Wonder Cataluña

Cataluña ha vivido una Navidad igual a todas las demás y el lazo amarillo ha sido todo folklore y ninguna piedad

Lazos amarillos en una calle de Barcelona para pedir la libertad de los presos independentistas EFE
Salvador Sostres

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Tal vez Wonder Wheel, la última película de Woody Allen, sea la historia más triste del mundo, con su protagonista convertida en la autora de la tragedia de su propia vida. También Cataluña pudo ser otra cosa pero eligió el precipicio: y los votantes de Puigdemont son la camarera que por desesperación se enamora del socorrista creyendo que los demás son los culpables o los salvadores de su vida, cuando en realidad sólo nosotros decidimos nuestro destino.

Cataluña ha vivido una Navidad exactamente igual a todas las demás y el lazo amarillo ha sido todo folklore y ninguna piedad. La aplicación del artículo 155 ha dejado las cosas claras, Carme Forcadell no quiere volver a ser la presidenta del Parlament por lo que pudiera pasarle –aunque la decisión definitiva todavía no la ha tomado– y Junqueras será el día 4 ante el juez todo lo explícito que pueda ser en su renuncia a cualquier ilegalidad para salir del cárcel. La noticia de que 13 profesores catalanes serán juzgados por haber hecho en clase comentarios inadecuados a hijos de la Guardia Civil indica igualmente el fin de la impunidad, tras tantos años de intimidación y barbarie.

El lazo amarillo ha sido una coquetería tribal sin ninguna profundidad y, como siempre en estos casos, sin ningún pago, y así Artur Mas le han embargado la casa porque con la miserable aportación de la hiperbólicamente llamada «caja de resistencia» de la ANC no llegó ni para la mitad de la multa. Con dos euros por votante del 9N hubiera bastado.

Wonder Cataluña, tomando siempre las decisiones equivocadas y quejándose luego de los demás. Wonder Cataluña, agradeciendo la aplicación del 155 en su quehacer diario y proclamándose independentista los días de votar. La falsa promesa del regreso de Puigdemont, que todo el mundo sabía que era falsa. La decadencia económica, que los independentistas la notan igual que todos los demás pero la niegan para continuar aferrados a su fantasía.

Y luego esta gran indiferencia, egoísta, cínica, de pueblo destruido que no merece su destino, esta frivolidad infinita de premiar al pirómano y de castigar al que realmente se juega el tipo, de presumir de ser «soldados» cuando a la hora de la verdad comen sólo el quesito del ratoncillo.

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