Tarjeta roja a Sito Miñanco

En 1986, el narcotraficante compró el equipo de su pueblo y, con el dinero de la droga, lo llevó a Segunda B, un éxito que lo terminó perjudicando

Sito Miñanco, durante la fiesta por el ascenso a Segunda B, en 1989 TONO ARIAS
Jaime G. Mora

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Sito Miñanco vivió a todo tren mientras fue el número uno del narcotráfico en Galicia. Le perdían los coches de lujo: tenía un Ferrari Testarossa, un Toyota Supra, dos Mercedes y un BMW. Allí en Cambados, un pequeño pueblo situado en las Rías Baixas, vivía en una mansión y cuando lo necesitaba se alojaba en dos suites permanentes en el hotel Rías Bajas, en Pontevedra. Tenía otras residencias en Amberes y Panamá, más casas en Madrid y un chalé de alta seguridad en Pozuelo de Alarcón. Le gustaba organizar fiestas y comilonas. Ayudaba a sus vecinos si le pedían ayuda: una operación por aquí, un coche por allá, un puesto de trabajo…

En aquellos años ochenta le sobraba el dinero. Había comenzado desde abajo, pilotando planeadoras para los clanes tabaqueros, y, con apenas 30 años, ya lideraba una poderosísima organización de tráfico de cocaína, aliado con el cartel de Cali. Sito iba de un lado para otro, intentado burlar a la Policía, pero siempre hacía lo posible por atender a otra de sus grandes aficiones: el fútbol. Cuando en 1991 lo detuvieron, después de esquivar la operación Nécora, fue porque salió a ver un Barcelona-Real Madrid a un bar.

Miñanco siempre dijo a sus amigos que la exposición mediática recibida por el fútbol le vino mal

La afición de Sito Miñanco por el fútbol se remonta a sus años mozos, la época en que jugó como centrocampista en el equipo de su pueblo. Era un jugador resultón, muy limitado técnicamente, pero aguerrido. Su techo fue jugar algún partido cuando era juvenil con el primer equipo del Cambados , que por entonces militaba en regional preferente, la quinta categoría. Ahí se habría quedado su carrera futbolística si no se hubiera hecho de oro con el narcotráfico y en 1986, tras morir su padre, decidiera convertirse en presidente del club con un ambicioso proyecto.

—Si quieres subir este equipo a Segunda B—le advirtió su tío Xepe, a quien le ofreció la vicepresidencia—, hace falta cacao.

Dinero había, claro, y tabaco, y fariña, escribe Felipe de Luis Manero en «Sito Presidente» (Pepitas de calabaza, 2020). En solo tres años, entre 1986 y 1989, el Juventud Cambados de Sito Miñanco subió a Segunda B y se quedó a las puertas de disputar el ascenso a Segunda División. Hay quienes creen que si aquel equipo no siguió ganando es porque los pararon: «Subir a un equipo de pueblo hasta Segunda iba a ser demasiado, incluso para Sito. Y le dice a los suyos que bajen el ritmo, que ya se subiría cuando la cosa con la justicia estuviera más tranquila». Miñanco siempre ha dicho a sus amigos que la atención mediática recibida lo perjudicó.

Alrededor de aquel Juventud Cambados se suceden las leyendas: que si Miñanco bajaba al vestuario con bolsas de basura repletas de fajos de billetes, que si los jugadores se sacaban un sobresueldo haciendo de contrabandistas…

Nada puede competir con la leyenda, con lo que bien pudo ocurrir o no, pero que contado, imaginado, es mucho más poderoso que lo que en realidad ocurrió. Y alrededor de aquel Juventud Cambados se suceden las leyendas: que si Miñanco bajaba al vestuario con bolsas de basura repletas de fajos de billetes para pagar a los jugadores, que si a uno le dio dos millones de pesetas para que no le embargaran el piso, que si otros se sacaban un sobresueldo haciendo de contrabandistas o blanqueando el dinero de la droga… Al menos a uno, a Toti, sí que le iba la marcha, apunta Manero, pues lo pillaron en el paso fronterizo de Francia con 150 millones de pesetas en el maletero.

Con el primer gran golpe de efecto de Sito presidente tampoco hay dudas: al asumir el cargo, decidió que su equipo, un equipo de pueblo, se concentraría horas antes de los partidos en el Parador de Cambados. Cuando jugaban fuera de casa, se alojaban también en hoteles de lujo. El día que les tocó jugar con el Puebla, al otro lado de la ría de Arousa, optó por desplazarse en lanchas: «El propio Sito condujo una de ellas, la que lideraba la expedición». Pagó de su bolsillo la construcción de un nuevo estadio y, en otra de sus innovaciones, impulsó las comidas de directivos-amigos-periodistas: con estas suntuosas mariscadas se garantizaba que no hubiera desertores a su causa.

«Algunos atestiguan que a Sito el fútbol le gustaba de verdad. Otros, que lo utilizó como instrumento para sus negocios y como una buena forma de blanquear su imagen»

La leyenda más viva, no obstante, tiene que ver con el viaje a Venezuela y Panamá que Miñanco regaló a sus jugadores por el ascenso a Segunda B: «Capitaneados por un contrabandista, una veintena de futbolistas se disponían a cruzar el charco por primera vez en su vida. ¿Qué podía salir mal?». Hay quienes no fueron porque sus mujeres no les dejaron. Hubo comidas con personalidades políticas, visitas a playas paradisiacas y fiestas, muchas fiestas, que quedaron documentadas en fotografías y vídeos que circularon por el pueblo mucho antes de que existiera WhatsApp.

«Algunos atestiguan que a Sito el fútbol le gustaba de verdad –escribe Manero–. Otros, que lo utilizó como instrumento para sus negocios y como una buena forma de blanquear su imagen (no está probado que también su dinero). A lo mejor hay un poco de verdad en cada una de estas teorías y empezó gustándole mucho, le terminó gustando de verdad y se aprovechó de él en lo que pudo». Lo cierto es que hasta que la justicia dio con él y empezó a acumular condenas que hoy lo mantienen en prisión, realizó con mucho éxito las funciones propias de un presidente.

La presión policial acabó con la aventura de Sito Miñanco y el día que el Cambados se enfrentó al Real Madrid B en el Bernabéu, el templo de su otro equipo, no pudo viajar porque estaba huido de la justicia. Sin el dinero de la droga, el Cambados regresó a las categorías regionales. Su última temporada en Tercera, el techo natural del equipo, fue la 97-98.

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