Mayte Alcaraz

Las uvas de la ira de Carmena

Mayte Alcaraz

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Dicen que Manuela Carmena no cree en Dios. Madrid sí. Si Dios está en Lope, Góngora o Quevedo. Si habita en las yemas de los dedos que guiaban la pluma de Mesonero Romanos, si está en las huertas del Prado, de cuyas fuentes decía Cervantes que «manan néctar» y «llueven ambrosía», en los corrales de comedia, en la fritanga, en los toros y en las corralas. Si sobrevive en los infiernos de Madrid, desde la Cañada Real a las pensiones marginales del centro. Si resiste en el poblachón manchego, mezcla de Navalcarnero y Kansas City, que enamoró a Cela o en el agua limpia, Madrid, para tus ojos limpios, que cantara García Montero. Un poeta que, como usted, quiso ser alcalde de Madrid.

Porque en Madrid somos así de chulos, señora Carmena, nos sobran poetas para ser alcaldes y nos sobran alcaldesas que ensucian la ciudad y no solo de envoltorios de helado. La alcaldesa que no cree en Dios. Ni siquiera en el que habitaba un 10 de julio en la limpia mirada de un albañil de apellido Blanco que volvía a su casa en Ermua, para almorzar comida caliente y obrera y se encontró con la fría ausencia de un hijo, encerrado en un coche frío, conducido por un asesino frío, que le mandaría con dos tiros a una morgue fría para terminar, frío y sin pulso, descansando para siempre en la tierra gallega y fría de sus padres.

Y para ser recordado, fría y mezquinamente, por una alcaldesa que hace magdalenas de azúcar y odio, que cambia nombres de calles de hace ochenta años para vendimiar las uvas de la ira en Madrid y olvida a los inocentes y mártires que ETA mató hace veinte años, cuando los asesinos regaban de sangre las calles que hoy la alcaldesa asfalta con alquitrán e impuestos de todos. Ella, que nos había hecho creer que los muertos se le daban tan bien.

Porque Carmena no cree en Dios ha decidido colocar a Madrid a las afueras de Dios, traicionando las lágrimas de los madrileños aquel julio de 1997, las gargantas desgarradas de tanto llamar a Miguel Ángel, las manos encaladas pidiendo al sol madrileño que detuviera la tragedia, los pies cansados de aguantar firmes la vigilia de la muerte. Porque aquellos ojos, aquellas gargantas, aquellas manos, aquellos pies, eran de madrileños a los que usted, con su tibia presencia en los actos de ayer, ha mandado a negro. Por eso la abuchearon, aunque se pintara las manos de blanco. Había Orgullo en Madrid hace una semana, colgado de una multicolor lona en el Palacio de Carmena, y hoy hay vergüenza. Justa respuesta a la traición de una alcaldesa.

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