Curri Valenzuela
La última cena
El presidente del Gobierno se trasladó ayer a Galicia, cumplido el trámite de recibir a los tres líderes que aspiran a sucederle
Mariano Rajoy está «a verlas venir». Albert Rivera, que ya le va conociendo, expresó así su opinión ante un grupo de periodistas sobre la actitud del presidente del Gobierno después de entrevistarse con él el pasado lunes. Y para verlas venir, nada mejor para él que hacerlo desde Galicia, a donde se trasladó ayer en compañía de su mujer y sus dos hijos, cumplidos ya los trámites de recibir a los tres líderes políticos que aspiran a sucederle y que le obligaron a pasar la Navidad en Madrid en contra de su costumbre.
El mismo lunes por la noche el presidente celebró otro ritual: la cena navideña de todos los miembros del Gobiern o con sus cónyuges en el comedor de gala de La Moncloa, adornado para la ocasión, de la que los ministros solo revelan que resultó muy agradable y muy entretenida, lo que sin duda significa que se lo pasaron bien pero que no piensan hacer públicas las bromas que se gastaron entre ellos a cuenta de lo que será la última reunión de ese tipo para muchos de los asistentes, si no para todos.
Falta de sintonía con Pedro Sánchez
A Rajoy, eso sí lo cuentan, le encontraron de buen humor. Los colaboradores del presidente lo ratifican: después del disgusto inicial tras la victoria, tan corta, de las elecciones generales, está haciendo gala de lo que quienes le admiran consideran un carácter muy equilibrado y sus detractores una excesiva parsimonia. Solo le han visto crispado tras entrevistarse hace una semana con el secretario general del PSOE, Pedro Sánchez.
Con Rajoy «es difícil llevarse mal -dice una persona próxima al presidente- y Sánchez lo ha conseguido », como quedó de relieve en el cara a cara televisado entre ambos. Cuando se sienta en la butaca blanca del gran salón de visitas de La Moncloa, decorado en plan minimalista por Rodríguez Zapatero, logra el mismo efecto que consiguió en el plató de televisión a base de mostrarse desconfiado, suspicaz y agresivo frente a un Rajoy que confiesa haberse sentido engañado por él en demasiadas ocasiones.
La naturalidad de Pablo Iglesias
Es casi lo contrario de lo que le ocurre al presidente con Pablo Iglesias, con quien se entrevistó el lunes el doble de tiempo del que Rajoy invirtió una semana antes para hablar con el dirigente socialista, a pesar de que ambos le contestaron con un rotundo «no» a la petición de que le permitan ser investido para sucederse a sí mismo.
El líder de Podemos trata al presidente en funciones con la misma naturalidad con la que se expresa en una tertulia televisiva y Rajoy es igual de franco con él, cuentan en Moncloa, donde no olvidan que el primer SMS de solidaridad que este recibió después de la bofetada en un paseo electoral por una calle de Pontevedra fue el de Pablo Iglesias. Dicho de manera coloquial: entre ellos no hay mal rollo, quizás porque son tan distintos. Puede que porque no tienen mucho que ver pero se tratan sin competir en nada.
Buen feeling con Albert Rivera
También existe buen feeling entre Rivera y Rajoy, lo que quedó patente desde la primera de las entrevistas que ambos mantuvieron después de las últimas elecciones catalanas. En aquella ocasión el presidente guió a su invitado en un tour por los jardines de La Moncloa, incluida la pista de baloncesto, no se sabe si porque tenía más tiempo libre o porque por aquel entonces el líder de Ciudadanos tenía muchas papeletas de convertirse en su socio de Gobierno. Ahora sigue manteniendo con él una relación agradable, de bastante confianza, aunque esa posibilidad haya desaparecido.
La actitud de «verlas venir» de Rajoy que Rivera apreció y en la que el presidente se mantendrá hasta que vuelva a Madrid para asistir a la Pascua Militar el día de Reyes se refiere sobre todo a la movida del PSOE, que en Moncloa se sigue minuto a minuto y se interpreta como una desautorización del secretario general en toda regla. De su desenlace depende la reelección de su inquilino. Como para perdérselo.
