Un tiempo nuevo solo apto para políticos que estén a la altura
El escenario que ha dejado el 20-D requiere de inteligencia y audacia semejantes a las que derrocharon #los líderes de la Transición
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Charlton Heston, en el conmovedor final de «El planeta de los simios», reniega de su especie frente a la devastación que observa ante sí: « Al fin lograron hacerlo; malditos, lo han destruido... ». La secuencia, metáfora de las consecuencias irreversibles de algunos actos humanos, podría explicar la tierra calcinada sobre la que la democracia española intenta en estas primeras horas de 2016 construir su futuro. Una atroz crisis, la comprensible angustia ciudadana bien exprimida por curanderos esponsorizados por poderosos empresarios de comunicación, unido a la intolerable corrupción en los dos grandes partidos han fraguado en el postrer 2015 en un Parlamento cuarteado, casi un defectuoso mecano incapaz de ponerse en pie ante la estupefacción de Europa y la atónita mirada de los españoles.
Semejante panorama -a la italiana, pero sin italianos, como predijo Felipe González- inaugura un año cuyas certidumbres se cuentan con los dedos de una mano: España ha reestrenado una Monarquía joven, moderna y solvente que ofrece estabilidad a la cúpula de Estado; España es uno de los países más enraizados en Europa, tanto que solo se sabe nación libre dentro de ese proyecto de libertad; España, segundo país más longevo del mundo, tras Japón, camina sobre un alambre demográfico que obliga a sus gestores a políticas audaces para garantizar el sistema de pensiones; España, la octava nación que más invierte de su PIB en mantener su Estado del bienestar, goza pese a los recortes de una red de asistencia social envidiada en el mundo; y España necesita estabilidad política para que los sacrificios ciudadanos de cuatro años de recesión y los tímidos avances en empleo no acaben en el desagüe de la historia.
Sin embargo, lo peor de nuestro futuro no está en un Parlamento fragmentado e irresoluble ni siquiera en las amenazas terroristas, con ser graves: lo peor está en la turbia mirada con la que los españoles nos enfrentamos al espejo; en el alma exangüe con la que nos acercamos sentimentalmente a nuestra patria; en nuestra falta de autoestima y de orgullo de pertenencia a una vieja nación sin la cual Europa no se entendería; a la inexplicable manera de relegar nuestros símbolos al desván de lo vergonzoso, estigma de décadas de ofensas nacionalistas contra el núcleo emocional de nuestro país. Nunca como ahora el independentismo catalán, y otrora el vasco, han manipulado la historia para edificar su pretendida superioridad sobre el desprecio a la idea de España. Por eso, el desafío de Artur Mas, sus amenazas a la legalidad constitucional y el daño irreversible a las instituciones catalanas convertidas en charlotadas para un grupo de antisistema, suponen, junto con la constitución de un nuevo gobierno, el otro gran reto casi fundacional de 2016.
Un joven Rey, nacido, criado y preparado en su país, lo decía en Nochebuena: «Tenemos muchas razones para poder afirmar esta noche que ser y sentirse español, querer, admirar y respetar a España, es un sentimiento profundo, una emoción sincera, y es un orgullo muy legítimo». Ese Rey, Felipe VI, tiene también en el año 2016 una empresa histórica que se acerca a la que su padre solventó felizmente en la Transición. Junto con la tarea fecunda de representar a España en el mundo, el papel arbitral del Rey será especialmente visible, pese a la disciplina constitucional de Don Felipe. La ronda de contactos que iniciará en los próximos días introducirá en las casas de los españoles, a través de los telediarios, la imagen de una «Monarquía renovada para un tiempo nuevo», como dijo cuando sucedió a Don Juan Carlos. Como hace treinta y cinco años su padre, el actual jefe del Estado sentará en los sillones de La Zarzuela a políticos, salvo el caso de Mariano Rajoy, de su misma generación; o más jóvenes, como Pablo Iglesias y Albert Rivera.
Nuestro país encara el nuevo año sin Gobierno y con un horizonte complejo para constituir una mayoría suficiente . El partido más votado, el PP, está desde las elecciones del pasado 20 de diciembre a más de 50 escaños de la mayoría absoluta. Pese a eso, y según los usos de las democracias avanzadas, será Mariano Rajoy el elegido por el Rey para intentar formar gobierno. Frente a él, la segunda formación, el PSOE, se halla en una profunda crisis de liderazgo y concepto, tentado por su cuestionado secretario general, Pedro Sánchez, a pactar con Podemos, la formación populista que ha marcado como uno de los pilares de su programa convocar un referéndum de autodeterminación en Cataluña, es decir, dinamitar la legalidad desde el mismo Gobierno de la nación.
No obstante, la suma de PP, PSOE y Ciudadanos, tres fuerzas que, pese a sus diferencias, optan por la defensa de la unidad de España, la soberanía nacional, la igualdad de los españoles, el papel de España en la UE, la consolidación de la recuperación económica y la lucha contra el terrorismo, representan dos tercios de la Cámara. A ellos les corresponderá calibrar la hondura del reto político que tienen por delante , más allá del visor de corto alcance que todo político parece llevar dentro. Por eso, el año que comenzó hace ya más de cincuenta horas presenta un carácter casi iniciático, un tiempo nuevo para suturar heridas o seguir lamiéndolas.
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