De la socialdemocracia al largocaballerismo
Sánchez ha vuelto a la retórica de confrontación con#la derecha de la II República que le permite no perder terreno con Podemos y cohesionar a sus bases
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Cuando Pedro Sánchez accede al Hemiciclo en el Congreso tiene que pasar junto a una estatua de J ulián Besteiro que flanquea el pasillo de acceso. Muerto en la cárcel en 1940, fue presidente de UGT, del PSOE y también de las Cortes durante la Segunda República . Pero es una figura proscrita en las filas socialistas que nadie reivindica a diferencia de Indalecio Prieto y Francisco Largo Caballero, que impusieron sus tesis más radicales sobre un Besteiro que siempre defendió las vías exclusivamente parlamentarias para llegar al poder.
El PSOE no era en la década de los años 30 un partido uniforme ideológicamente porque había un intenso debate entre estos tres líderes. Largo Caballero había sido partidario de una colaboración con Primo de Rivera y fue uno de los artífices del Pacto de San Sebastián que propició el final de la monarquía. Se había negado a que el PSOE entrara en la Tercera Internacional junto a los comunistas. Nombrado ministro de Trabajo en el primer Gobierno republicano, impulsó leyes progresistas como la jornada laboral de 40 horas semanales y la protección del trabajador en los contratos.
Tras la victoria del bloque de las derechas en las elecciones de noviembre de 1933, Largo Caballero, que se ganó el apodo de «El Lenin español», adoptó una deriva izquierdista que se impuso frente a las posiciones menos extremas de Indalecio Prieto, que era muy escéptico sobre las posibilidades de una implantación del socialismo en España a corto plazo y estaba a favor de colaborar con Azaña y los republicanos.
Enfrentado al Gobierno que presidía Lerroux, Largo Caballero decidió movilizar a la izquierda para hacerse con el poder mediante una revuelta revolucionaria. «Vamos a echar abajo el régimen de propiedad privada. No ocultamos que queremos una revolución social», escribió en un artículo en El Socialista. Dicho y hecho porque el líder del PSOE se sumó con entusiasmo a la huelga general en Asturias, promovida por los obreros y mineros socialistas y anarquistas, en octubre de 1934. Lerroux, aconsejado por Gil Robles, envió a los generales Franco y Goded a reprimir a los huelguistas por la fuerza, lo que provocó más de 1.500 muertos .
«Bienio negro»
Largo Caballero fue juzgado y encarcelado por rebelión y finalmente absuelto. Desde ese momento, adoptó una retórica revolucionaria, con una terminología muy parecida a la de los partidos comunistas . La idea era aniquilar a la derecha, socializar los bienes de producción e instaurar una república proletaria . Postulaba la dictadura del proletariado frente a un parlamentarismo que juzgaba caduco.
Hay una enorme distancia entre la situación política y económica entre la España de 1936 y la actual, pero P edro Sánchez ha recuperado en el reciente debate de investidura una terminología muy parecida a la que empleaba Largo Caballero en el llamado «bienio negro» cuando tachaba de fascistas a los partidos monárquicos y conservadores, les acusaba de haber dado un golpe de Estado para acabar con la legalidad republicana y, sobre todo, les hacía responsables del atraso y los abusos del latifundismo en España.
Largo Caballero, presidente del Gobierno republicano durante la Guerra Civil, creía que el PSOE sólo podría alcanzar el poder si aplastaba por la fuerza a la derecha. Los tiempos han cambiado y Pedro Sánchez está muy alejado de esas ideas, pero también ha puesto en práctica una campaña para demonizar a la oposición , a la que acusó en el debate de investidura de no respetar los resultados electorales. Adriana Lastra tachó de «matonismo» a la llamada «bancada de la derecha» y aseguró que PP, Ciudadanos y Vox habían intentado dar «un golpe de Estado». Las palabras son asombrosamente parecidas a las que se escucharon en el Congreso en los dos últimos años de la República.
Pacto con ERC
A diferencia de Azaña, Largo Caballero siempre mantuvo la cooperación con ERC y Lluís Companys porque creía en la lealtad del nacionalismo catalán hacia el régimen. Durante el conflicto, ambos colaboraron para combatir la insurrección anarquista en Barcelona. También ahora Sánchez ha firmado un pacto con ERC, cuya abstención le ha garantizado la investidura.
Sánchez parece cómodo moviéndose en un largocaballerismo que vuelve a resucitar las dos Españas , que alienta la confrontación con la derecha y, desde una pretendida superioridad moral, la condena a las tinieblas. « No es no», dijo cuando Rajoy le pidió la abstención al PSOE hace cuatro años.
La posición de Sánchez, que ha logrado silenciar a los barones y los sectores más críticos del partido, rompe con las señas socialdemócratas de identidad que habían guiado la política del partido desde el nombramiento de Felipe González como secretario general en Suresnes.
Hay que recordar que González dimitió de su cargo en el Congreso de marzo de 1979 cuando no logró que el partido renunciara a su ideología marxista. Luis Gómez Llorente, Francisco Bustelo y Pablo Castellano le derrotaron en aquella cita.
Pero González volvió a hacerse con el control del partido seis meses después cuando convenció a los cuadros de que el comunismo era una antigualla de la historia y que el PSOE debía inspirarse en el modelo alemán de su amigo y admirado Billy Brandt. Desde ese momento, el PSOE no abandonará la socialdemocracia, ni siquiera durante los dos mandatos de Zapatero , hasta el giro de Sánchez. El pacto con ERC, que liquida los consensos básicos de la Transición, la demonización de la derecha y la alianza con Podemos devuelve al PSOE a la filosofía largocaballerista.
Crisis de la izquierda
Todo ello se produce en un contexto de emergencia del populismo y de crisis de la izquierda, que ha sufrido espectaculares derrotas en países como Francia, Gran Bretaña, Alemania, Italia y Holanda. La pasada recesión provocó un enorme daño a la credibilidad de los partidos socialistas, que no supieron encontrar las recetas para evitar los recortes y el aumento de la desigualdad.
A mediados de los años 90, políticos como B lair y Schröder se habían apuntado a una tercera vía hacia el socialismo, que era una versión modernizada de la socialdemocracia que apostaba por la libertad de mercado y las fuerzas creativas del capitalismo. Pero el experimento no salió bien.
En nuestro país, Zapatero aumentó el gasto público a partir de 2008 para paliar los efectos de la crisis, pero su política fue un fracaso. Antes de acabar su mandato, tuvo que rectificar por presiones de sus socios comunitarios y de Obama , que le forzaron a un duro ajuste presupuestario. Pero Zapatero legalizó el matrimonio homosexual, apoyó los derechos de la mujer y regularizó la situación de cientos de miles de inmigrantes ilegales .
Sánchez llegó al poder gracias a la moción de censura en la que contó con el apoyo de Podemos y los partidos nacionalistas. Pero, hasta que se vio obligado a disolver las Cámaras al no conseguir la aprobación de los Presupuestos, intentó una política de geometría variable buscando pactos con Podemos, pero también con el PP y Ciudadanos.
Resortes de poder
El líder socialista alcanzó lo que tanto había soñado y que parecía tan lejos cuando tuvo que dimitir como secretario general. Pero nunca perdonó a Susana Díaz y a los barones aquella afrenta. Tras ganar las primarias, lo primero que hizo fue borrarles de la dirección socialista y tomar el control de los resortes de poder del partido.
La lucha interna forjó el carácter de Sánchez, que ha manejado con mano de hierro el PSOE y ha desarrollado una mentalidad de resistente que pasa por hacer cuanto sea necesario para no dejarse arrebatar el liderazgo.
Fue en el momento en el que tuvo que dejar la dirección cuando empezó a cultivar una retórica izquierdista y revolucionaria que conectaba con unas bases desencantadas . Y comenzó a comprender que tenía que buscar un nuevo lenguaje para no perder terreno frente a Podemos.
La solución estaba delante de sus ojos: apostar por un discurso identitario que le podía ganar el apoyo de colectivos como las mujeres, los homosexuales, los inmigrantes y las minorías nacionalistas. El PSOE dejaba de ser un partido nacional que defendía los intereses de las clases medias y bajas para apelar a los sentimientos de estos grupos agraviados por el sistema.
Peores resultados
La estrategia le dio resultado porque el PSOE fue la formación más votada en las elecciones de mayo con una amplia ventaja sobre el PP. Pero Sánchez no se entendió con Iglesias a la hora de formar Gobierno y decidió convocar de nuevo a los ciudadanos a las urnas tras la suicida negativa de Albert Rivera de pactar con los socialistas.
Su apuesta fue un fracaso porque los resultados fueron peores. Sánchez, que había hecho la campaña marcando distancias con Podemos y prometiendo que sería implacable con el independentismo, optó por dar un giro y aliarse con quienes había criticado.
Desde ese momento, el líder socialista empezó a atacar a la derecha con continuas descalificaciones y a sembrar el terreno para un Gobierno de coalición con Podemos, apoyado por el mundo nacionalista. La socialdemocracia dejo pasó a una retórica largocaballerista, que estuvo presente a lo largo de las tres jornadas de investidura.
Sánchez ha formado un nuevo Ejecutivo de tecnócratas y moderado s, mientras María Jesús Montero, que seguirá en Hacienda y será la portavoz, ha subrayado que el Gabinete no se apartará de los objetivos macroeconónomicos marcados por Bruselas, lo que no encaja con el importante aumento de gasto que suponen las promesas electorales y los acuerdos con Podemos.
Da la sensación de que el PSOE se siente muy cómodo con ese renacido largocaballerismo que inspiró el Frente Popular durante la República . Pero una cosa son las palabras y otras, los hechos. Y Sánchez ya ha demostrado que es capaz poner una vela a Dios y otra al diablo cuando su supervivencia política está en juego. Por ello, el futuro no está todavía escrito.
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