Luis Herrero - Pincho de tortilla y caña

El lío y la pachorra

No entiendo la tesis de que el «prusés» ha quedado desacreditado ante el mundo por la chabacanería de su comportamiento formal. Yo creía que lo que de verdad le desacreditaba era su propósito de actuar al margen de la ley

LUIS HERRERO

Sí, es verdad: lo que ha pasado estos días en el Parlament de Cataluña pasará a la historia como la crónica bufa de una patraña perpetrada por bucaneros de tierra firme. ¿Y qué? Un empujón no debería escandalizarnos más que un atropello. Que un verdugo lleve a empellones hasta el cadalso a un reo injustamente condenado no es más grave que el hachazo que le provoca la muerte. ¿O acaso los golpistas catalanes se hubieran convertido en demócratas por el mero hecho de cuidar la liturgia formal de su fechoría? Puigdemont y su banda han consumado la amenaza de evacuar el vientre sobre la Constitución. Todo lo demás es lo de menos. ¿O de verdad nos repugna más la boñiga del Parlament que el hecho de que la Carta Magna se haya convertido en una letrina?

No entiendo la tesis de que el dichoso «prusés» ha quedado desacreditado ante el mundo por la chabacanería de su comportamiento formal. Yo creía que lo que de verdad le desacreditaba era su propósito de actuar al margen de la ley. No hay democracia sin respeto a la ley, dijo Rajoy el jueves. Y tiene razón. Bueno, pues el independentismo lleva años sin respetarla. Ahí están las reiteradas advertencias del TC y las actuaciones de los tribunales de justicia que lo demuestran. De ese hecho sólo cabe concluir que la democracia no murió en Cataluña el miércoles pasado, como declaró enfáticamente Soraya Sáenz de Santamaría tras contemplar, horrorizada, las grotescas escaramuzas de Carmen Forcadell para sacar adelante las leyes sediciosas. Había muerto mucho antes.

Murió cuando el Estado desistió de defenderla: al permitir el adoctrinamiento sistemático en lo antiespañol, el incumplimiento de la sentencias judiciales, la inmersión lingüística obligatoria, la exigencia de rotular los negocios en catalán, la ocultación de los símbolos constitucionales y, desde luego, la conspiración golpista a plena luz del día. Esa fue la puñalada de gracia. El argumento para justificar tanta inacción siempre ha sido el mismo: había que evitar que al calor del victimismo la causa independentista se poblara de adeptos. Sin ese combustible, según sus cálculos, el convoy del «prusés» no tendría suficiente potencia para consumar el desafío. Pero sus cálculos, una vez más, han sido calamitosos. Rajoy tiene como pitoniso el mismo porvenir que como trapecista. Ni la previsión ni la intrepidez son, desde luego, sus mejores virtudes.

¿Y ahora quién le pone el cascabel al gato? Al Gobierno le hubiera gustado que los magistrados del TC hubieran asumido la responsabilidad de suspender en sus funciones a Forcadell, a los miembros de la Mesa que hicieron posible la tramitación de las leyes sediciosas y a los miembros del Gobierno catalán que firmaron, con nocturnidad y alevosía, la convocatoria del referéndum. Hubo presiones en ese sentido hasta el miércoles por la noche. Pero los togados del TC se negaron en redondo a sacarle a Rajoy las castañas del fuego y se limitaron a suspender los acuerdos del Parlament y a advertir a 948 alcaldes y a 62 cargos de la Generalitat que no pueden participar en la organización del referéndum del 1 de octubre. El mensaje es muy claro: si Rajoy quiere quitar de en medio a los responsables políticos del golpe de Estado tendrá que ser él quien de la orden. Nadie se manchará las manos en su lugar.

¿Pero lo hará? Ni le apetece hacerlo ni tampoco Sánchez y Rivera le animan a que lo haga. Frente a la unidad beligerante de los golpistas, lo que sobreabunda en las filas de los defensores de la Constitución es la pachorra asilvestrada. Rajoy odia los líos, Sánchez no quiere pasarse de frenada para no enemistarse con gente a la que va a necesitar en un futuro cercano y Rivera parece más empeñado en convertir a Inés Arrimadas en la novia del bautizo, a través de una moción de censura disparatada, que a Puigdemont en el muerto del entierro. Si la respuesta proporcional a lo que ha pasado estos días en Cataluña tiene que salir de la acción conjunta de PP, PSOE y Ciudadanos, pincho de tortilla y caña a que la montaña parirá un ratón y los independentistas se lo comerán con patatas.

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