente. Estoy persuadido, por lo que dice y por algunas cosas que ya ha hecho (Barcelona, Vitoria, Diputación de Guipúzcoa), que Feijóo ha apostado por proyectarse hacia el centro con fines que rebasan el mero oportunismo electoral. Ahora bien, necesita una contraparte en la izquierda. Ojalá suene la flauta.
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