Traje de campaña

Si no suman las tres derechas, la próxima legislatura será más corta que el rabo de una boina

El Secretario de Estado de Comunicación Miguel Ángel Oliver, durante la rueda de prensa ayer en el Centro Nacional de Datos en Madrid Efe
Luis Herrero

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Pase lo que pase esta noche en las urnas, las elecciones generales de 2019 ya han dejado un titular previo: su campaña ha sido la más rara de la historia. La sopa de siglas con derecho a escaño nunca había sido tan variada. En buena parte del país, si incluimos las propuestas particularistas en el zurrón de la izquierda —BNG,PNV, Bildu, Geroa Bai, ERC, PdeCAT, Compromís—, los ciudadanos tienen al menos tres ofertas por bloque. De ahí que se haya hablado tanto de los indecisos. Todavía hay muchos electores rascándose la cabeza. No descarto que alguno acabe lanzando una moneda al aire para elegir su papeleta.

La complejidad de la reflexión nunca ha sido tan intrincada. Hasta ahora, para decidir el voto, bastaba con responder a una sencilla pregunta: ¿quién quiero que gobierne? En estas elecciones, en cambio, a juzgar por los mensajes que han lanzado los propios candidatos, la cuestión fundamental ha sido otra: ¿qué debo hacer para evitar que gobierne quien no quiero que gobierne?

Mensaje de Sánchez: voten al PSOE, aunque no les hayan gustado mis amistades peligrosas, porque soy el único antídoto eficaz contra la ultraderecha rampante. Es decir, vótenme a mi para que no gobierne Vox.

Mensaje de Iglesias: voten a Podemos, aunque les haya defraudado mi progresivo aburguesamiento, porque soy el único que puede evitar que el PSOE pacte con la derecha y le eche agua al vino de la política social. O sea, vótenme a mí para que no gobierne Ciudadanos.

Mensaje de Casado: voten al PP, aunque mi partido haya dejado tirados a sus votantes durante los últimos años, porque soy el único que puede garantizar, con la ley d’hont en la mano, que millares de votos conservadores no se conviertan en papel mojado. Esto es, vótenme a mí para que no gobierne el PSOE.

Mensaje de Abascal: voten a Vox, aunque acabe de llegar y no tenga mimbres para hacer el cesto, porque soy el único que no incumplirá sus promesas electorales y expulsará de la derecha a los políticos que ya han demostrado que no son de fiar. En consecuencia, vótenme a mí para que no gobierne el PP.

Mensaje de Rivera: voten a Ciudadanos, aunque no sea ni carne ni pescado, porque soy el único capaz de sacar a este país de la dinámica guerracivilista de los rojos frente a los azules. Por tanto, vótenme a mí para que no gobierne ni el PSOE ni el PP.

Pero no solo ha sido la campaña de los mensajes negativos, también ha sido la campaña del miedo, del voto inútil, del mal menor y del trasvestismo de sus actores. Pedro Sánchez ha pasado de ser el hijo de Frankenstein a convertirse en su parricida. Pablo Iglesias venía a dinamitar el régimen del 78 y ha terminado postrado de hinojos ante la Constitución y Pablo Casado quería pedir perdón por los pecados de Rajoy y al final ha acabado reivindicando los éxitos de su legado. No ha sido una una campaña electoral, ha sido un baile de disfraces.

El problema es que lo que salga de las urnas de esta noche no va a ser la expresión de la España que queremos sino el conjuro de la que no queremos. Y algo así no puede durar. Salvo en el caso improbable de que la aritmética parlamentaria permita que el PSOE pueda prescindir del dogal separatista, Sánchez tendrá que volver a gobernar a base de un nuevo trueque cada día . Aunque pueda ser investido en segunda vuelta sin el voto favorable del independentismo catalán , ¿qué nos hace pensar que Junqueras, pongo por caso, estará dispuesto a rebajar el precio de su apoyo a los Presupuestos Generales del Estado? ¿Y entonces, qué? ¿Otra vez la misma cantinela?

Pincho de tortilla y caña a que si no suman las tres derechas —algo que los trackings de última hora ponen seriamente en duda— la próxima legislatura será más corta que el rabo de una boina. Yo, de ustedes, no me quitaría aún el traje de campaña.

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