«Lo vemos como un pobre chaval, no como quien mató a nuestro hijo»
Primer encuentro restaurativo entre un condenado por asesinar a un joven en la Feria de Abril y los padres de su víctima
Jesús, de 32 años, llegó temblando a un despacho de la sevillana Plaza de España. Nada más entrar se echó a llorar como un niño mirando al suelo, incapaz de abrir los ojos al pasado que le persigue. En esa sala le esperaban el pasado ... día 14 Jorge y Reyes, los padres de Juan, a quien hace once años partió el corazón con un cuchillo jamonero una noche de la Feria de Abril. «Mi mujer se levantó y lo abrazó. Yo le di la mano. Siguió llorando y nos pidió perdón», cuenta Jorge, ese padre que no ha dejado anidar el odio tras perder a su hijo de 19 años. «Era un ser especial que iluminaba con su alegría el lugar en el que entrara».
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«No os puedo ni mirar a la cara», les dijo Jesús cuando logró recomponerse. Los tres, el asesino, y las víctimas habían llegado casi al final de un camino doloroso e incomprensible para muchos: el primer cara a cara del taller de diálogos restaurativos que comenzó el año pasado en la prisión de Morón, la «vía Nanclares» que se puso en marcha para los presos etarras, trasladada a los delitos comunes.
Lo leyeron en ABC
ABC escuchó las historias de Jesús y de otros tres internos en un aula de esa cárcel en febrero de la mano de José Castilla de la Asociación andaluza de mediación (Amedi). Todos habían llevado la ruina a muchas familias inocentes y se habían abierto en canal al reconocerlo. «A nadie se le pasa por la cabeza que le va a quitar la vida a otra persona. Solo quien ha matado sabe cómo se siente», confesaba Jesús, que en una trifulca por una chaqueta acabó convertido en asesino. «Estábamos borrachos, volaron las botellas y los golpes. Le lancé una cuchillada al pecho» . Luego huyó. En 2012 fue condenado a 18 años de prisión. Antes del taller empezó a cartearse con Reyes, la madre de su víctima.
En febrero, 18 presos habían concluido la primera parte del taller e Instituciones Penitenciarias con la Fiscalía de Sevilla preparaban la segunda: localizar a las víctimas y ofrecerles hablar con quien les robó la vida. Llegó la pandemia y la parálisis. Pero Jorge y Reyes leyeron el reportaje de este periódico y localizaron a Castilla. En mayo y junio, el mediador mantuvo encuentros por separado con los padres y con el interno. Acordaron que cuando Jesús saliera de permiso se celebraría el cara a cara.
«Nosotros vivimos de nuestra fe y esa fe nos dio la respuesta. Al tener delante a Jesús lo vimos como un pobre chaval, no como a un homicida, la persona que nos quitó a nuestro hijo», explica Jorge con una serenidad que desarma. Admite que antes del crimen de Juan era una persona rencorosa, pero su fe y su familia les sostuvieron. «Jesús se ha equivocado y nos ha pedido perdón. Nuestra intención es que él vaya rehaciendo su vida y parece que lo está consiguiendo».
Esa cita vital de lágrimas, perdón, arrepentimiento y emociones desbordadas tuvo lugar en el despacho de Myriam Tapia, coordinadora territorial de Andalucía de Instituciones Penitenciarias y antes subdirectora general de Medio Abierto y Penas Alternativas, una de las grandes impulsoras de la justicia restaurativa. «Al cabo de 30 años como penitenciaria se ha convertido en mi razón de ser. No solo se cumple una pena con el ingreso en prisión, tiene que haber un cambio en la persona y las víctimas no pueden quedar olvidadas », afirma rotunda. «Asumir el delito y pedir perdón».
Ella participó de esa emoción en la antesala de su despacho. Castilla fue el hilo conductor entre los tres protagonistas. «Las posibles reticencias las rompió el abrazo y el llanto. Los padres le preguntaron por su vida en la cárcel, lo que hacía en los permisos. Querían saber por qué durante el juicio no admitió ser el autor de la puñalada que mató a su hijo cuando trataba de poner paz entre dos grupos».
Las palabras se quedaron cortas. Juan tocaba la guitarra y bailaba -«parecía un gitano de Triana»- rememora su padre. «Entre dos aguas», de Paco de Lucía formó parte de esas tres horas de mirar al dolor y al futuro a la cara. Habían buscado una canción que simbolizara el cambio vital.
«Ahora tenemos más paz»
Jesús sostuvo una foto de Juan en silencio, escuchó por boca de sus padres que era un futbolista prometedor (una pasión compartida), que pasaba por la vida disfrutándola en cada momento. «Es como si Juan barruntara que no iba a vivir mucho y no quería perdérsela», dice Jorge. «Lo único que hizo fue poner paz, con la mala suerte de que le pasó a él». Sin aquel puñal, de edad y aficiones comunes, incluso podrían haber sido amigos. Pero Jesús lo mató sin saber nada de él.
«Si me acuerdo de mi hijo, me voy a acordar de ti» , le confesó Reyes, ella sí mirándolo a los ojos, y le hizo una petición, además de que encarrile su vida: que les escriba una carta a sus otros dos hijos. Los hermanos de Juan no asistieron al encuentro. «Nosotros tenemos paz, pero después de esto mucho más», dice Jorge. Jesús acarrea su cuenta pendiente vitalicia, como la llama, ahora apaciguada por el perdón de aquellos a quienes rompió la vida.
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