Sánchez contra la tribu

Esquerra negocia con una mano con el PSOE, y de la otra trata de agarrar a Convergència por el cuello y de implicarla en el acuerdo para que luego no les acusen de traidores

Rufián, en la tribuna de oradores del Congreso EP
Salvador Sostres

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Hay una clara voluntad de acuerdo por parte del PSOE y del Gobierno, que no quiere ir a unas terceras elecciones; y esta misma vocación en Esquerra, que quiere poner fin a la política de bloques «nacionales» en Cataluña y reproducir el tripartito de izquierdas en todas las administraciones que le sea posible, y por supuesto allanarle el camino a Junqueras para que pueda salir de prisión cuanto antes. Un primer permiso navideño, y luego ya veremos.

Pero la negociación no va a estar exenta de complicaciones. De un lado, Esquerra no tiene ningún problema con unas terceras elecciones y su única preocupación es ganar la presidencia de la Generalitat cuando presumiblemente en marzo o en abril -aunque el proceso de inhabilitación de Torra podría retrasarlo - Puigdemont dé la orden de convocar a los catalanes a las urnas. De modo que Esquerra negocia con una mano con el PSOE, y de la otra trata de agarrar a Convergència por el cuello y de implicarla en el acuerdo para que luego no les acusen de traidores. De ahí que los republicanos hayan planteado una mesa «entre gobiernos».

Pero ahí, también, empiezan los problemas para el PSOE. El principal sentimiento de Puigdemont es el odio a Junqueras. Tal como explicó ABC hace algunos meses y unas recientes escuchas telefónicas de la Guardia Civil han confirmado, el prófugo está escribiendo un libro, junto al director de El Punt Avui, Xevi Xirgo, para detallar los trapos sucios de su socio encarcelado. Y en este mismo sentido, Puigdemont quiere vengarse del día fatídico de 2017 en que él quería convocar elecciones para rebajar el conflicto y Junqueras y Marta Rovira le empujaron a declarar la independencia. La ocurrencia de los convergentes de exigir que Puigdemont sea su interlocutor en esta negociación va en esta dirección claramente destructiva. Aragonès y los suyos lo saben, y tienen la intención de esquivar el obstáculo, pero por lo visto hasta la fecha, siempre que lo han intentado, han fracasado en su propósito y ha pesado más su complejo de inferioridad ante los convergentes que el llevar a cabo su estrategia moderada, primando el acuerdo, la gobernabilidad, ganarse la confianza de los ciudadanos mediante una gestión fiable y presentarse ante ellos como el centro aglutinador de vocación mayoritaria que fue CiU durante los años de las mayorías absolutas de Jordi Pujol.

De modo que Pedro Sánchez no encarará exactamente unas negociaciones con ERC sino que tendrá que abrirse paso en una encarnizada guerra tribal entre unos republicanos bienintencionados, pero timoratos y gafes, y unos convergentes que no tienen nada que perder, que aún creen en el cuanto peor, mejor, que quieren vengarse de los republicanos y dinamitarles su estrategia centrada, y tener con Laura Borràs de candidata las mejores opciones para retener la presidencia de Generalitat. El nuevo desafío de ayer en el Parlament es otra muestra de la actitud convergente y de la debilidad de Esquerra.

Al presidente en funciones , por lo tanto, no le bastará la habitual escenificación socialista, normalmente vacía de contenido. ERC le reprocha que, por querer amasar el voto de Ciudadanos en las pasadas elecciones, su discurso se ha «jacobinizado», se ha vuelto «insultante» con el independentismo, «hasta llegar al extremo de que ahora cuestionan la inmersión lingüística». A su vez, si Sánchez acepta ceder a algunas de las exigencias de los republicanos, corre el riesgo de desgastarse ante los votantes del resto de España y que al final este desgaste no le sirva para nada, porque igualmente los convergentes dinamiten cualquier acuerdo en su afán por dejar en mal lugar a Esquerra y volverles a ganar las próximas elecciones autonómicas.

El único incentivo de Puigdemont para que Sánchez se confirme en La Moncloa son las incipientes conversaciones entre ambos para hallar una solución al conflicto que culmine con «un nuevo encaje de Cataluña en España» y que el fugado pueda regresar a casa sin tener que pasar por la cárcel. Es un incentivo notable, pero esta Convergència -a diferencia de la de Pujol- se parece a Esquerra tomando a la hora de la verdad la decisión que más puede perjudicarle.

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