Unidas Podemos se extingue y se postula a un papel 'secundario' en el proyecto de Díaz

Podemos pierde apoyo en territorios donde las marcas regionalistas y nacionalistas la superan

La vicepresidenta insiste en el carácter «ciudadano» de su candidatura y relega a los partidos a «herramientas» situadas en segundo plano

La ministra de Derechos Sociales y Agenda 2030, Ione Belarra, durante la presentación de su candidatura a liderar la formación morada, en 22 de mayo de 2021 Europa Press

Gregoria Caro

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[La 'nueva política' entra en crisis antes de cumplir una década. Podemos y Ciudadanos afrontan el futuro sin sus dos fundadores, Pablo Iglesias y Albert Rivera y con el peor apoyo electoral de su historia. El partido de Ione Belarra se tendrá que diluir en el proyecto de Yolanda Díaz y Arrimadas aspira a resistir como formación urbana minoritaria. Lea aquí el caso de Ciudadanos]

Esta es la historia de un partido venido a menos; y aquí están los datos. De 2015 a 2016, Podemos perdió un millón de votantes en la repetición de las elecciones generales (coincide aquí que pasan de presentarse solos a ir en coalición con Izquierda Unida). En abril de 2019, la fuga de electores fue a más: cayeron a 3.732.929. Con la repetición de noviembre, ese mismo año, lo empeoran: 3.119.364. El desplome es un hecho. En representación en el Congreso: de 71 a 35 diputados en cuatro años. Y la ruina se expande a nivel autonómico; en el último ciclo electoral pierden apoyos en (casi) toda España.

Unidas Podemos entra en el Gobierno de coalición con su peor resultado histórico, pero con la esperanza de revertir la caída en picado a golpe de «políticas progresistas». Nada. De 2019 a día de hoy, quedan demostradas dos cuestiones: el declive de Podemos no lo evita Pablo Iglesias convirtiéndose en el vicepresidente segundo de un Ejecutivo de coalición con el PSOE, y tampoco salva a nadie abandonando la política, ya convertido en un disolvente más que en movilizador. «Ya no contribuyo a sumar», dijo en su adiós.

Castilla y León, la despedida

En 2019, en Castilla y León, Podemos e Izquierda Unida lograron 68.787 y 31.575 votos, respectivamente y presentándose por separado. Este 13 de febrero, en coalición, perdieron uno de sus dos procuradores y obtuvieron 61.290 papeletas. Lo que significa que juntos les votaron menos que al partido morado separado tres años antes.

También se vieron perjudicados por la participación de las plataformas Soria ¡YA! y Unión del Pueblo Leonés (UPL). «Es una realidad que hemos tenido un retroceso», admitía el candidato Pablo Fernández, a la sazón portavoz de la Ejecutiva de Podemos. Y no solo se refería a los resultados en su comunidad, sino que respondía al ser preguntado por la caída generalizada.

El tema es que desde que llegaron al Gobierno hasta el adelanto de Castilla y León se habían celebrado comicios en cuatro comunidades autónomas y en todas admitían tener que hacer «autocrítica» después de unos resultados negativos en comparación con los anteriores. En 2020, desaparecieron del Parlamento gallego. Un duro golpe. De tener 271.418 votos y 14 diputados bajo el paraguas de En Marea a recoger solo 51.630 con las siglas Galicia en Común, puñado que no les sirvió para resistir con representación.

El País Vasco celebró sus elecciones también en 2020 y allí también perdieron poder: de 157.334 votos a 72.113, apoyos que se traducen en un bajón de 11 a 6 escaños. Respecto a los comicios catalanes de febrero de 2021, Podemos y En Comú Podem dicen estar «satisfechos» porque mantuvieron sus ocho escaños en el Parlament. Sin embargo, la pérdida de votos allí es incuestionable: de 326.360 a 194.626. En estos tres territorios se da la circunstancia de que según pierde peso Podemos, lo va ganando la alternativa regionalista y nacionalista de izquierdas; véase a BNG, Bildu y ERC.

Planteamiento del nuevo proyecto

Iglesias se presentó el año pasado a las elecciones en la Comunidad de Madrid para intentar frenar esta tendencia y evitar un gobierno regional del PP. Venían de haber sufrido en la capital con la aparición de Más País y las encuestas advertían de que podían desaparecer. Iglesias se lanzó y mejoró los resultados: de 181.231 votos a 261.010, de 7 escaños a 10. Pero no consiguió frenar a la derecha y dimitió. Los datos de las otras urnas autonómicas de 2019 son también negativos. Menos Andalucía, donde fueron con otro nombre y sello, hoy dinamitado.

Pero este 13-F constata las dificultades de Podemos para recuperar una marca que agoniza. Fueron las primeras elecciones sin Iglesias (era esa la solución, ¿no? Dar paso a nuevos liderazgos...), y ni la reforma laboral ni la subida del SMI a mil euros anunciada a pocos días de votar sirvió de dinamizador. Este escenario facilita a la vicepresidenta segunda, Yolanda Díaz, el planteamiento de su nuevo proyecto, aunque esta debilidad también le afecta porque son una pata del mismo. El «proceso de escucha», de configuración, empezará a final marzo o principios de abril.

El día después de las elecciones, la vicepresidenta lo sugería en Twitter. A modo de reflexión postelectoral, Díaz pedía un «nuevo proyecto de país», dando por cerrado el ciclo de Unidas Podemos: «La ciudadanía que quiere cambios (...) Solamente tenemos que mirar al lugar correcto y estar a su altura». Solo asistió a un acto de campaña en la que, por cierto, no tuvo ningún ningún poder de decisión.

Podemos entiende que su futuro consiste en formar parte de su candidatura. Pero la tensión por el mayor protagonismo posible enfrentan a la dirección con la vicepresidenta, que no tiene cargos orgánicos. Iglesias presiona desde fuera para que Podemos tenga hueco preferente. Pero Díaz quiere que los partidos sean «secundarios».

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