SPECTATOR IN BARCINO
La caverna del lazo amarillo
La manipulación histórica es aneja al nacionalismo catalán y, por desgracia, no es asunto nuevo
Hace una semana la consejera de Cultura Mariàngela Vilallonga -conocida por sus permanentes, el manifiesto Koiné y la raza catalana- presidió una rueda de prensa en la cueva de la Font Major de L'Espluga de Francolí con un gran lazo amarillo a los pies.
¿Era un mitin de Junts per Catalunya? ¿Una reunión de la caverna separatista? ¡No! La cosa iba, por una vez, de arqueología de la buena: Josep Maria Vergés, al frente de un equipo del Instituto Catalán de Paleología Humana y Evolución Social había hallado en los pasadizos de la cueva unos grabados: «Un excepcional santuario paleolítico de arte rupestre» con más de un centenar de figuras: «Algunas representan animales, otras son formas. Pertenecen al periodo magdaleniense y tienen unos 15.000 años de antigüedad».
La explicación adquirió tintes nacionalistas a cargo de la directora general de Patrimonio Cultural de la Generalitat, Elsa Ibar al estilo del Institut de Nova Història del lunático Bilbeny. Se refirió en Twitter al «primer santuario paleolítico catalán con arte rupestre figurativo y abstracto» . Como si dijéramos que Altamira es arte cántabro, vaya.
La manipulación histórica es aneja al nacionalismo catalán y, por desgracia, no es asunto nuevo. Así lo demuestra Francisco Gracia Alonso en «La construcción de una identidad nacional» (Universitat de Barcelona). Catedrático de prehistoria y director del Grup de Recerca en Arqueología Protohistòrica (GRAP), subraya en este definitivo estudio sobre arqueología, patrimonio y nacionalismo en Cataluña la obsesión de Enric Prat de la Riba «por vincular los orígenes de la Cataluña ibérica a la influencia de la cultura griega y el clasicismo como factor diferenciador respecto al resto de España, un elemento esencial en su discurso identitario». Esa identificación con Grecia impregnó el discurso catalanista: desde Almirall y Pi i Margall a Eugeni d'Ors. No en vano, la llama olímpica de los Juegos del 92 arribó a Cataluña por Ampurias, ritual que «los clasicistas catalanes del Noucentisme, habrían, sin duda, apreciado y aplaudido», apunta Gracia.
La helenización de Cataluña tuvo en Pere Bosch i Gimpera otro de sus adalides. Así lo expresó en el texto «Necessitat de lo clasic en la literatura catalana»: «Abogaba por la necesidad de regenerar las bases teóricas del movimiento cultural que animaba el catalanismo insistiendo en la necesidad de relacionarlo con Grecia y la Antigüedad clásica para moldearlo», apunta Gracia.
Su mitomanía le inspiró el «Himno a Apollo». En catalán prenormativo, Bosch equipara la «raça», «nissaga d'herois» con «el nostre poble, raça ahont resta / algun residu de l'ànima helena / que en alguns escollits és perpètua».
Los escogidos, cómo no, eran los catalanes. Buscarse ancestros es gratis cuando de lírica se trata; sobre todo, si los episodios inmediatos a la Renaixença eran poco estimulantes para el catalanismo: la derrota de 1714 y la guerra de 1808, tan ligada a la unidad española frente al invasor francés.
Presidente de la Diputación en 1909 –el año de la Setmana Tràgica y la derrota de la Lliga– Prat de la Riba atribuyó al Institut d'Estudis Catalans la internacionalización de la identidad a través de la lengua aderezada con un cientifismo legitimador. El hallazgo de la estatua de Asclepio en Ampurias ratificaría «el pasado griego en el imaginario colectivo», acota Gracia.
La Mancomunitat en 1914 marcó otra etapa en la construcción nacional. La idealización arqueológica dio paso a lo que hoy se denomina estructuras –económicas, administrativas, docentes– de estado. El objetivo de Prat de la Riba, añade Gracia: «equiparar Cataluña con Alemania y Francia, una necesidad apremiante al no poder, según sus palabras, 'continuar viviendo como vivimos', en referencia a la dependencia del Estado. Lengua y ciencia en catalán constituirán los ejes prioritarios de su discurso a partir de ese momento».
Asclepio y la cabeza de Venus devinieron símbolos «catalanistas». D'Ors dedicó una «petita oració» a la segunda; le pide que libre de «los bárbaros, los esclavos, los libertos y los metecos» a Barcelona. El glosador y precursor del fascismo español «entendía que las esencias de la patria catalana estaban en peligro como resultado de los flujos migratorios que se habían iniciado a raíz de la Exposición de 1888 y que no habían cesado de aumentar a principios del siglo XX…»
Cuando Puig i Cadafalch sucedió a Prat de la Riba, la construcción identitaria trocó a Grecia por la Edad Media en la tradición reaccionaria de Herder y Torras i Bages. Las ruinas clásicas dejaban paso a las iglesias románicas que, advierte Gracia, «mejor convenían a sus intereses de estudio particulares».
Conclusión. La arqueología catalana habría sido más fiable sin tanto lastre nacionalista. «Y, sin embargo, la idea que se ha transmitido es la de que la investigación arqueológica en Cataluña vivió durante las tres primeras décadas del siglo XX una etapa dorada, cuando no es así», observa Gracia.
Las miasmas nacionalistas habitan la caverna del lazo amarillo.
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