Perfil
Ruth Beitia, el oro olímpico que quiso competir contra la plusmarca de Revilla
La exatleta dio el salto a la primera línea política tras ser elegida por Génova para arrebatar al PRC el Gobierno cántabro

Quienes la conocen bien dicen que es todo un ejemplo de superación. Alguien que se crece ante la adversidad. Hace dos semanas, Ruth Beitia (Santander, 1979) afrontaba uno de sus mayores retos. Y doble, además: unir al PP cántabro y ser presidenta de la comunidad. La exatleta, flamante candidata electoral del partido, se iba a medir en las urnas con el mediático y veterano Miguel Ángel Revilla en una incierta campaña en la que a priori iban a sumarse más caras conocidas en los carteles, como la del actor, humorista y presentador de televisión Félix Álvarez 'Felisuco' (Cs).
Pero además de enfrentarse a sus rivales políticos, la medallista olímpica iba a luchar contra sus enemigos internos, los de casa, unidos en torno a la jefa de filas, María José Sáenz de Buruaga —aspirante natural a la Presidencia autonómica— desde que hace casi dos años arrebatara, por cuatro votos, el liderazgo a Ignacio Diego , mentor de Beitia y al que la deportista se ha mantenido fiel, desde que hace una década la fichó para el partido y en 2011 la sentó en el Parlamento.
Esta semana Beitia fue elegida, por sorpresa y decisión unilateral de Génova, para encabezar el duelo con el PRC , a tan solo un diputado de distancia. De rebote, la saltadora se encontró con la misión cerrar las heridas reabiertas en un PP destrozado por las luchas fratricidas. Allegados a la deportista española más laureada de toda la historia vieron la propuesta de Pablo Casado una especie de «regalo envenenado», «el peor de Reyes del mundo». «Yo no me hubiera atrevido a dar ese paso al frente porque sé lo que tengo en casa», confesaba uno de ellos. Pero, pese a las dudas y al vértigo, Beitia aceptó el reto, por su valentía, osadía y ambición, virtudes patentes en su larga y exitosa carrera deportiva.
Su trayectoria y sus cualidades —también es una persona sencilla, accesible, cercana, simpática y divertida, según enumeran sus amigos— pesaron en la Ejecutiva nacional —a la que pertenece desde septiembre— para apostar por la atleta — la primera de nuestro país en ganar un oro en los Juegos Olímpicos , en 2016 en Río— como cabeza de lista, en un intento además de abrir y conectar el partido con la sociedad.
Compañeros suyos han elogiado siempre su capacidad de sacrificio y trabajo. Trabajo en equipo, a pesar de practicar un deporte individual como el atletismo. Hasta su retirada, en octubre de 2017, dedicó todos sus triunfos a su entrenador, Ramón Torralbo. «Es mi 50 por ciento», repetía siempre. La honradez es otra seña de identidad de Beitia, que se plantea la vida sin atajos, hasta el extremo de celebrar que el PP apartase a quien fue su senadora, la también exatleta Marta Domínguez, tras ser sancionada por dopaje . «Está donde tiene que estar», sentenció entonces.
Todos esos valores constituían una base fundamental para la política especialmente cuando no había estado hasta hace dos semanas en primera línea —se cuentan con los dedos sus intervenciones en el Parlamento estas dos legislaturas—. «Tiene que aprender» , apuntaban sus afines, que también creen que se debe rodear de gente adecuada para formar un buen equipo y «mandar». Y todo ello, a contrarreloj, porque mayo estaba (ya no) a la vuelta de la esquina.
Ruth Beitia no tuvo un buen estreno. En su primera entrevista tras ser proclamada candidata «se marcó un Rajoy» y por un error en las formas —que no de fondo— equiparó la violencia doméstica al maltrato animal , lo que provocó un chaparrón de críticas en medio de las cuales el PSOE la comparó con Trump . En su círculo achacaron ese desliz a la juventud y la inexperiencia —cosas que se curan con el tiempo— de alguien que, además, se escapaba del perfil de «político profesional», pero que aportaba ganas, ilusión y capacidad de superación. «Nunca tira la toalla», decían.
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