Sapere Aude

«Es condición necesaria, para que una democracia no se vaya a pique, que no se hagan, desde el poder o la oposición, propuestas descabelladas. La llamada «voluntad popular» no integra, lo hemos comprobado, un filtro suficiente»

Un momento del asalto al capitolio del pasado miércoles Reuters

Álvaro Delgado Gal

La historia nos sorprende siempre. Sabíamos que Trump era absolutamente inapto para el cargo al que había sido elevado por el voto popular; muchos habíamos establecido un paralelo, más poético que estrictamente político, entre el presidente republicano y los villanos que pueblan las historias de Batman; pero no esperábamos, no esperaba yo al menos, que una turba lumpen asaltara el Capitolio e interrumpiese el trámite parlamentario que debía ratificar al nuevo presidente.

El episodio oscila entre lo gravísimo y lo grotesco, como corresponde a muchos hechos radicalmente inéditos. ¿Hemos asistido a un posible naufragio de la primera democracia del mundo, o a un lance de carnaval? Las dos afirmaciones son debatibles. No lo es, por desgracia, que la vida pública y social estadounidense padece desde hace años desajustes serios, para los que no existe un diagnóstico claro. Ni la Gran Recesión, ni las tensiones raciales, ni el crecimiento de la desigualdad explican lo sucedido. La Gran Recesión es una broma comparada con la Depresión del 29, se han vivido violencias raciales harto peores que las recientes y el Estado Benefactor americano, aunque débil en comparación con el europeo, es infinitamente más robusto que el existente antes de Roosevelt.

Conclusión: infinita ignorancia (que será maquillada por los politólogos ocasionales de turno), y un enorme, creciente, sentimiento de desasosiego, no solo porque los USA son lo que son, sino porque tampoco nosotros (italianos, franceses, británicos, ¡no digo ya españoles!) estamos para echar cohetes.

En medio de las tinieblas, una certeza: es condición necesaria, para que una democracia no se vaya a pique, que no se hagan, desde el poder o la oposición, propuestas descabelladas. La llamada «voluntad popular» no integra, lo hemos comprobado, un filtro suficiente: no lo fue en el caso canónico de Hitler, o, salvando las distancias, de Perón. Las instituciones son, por supuesto, importantísimas, pero llegan hasta donde llegan. No impidieron que Hitler se pusiese en situación de liquidarlas, o que Mussolini fuera presidente del Consejo de Ministros antes de convertirse en dictador. Para que el sistema aguante, es preciso que se combinen elementos varios, de naturaleza moral, política y jurídica. ¿Qué elementos son esos? No los podemos enumerar, en parte porque se nos escapan, en parte porque son difusos. Hemos de conformarnos con algunas constataciones de grano grueso: ha de funcionar la división de poderes, es peligroso que los partidos estén encabezados por vesánicos, idiotas o irresponsables, es preciso que los medios de comunicación se encuentren a la altura, es malo que, con independencia de su valor absoluto, crezca la desigualdad. Si hay una guerra, mejor ganarla que perderla, y suma y sigue. En los USA las instituciones son fuertes y el Ejército no constituye una amenaza. Se ha maleado, sin embargo, el ambiente social, la universidad es un pandemónium, y los medios de comunicación se hallan incursos en el síndrome schmittiano amigo/enemigo. La pelota, en fin, está en el alero.

¿Y España? De nuevo, solo cabe hacer estimaciones de grano grueso. Y no precisamente optimistas. España pudo salir de la dictadura sin llegar a una guerra civil gracias al concurso de una serie de factores, entre otros, un entorno internacional favorable: en esencia, solo unos pocos concebían una alternativa a la democracia liberal. Fue esa venturosa limitación de nuestras facultades imaginativas lo que evitó la violencia, no una Constitución probablemente mejorable. Ahora las inercias mundiales no son buenas, como no lo fueron en los años treinta. Dependemos, en mucha mayor medida que antes, de nosotros mismos, y no parece que estemos haciendo los deberes especialmente bien. El gran sobresalto americano debería hacernos reflexionar sobre la fragilidad de todo, de lo nuestro y de lo ajeno. Sapere aude, «atrévete a pensar», escribió Horacio. Que lo sucedido el miércoles nos sirva de acicate.

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