Entrevista a José Rosiñol, presidente de Societat Civil Catalana

«Si la gente de las manifestaciones acude a las urnas, tenemos la oportunidad de reconstruir Cataluña»

Rosiñol asegura que «el planteamiento que cualquier independentista debería hacer es que esa estructura lógica que subyacía a su relato se ha caído como un castillo de naipes»

El presidente de Societat Civil Catalana, José Rosiñol, este miércoles durante su entrevista con ABC ERNESTO AGUDO

ALEXIS ROMERO

José Rusiñol es presidente de Sociedad Civil Catalana desde principios de noviembre, pero lleva en la primera línea de la entidad desde su fundación, a finales del 2013. De esta asociación parte la organización de las dos grandes manifestaciones celebradas en Barcelona el pasado octubre para rechazar la DUI y defender la unidad de España.

¿Alguna vez llegó a imaginar que se podría vivir esta situación en Cataluña, con la proclamación de la DUI y la aplicación del 155 para devolver la legalidad constitucional?

Nosotros teníamos claro que esto iba en serio. Pero llegar a este nivel de absurdo, de planteamientos tan incomprensibles... no lo pensábamos. El objetivo último del separatismo era romper España. Todo este relato del derecho a decidir fue una excusa para llevar a cabo su proyecto, y les daba igual si tenían mayoría social o no, o si contaban con respaldo internacional. Realmente iban al precipicio, pero no esperábamos que fuera de esta forma tan lamentable.

Algunos dicen que esto es fruto de la falta de política, de la falta de diálogo.

Es curioso esto. ¿Cuáles son los límites del diálogo? El primer límite del diálogo es la lealtad. Si no hay lealtad no hay diálogo. El segundo límite es que tengas algo que dialogar. Si tú quieres una república independiente pero ni siquiera cuentas con el apoyo social ni el marco constituicional para hacerlo, la pregunta es ¿qué tengo que dialogar contigo?

¿Cree que la reforma constitucional es la solución a este conflicto?

Creemos profundamente en la democracia representativa y creemos que nosotros no tenemos que decir lo que hay que hacer a los políticos. Lo digo porque a mí nadie me ha votado para decirle a un partido o a un gobierno lo que tienen que hacer. Pero sea reforma constitucional o no, modificaciones de leyes orgánicas... eso no pasa por la política del contentamiento. No estamos hablando de contentar a Cataluña, sino de que unos líderes nacionalistas han llevado a cabo un acto ilegal. El planteamiento de querer contentar a alguien que quiere romperte es ilusorio.

En los últimos días se ha hablado de un pacto fiscal con la vista siempre puesta en el cupo vasco; ¿deviene el desafío soberanista de un problema económico?

No. El problema económico y financiero en Cataluña es algo creado por el relato nacionalista. Si tu coges cifras del déficit fiscal, todos los estudios económicos que hemos manejado dicen que eso fluctúa como en todas las comunidades autónomas. Forma parte de hitos comunicativos del relato nacionalista para convencer a la población de que la única solución era romper España.

¿Está fracturada la sociedad catalana?

Esto se nota desde cosas tan nimias como un grupo Whatsapp; en el puesto de trabajo, donde el silencio impera siempre que no seas independentista, en cenas familiares... Hay cosas que no tienen que estar por encima del trato personal, y en Cataluña hay muchas veces que tienes que revelar tu posición política de entrada. En ese sentido hemos roto un poco el dique de la espiral del silencio. Parece que una posición como la independentista tiene unas cargas morales positivas y el que no es independentista tiene unas cargas morales absolutamente deleznables. Hay un proceso de cosificación, de reificación, y eso es un problema. La convivencia es algo clave. Sin convivencia no hay prosperidad.

¿Había una suerte de ley del silencio en una parte de la sociedad catalana?

Todo parte del año 1989 y del «Programa 2.000» de Jordi Pujol. Allí, Pujol fija que el primer paso debe ser controlar los medios de comunicación públicos y privados mediante subvenciones, con línea nacionalista; el segundo paso, el control de la inspección del sistema educativo; el tercer paso era el control de los movimientos civiles, desde los castellers hasta el fútbol sala de los niños. Es un programa de ingeniería social que se ha ido acelerando desde el año 2012, cuando el Estado español está en su momento más bajo de la crisis económica. Al final estás en una caja de resonancia de la identidad nacional catalana de la que es muy difícil salir, a no ser que seas muy crítico.

Ustedes son los organizadores de las dos grandes marchas en Barcelona a favor de la unidad de España, ¿cree que el independentismo había monopolizado el espacio público?

El espacio público es de todos. Yo no negaré a nadie el ejercicio de sus libertades. Sí que es cierto que se ha monopolizado simbólicamente. Yo he sido testigo presencial de cómo un grupo de trabajadores del ayuntamiento de mi ciudad instalaba carpas de la ANC. Esa toma simbólica del territorio ha venido ocurriendo hasta hace muy poco. Es como si fuese una política de partido único donde se confunde el partido con la institución y con la calle. Todos los principios básicos democráticos se han perdido, y mucha gente lo ha asumido como algo normal, cotidiano, como sentido común, y eso ahonda en el marco de fractura. Cuando convocamos la primera manifestación sufrimos mucha labor de desinformación: mensajes falsos diciendo que la concentración era en otro sitio y uno de la ANC que decía «el domingo todos en casa para que se encuentren solos». El marco mental suyo es que éramos pocos. Y de repente estamos «solos» un millón de personas en la calle. Eso rompe marcos.

¿Se ha revertido esta situación?

Se han roto muchos marcos. En la primera manifestación, cuando se acabó el acto, dos chicas me decían que nunca habían ido a una manifestación. Tienen que dejar de mentir. El planteamiento que cualquier independentista debería hacer es que esa estructura lógica que subyacía a su relato se ha caído como un castillo de naipes. La Arcadia feliz no existe. La perspectiva económica es funesta con ese plan que nos han presentado. La ciudadanía tiene un nivel de inteligencia muy superior al que se creen los políticos independentistas.

¿Cómo se logra unir en una misma manifestación a Josep Borrell, Paco Frutos, Albert Rivera, Inés Arrimadas, Xavier García Albiol...?

En Sociedad Civil Catalana defendemos unos conceptos tan revolucionarios como el Estado de derecho. Nosotros somos constitucionalistas, y dentro de la Constitución cabe todo; eso sí, tienes que seguir el marco legal. Siempre decimos que el problema de lo que sucede en Cataluña no es el qué, sino el cómo. En la vida se me ocurriría decirle a nadie que deje de ser independentista, republicano o centralista, pero lo que sí diría es que no se puede uno saltar la ley y llevarnos a donde nos han llevado. En nuestras leyes se puede cambiar casi todo. Es difícil cambiar la Constitución, pero romper un país no es ninguna broma. Pero ellos nunca han querido entrar en eso porque no tienen mayoría. Después de la Segunda Guerra Mundial se tuvo claro que primero es el Estado de derecho y luego la democracia. Una democracia sin Estado de derecho te lleva al populismo.

Vista la movilización de la sociedad a favor de la unidad de España en las calles, ¿cree que esto se reflejará en las elecciones del 21-D?

Un parlamento, al final, es la fotografía sociopolítica de una realidad territorial, en este caso de la Comunidad Autónoma de Cataluña. Queremos que esa fotografía sea lo más filedigna posible a la realidad catalana. El primer handicap es el propio sistema electoral catalán, que tiene sesgo mayoritario. El segundo es la participación. Excepto en 2015, siempre había una brecha entre la participación en las generales y las autonómicas que afectaba a los partidos constitucionalistas. Esto se daba porque muchos ciudadanos no sentían como propias las instituciones catalanas. En 2015 se equilibró. Si logramos que haya un 80, 81% de participación , la representación de Cataluña en el parlamento será mucho más filedigna. Luego hay que normalizar institucional y socialmente a Cataluña.

Que alguien saliera a la calle con una bandera de España hasta ahora era un acto revolucionario. Era muy complejo hacerlo porque te estigmatizaban y podía ser un problema grande, incluso de seguridad. Si la gente que se acerca a nuestras manifestaciones para expresarse en libertad se expresara en las urnas, tenemos la oportunidad de empezar a reconstruir Cataluña del erial en que nos ha dejado el proyecto independentista.

¿Está reculando el independentismo con la renuncia a la unilateralidad?

Es una trampa dialéctica más del independentismo, que quiere volver a engañar a la sociedad catalana. Forma parte de la gran mentira que es el procés, que quieren seguir manteniendo con la táctica del patadón hacia adelante.

«Si la gente de las manifestaciones acude a las urnas, tenemos la oportunidad de reconstruir Cataluña»

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