Siete proxenetas a la caza de «carne nueva», en libertad
Un juez dejó huir a la madame y a su novio a Alemania y no acordó prisión para el resto
El eslovaco Lugomir se dedicaba a pescar mientras sus «machacas» reclutaban mujeres y las forzaban a prostituirse. Desde su chalé de Caspe (Zaragoza) había levantado un próspero negocio en el que coexistían un prostíbulo, una pizzería y un gimnasio. Ni siquiera el confinamiento los frenó y durante tres meses se dedicaron a reformar de arriba a abajo «Los Almendros», su club de alterne. La inversión funcionaba como un reloj. « Voy a Rumanía a buscar chochetes nuevos », cuenta entre risas el lugarteniente de Lugomir a un amigo.
Hace quince días, Guardia Civil y Policía detuvieron a la organización (siete personas) y liberaron a cinco mujeres, todas testigos protegidos. La Fiscalía pidió para prisión para seis de ellos, pero el juez instructor dejó a los siete en libertad con medidas cautelares. Y eso que en los diez registros que llevaron a cabo los agentes en Caspe y Barcelona intervinieron armas, drogas, anabolizantes y más de 25.000 euros en efectivo.
A finales de septiembre cuando estaba previsto tirar de la operación «Cárpatos-Liberty-Luboca», el mismo juez denegó las entradas y registros solicitados y dejó que Donatella, la «madame», y su novio viajaran a Alemania sin detenerlos . Ambos están fugados desde entonces y las testigos protegidos, escondidas y asustadas. «Nos ha costado mucho que algunos jueces entiendan que la trata de seres humanos es la peor forma de esclavitud y que a su alrededor se cometen otros delitos muy graves», explican a ABC fuentes de la investigación.
Llevaban desde junio de 2019 detrás de la organización, una «ONU delictiva» integrada por un eslovaco, una venezolana, tres rumanos, un alemán, un magrebí y dos españoles». En esa fecha una mujer suramericana denunció que la obligaban a ejercer en un club de Oviedo. Las investigaciones llevaron a Barcelona donde intervinieron los especialistas de la Policía Nacional. Averiguaron así cómo funcionaba una de las patas de la organización de proxenetas.
Una transexual venezolana apodada Donatella captaba mujeres en su país. Tenían que someterse a una operación de cirugía de pechos y pasaban un mes en Colombia con dos familiares suyos para que adelgazaran y prepararlas. «Los españoles no quieren gordas», les decían. Después llegaba el viaje a España y el choque con lo que les esperaba. Prostituirse en clubes de Barcelona, Valencia y Alemania antes o después de llegar a «Los Almendros» para obtener mayor rentabilidad.
«El pack incluía la operación, el billete, el alojamiento y la comida en un piso, el mes de Colombia, más la ganancia que ellos esperaban y, por supuesto, las multas», explican fuentes policiales. Entre diez y doce mil euros de entrada, con la amenaza de hacerles daño a ellas o a sus familias. Una parte de la que se ocupaba tanto el alemán novio de la «madame» (fugado) como los dos lugartenientes rumanos que trabajaban para Lugomir, el dueño.
Paliza y hospital
La Policía Judicial de la Guardia Civil de Zaragoza estaba por su parte tras la pista de los lugartenientes y en ese punto se unificó la operación. En octubre del año pasado una joven rumana de 18 años recibió una paliza de muerte. Estaba embarazada pero no había acudido a una sola consulta. No tenía documentación cuando acabó en el hospital malherida.
La paliza, como otras que habían recibido sus compañeras , se intentó camuflar como violencia de género. Pero la mujer no tenía pareja, trabajaba explotada en «Los Almendros» y sus ganancias iban a parar a Donatella y su organización.
Los «cazadores» de carne fresca de la rama asentada en Caspe actuaban como «lover boys». Un individuo que vivía en el país del Este de las futuras víctimas era el encargado de «engatusarlas» hasta convertirlas en sus parejas. Con la falsa promesa de un trabajo en la hostelería y una vida sin privaciones, las chicas viajaban a España. Aquí las esperaban el resto de miembros de la red donde el engranaje volvía a ponerse en marcha: deuda, encierro en un piso, control por parte de la organización y amenazas de muerte para que vendieran su sonrisa y su cuerpo a los puteros.
Las ganancias
«Me queda dinero para comprarme un coche caro al año, de entre 50.000 y 100.000 euros», le dice uno de los «machacas» a otro. Y en medio, alquilan habitaciones a diez euros por día. «Si es gorda, te puedes aprovechar de ella», cuenta a su hermana. Una rumana regentaba el club, la pizzería y el gimnasio, un completo en el que traficaban con anabolizantes y drogas (estaban planeando dar «vuelcos» a otros narcos) mientras otra mujer y un abogado de Mallorca les blanqueaban el dinero y firmaban cartas de invitación para traer a más chicas.
Pese a los resultados de los registros y el rosario de delitos que se les imputan siete están en libertad y dos fugados. Al salir del juzgado, incrédulos, se abrazaron festejándolo. Pero los investigadores siguen trabajando.
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