Manuel Marín - Análisis

Silencios en una situación límite

Manuel Marín

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Fin de semana de silencios insondables y secretismo que alimentan la teoría de una situación límite. Si algo caracteriza a Mariano Rajoy es que no lanza advertencias en vano y que la imposibilidad de lograr los votos imprescindibles para su investidura abocarán a que no haya sesión. El presidente en funciones ni tiene previsto acudir a una investidura fallida. El tiempo de las negociaciones no se agota, pero el que exige España para disponer de un techo de gasto consensuado y de unos Presupuestos fiables y creíbles para sacudirse el acoso de Europa, sí. Rajoy ha avisado de que si no hay opciones de investidura, abrirá un periodo de reflexión con todos los partidos políticos , confiando en cesiones in extremis por responsabilidad institucional. De lo contrario, las terceras elecciones parecen inevitables. El manoseo de la opinión pública que se produjo tras el 20-D, y hasta los comicios de junio, no volverá a repetirse.

Algunos análisis apuntan a que es un órdago para redoblar la presión sobre Ciudadanos y el PSOE como únicas alternativas posibles a la conformación de un Gobierno. Pero su rectificación no es fácil. Otros, sin embargo, concluyen que es un ultimátum realista para superar una parálisis que raya en lo irresponsable. Sea órdago o sea ultimátum, no parece razonable pensar que Rajoy permitirá marear la perdiz en un bucle agónico hasta septiembre.

En cualquier caso, la presión sobre Ciudadanos para forzar su «sí» servirá para que Albert Rivera se retrate definitivamente y decida abandonar la virginal indefinición que tanto le está perjudicando. En términos de pragmatismo negociador, y en términos de desgaste personal. El diagnóstico de que en unas hipotéticas terceras elecciones Ciudadanos sería un partido residual debe preocuparle, porque probablemente sea más comprendido en su electorado un «sí» responsable a Rajoy que una reducción de escaños superior a la que sufrió el 26-J. Su afán por implicar al PSOE choca con la testarudez de Pedro Sánchez. Pero tarde o temprano, Rivera tendrá que navegar en solitario, sin fingidas dependencias tácticas ni excusas para limpiar la conciencia de culpas si España regresa a las urnas en noviembre.

Rajoy es consciente de que se agota el tiempo de disfrazar muñecos a capricho y cobra todo el sentido exigir que se ceda en agosto lo que previsiblemente vaya a cederse en septiembre u octubre, cuando la parálisis ya no sea preocupante, sino alarmante. La teoría del reparto de culpas como mal menor es una falacia infantil que nadie digerirá. Todos serán culpables del fracaso.

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