Puigdemont, el belga; Aragonès, el contable

El independentismo ha ensayado todas las vías de desobediencia y revuelta y en todas ha fracasado

El presidente de la Generalitat, Pere Aragonès (i), saluda al expresident Carles Puigdemont, durante su primer encuentro presencial desde la toma de posesión del nuevo Govern, este viernes en Waterloo, Bélgica.
Salvador Sostres

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Esquerra fue el partido que armó a los asesinos de la FAI, que propició la quema de iglesias y que arrinconó a Cataluña en los planteamientos y las actitudes más irracionales, criminales y fanáticas. Macià, Companys. De regreso a la democracia, enseguida defendió la idea de la independencia, pero folklorizándola con butifarradas físicas y morales: y en esta tesitura debutó Pilar Rahola como tertuliana. Han pasado muchos años, y aunque sólo sea por descarte, los republicanos han aprendido que los diálogos civilizados son entre gobiernos, aunque no sean homólogos ni estén en igualdad de condiciones. El presidente de la Generalitat, Pere Aragonès , cree que mandar a expresidiarios sin cargo alguno a negociar con el Gobierno es una burla. No una provocación sino una burla. Sería una provocación si existiera alguna estrategia para llevarla a cabo. Pero sin tal estrategia es simplemente una pantomima, dedicada sobre todo a tomar el pelo a los votantes independentistas. Su enojo de ayer, y su puñetazo sobre la mesa, es político y también personal. Está harto de que Junts le ningunee como a un contable en lugar de tomarle en serio y respetar su dignidad y la de su cargo.

Si Esquerra se toma en serio esta negociación no es porque crea que conduce a la independencia o a un referendo pactado sobre ella, sino porque precisamente sabe que este camino no existe y busca una claudicación lo más ordenada y ventajosa posible. JxCat entiende igualmente que la secesión es inviable, pero su actual negocio no es el del posibilismo -como lo fue el de Jordi Pujol- sino el maximalismo exaltado, y ver qué gana con sus detonaciones de broma, siempre controladas.

Más de fondo, este ruido, como todo el que ha habido en Cataluña desde octubre de 2017 , es una pugna entre vencidos que nada tiene que ver con la separación de Cataluña y España. Es sólo la eterna y ya indisimulada trifulca autonomista de Esquerra aferrándose a la presidencia de la Generalitat, tan largamente ansiada; y de Puigdemont, que es quien más tiene que perder, tratando a la desesperada de tener algún protagonismo, porque en la negociación civilizada y en la transacción pactada, su estela se apaga. El forajido tiene tan clara su derrota que está cumplimentando los trámites para obtener la nacionalidad belga, pero de todos modos intenta mantener algún protagonismo forzando el conflicto impostado. Sólo la astracanada folklórica le vale, porque Aragonès ha ocupado el centro y el discurso moderado.

Tiene mucho de inconcebible que Puigdemont intente llamar a los catalanes a la revuelta y la unilateralidad, como si no hubiera sido el presidente que en 2017 intentó ambas estrategias, y a la hora de la verdad salió huyendo por no pagar el precio de su desafío al Estado. Sus exacerbadas proclamas, y las de Junts, bajo el lema de ‘lo volveremos a hacer’, plantean una cuestión fundamental. ¿A qué se refieren? ¿A dejar tirados a sus votantes entregándose la mitad a la Justicia y la otra mitad escapándose? Esquerra intenta huir de maximalismos que sabe que no van a poder cumplir. Junts intenta reventar estas costuras para recuperar la Generalitat y luego desde el poder jugar a hacer equilibrios entre la grandilocuencia y la pasividad, como Quim Torra, mientras sus cargos están colocados.

El pragmatismo autonomista tiene resultados más jugosos en lo tangible que en la propaganda: y lo que el PNV es capaz de vender como un éxito para el País Vasco, en manos de Esquerra parece calderilla porque Puigdemont y Junts tienen ganado el relato, entre el público más exaltado, de que cualquier logro, por interesante que sea, sólo es el precio por el que los republicanos se han vendido y han traicionado a Cataluña.

Lo cierto es que el independentismo ha ensayado todas las vías de desobediencia, revuelta y altercado y en todas ha fracasado. Y su derrota ha tenido el plus de humillación de que normalmente se ha producido por no haberse ni presentado a la batalla. En este sentido, siempre la deserción ha sido más aparatosa que la llamada ‘represión’, y en cualquier caso es lo que la ha propiciado.

Ahora ya no es ‘el independentismo’ planteando órdagos o desafíos a la Ley y a la convivencia. Son simplemente charlatanes de feria ambulante por ver quién se lleva en cada pueblo la mejor tajada.

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