Análisis

«Socializar» el terror

Alsasua fue la expresión más cobarde de una jauría envalentonada y enmascarada tras su desprecio por la vida

Declaración de los agresores de Alsasua
Manuel Marín

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Han intentado que Alsasua no fuese un juicio por terrorismo, sino una operación preventiva y calculada de blanqueamiento de la realidad y de edulcoración del odio social. Han intentado infravalorar el estigma que ETA dejó en los pueblos que adocenaba, y han querido suavizar, como si hubiese sido un simple ejercicio de retórica lingüística, aquella escalofriante «socialización del terror» que la banda terrorista impuso.

Resulta insultante que ayer, en muchas alsasuas, ETA acuñase la «socialización» del miedo y la omertá como garantes de su dictadura, y ahora el tallo de aquella semilla lo niegue en un banquillo judicial, como si la meditada agresión a unos guardias civiles y a sus parejas hubiese sido una riña irrelevante de bar. Intentan presentar un linchamiento como una agresión amparada en criterios de falsa libertad de expresión, porque a fin de cuentas odiar ya se ha convertido en un derecho, en una justificación y en una legitimación reveladora de lo enferma que puede llegar a estar nuestra democracia.

ETA dejó de matar por su desintegración a manos de policías, jueces y fiscales, y no por su deseo «político» de poner fin a su historial de crímenes. Sin embargo, dejar de matar no es un salvoconducto ni un argumento de generosidad suficiente para limpiar antecedentes, gozar de inmunidad, y crear un clima ominoso de pre-amnistía injustificada. La normalización no puede consistir en la abolición sentimental del Código Penal sencillamente porque ya no haya sangre en las calles o secuestros en ataúdes bajo tierra. Disfrazar el odio hasta transformarlo en un mero arrebato puntual no es libertad. Porque eso es lo que buscan los blanqueadores del odio… que no venza la libertad. El debate no reside en definir qué es terrorismo y qué no lo es, sino en reafirmar qué es libertad y qué no lo es en decenas de alsasuas.

Alsasua fue la expresión más cobarde de una jauría envalentonada y enmascarada tras su desprecio por la vida. Humillar y expulsar. Amedrentar en manada. Atemorizar. Matar de miedo con el arma que carga ese odio larvado. Nada fue irracional. Nada fue improvisado. Y aún hablan de normalización, paz y convivencia en la eterna construcción de una posverdad –la enésima- basada en la mentira, el fingimiento y un perdón selectivo. Los «chicos» de Alsasua… Hasta en la perversión del lenguaje nuestra democracia es capaz de perder ingenuamente lo que ha ganado enterrando a inocentes asesinados. Qué mal calculamos nuestros perdones. Qué mal medimos los recuerdos. Qué mal pesamos los olvidos en balanzas trucadas.

«Socializar» el terror

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