El rescate
«Ocurrió el 6 de junio de 1983 y el artífice de este final feliz fue el íntimo amigo y socio de Diego Prado, el Jefe del Estado, el Rey de España»
La noticia de que «La Zarzuela» pagó a ETA el rescate de Diego Prado es tan demoledora y terrible, que se ha publicado junto a una fotografía también estremecedora en la que se palpa el sufrimiento tanto del propio secuestrado, con la mirada ausente, como de los familiares que lo rodean: sus hijas, que después de semanas de padecimiento, al fin, sienten el alivio del regreso al hogar de su padre. Ocurrió el 6 de junio de 1983 y el artífice de este final feliz fue el íntimo amigo y socio de Diego Prado, el Jefe del Estado, el Rey de España.
La banda asesina ETA ha secuestrado a setenta y nueve personas. De ellas, la mayoría pagaron el rescate y fueron liberadas, doce sin embargo fueron asesinadas por la banda. Especialmente trágico fue el crimen de Javier Ybarra, oculto en un monte bajo tierra durante un mes y terriblemente torturado. En escasas ocasiones, el Estado venció a ETA sin contrapartidas. Es imposible olvidar la liberación de José Antonio Ortega Lara por la Guardia Civil después de quinientos treinta y dos días oculto en el subsuelo de una siniestra nave de Mondragón y la sensación colectiva de orgullo que por unos días todos los españoles sentimos, antes de la terrible venganza que ETA se cobró con el secuestro y asesinato de Miguel Ángel Blanco.
Doscientos seis han sido los guardias civiles que han caído defendiendo a la nación española, ciento cuarenta y nueve policías nacionales, ochenta y seis militares, treinta y dos políticos, y también cuarenta y ocho miembros de otros cuerpos como policía municipal, policías autonómicos y profesionales de la administración de justicia, además de ciudadanos civiles a los que, a lo largo de cincuenta años, esos miserables criminales han truncado sus vidas sin compasión. Nadie los salvó. Nadie podía salvarlos porque ellos mismos, muchos de ellos servidores públicos, sabían que, si fuera preciso, tenían que entregarlo «todo» por esa Patria a la que un día juraron servir hasta morir. Y lo hicieron. Con honor y valentía, en defensa de todos nosotros, de España y de nuestra libertad.
A ellos sus familias solo pudieron llorarles, y en los años ochenta, en soledad y abandono. De ellos no existen fotografías de reencuentros, solo de duelo y dolor y también de entereza y de orgullo por su entrega y sacrificio.
Hace pocos días, en el desfile de la Hispanidad pudimos escuchar sobrecogidos el homenaje castrense a los Caídos por España: Lo demandó el honor y obedecieron, los requirió el deber y lo acataron; con su sangre la empresa rubricaron, con su esfuerzo la Patria engrandecieron. Fueron grandes y fuertes, porque fueron fieles al juramento que empeñaron. Por eso, como valientes lucharon, y como héroes murieron. Por la Patria morir fue su destino, querer a España, su pasión eterna, servir en los Ejércitos, su vocación y sino. No quisieron servir a otra Bandera, no quisieron andar otro camino, no supieron vivir de otra manera. No son palabras huecas, las Fuerzas Armadas las llevan cinceladas en el alma.
Por eso, conocer que el Jefe del Estado, a quien el artículo 61 de la Constitución le confiere la función primordial de guardar y hacer guardar la Constitución y las leyes, y el artículo 62 le otorga el mando supremo de las Fuerzas Armadas, facilitó el dinero a los terroristas para que su amigo fuese liberado, es un golpe imposible de asimilar. Porque ETA usó el dinero de los rescates para matar, para matar a españoles y para matar a miembros de las Fuerzas Armadas, servidores públicos cuyo mando supremo ostenta la Corona.