Sergi Doria - Spectator in Barcino

Las rimas de la Historia

En Cataluña padecemos gobiernos que se aprovechan del pasado en cada Diada

El Gobierno de la Generalitat en 1934, presidido por Lluis Companys Josep Brangulí
Sergi Doria

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La historia no se repite, pero rima, aseguraba Mark Twain. Veamos la Cataluña de junio del 34. Uno de esos siniestros «días históricos» de nuestra crónica incivil. El gobierno de Companys desobedece la sentencia del Tribunal de Garantías Constitucionales que da la razón a la Lliga en la impugnación de la Ley de Contratos de Cultivo. El jurista Amadeu Hurtado toma nota: «Se habla de la organización de una resistencia armada si la República contesta con un acto de fuerza a la rebeldía del Parlament… El señor Capdevila, director de La Publicitat, está pletórico de entusiasmo porque al fin el catalanismo se dispone a tomar la ofensiva, preparándose para un acto de fuerza… Y todos acabamos el día con la seguridad de dejar fijada una nueva fecha histórica».

La multitud está a punto de linchar a Raimon d’Abadal –72 años–, prohombre de la Lliga que atacó la Ley de la Generalitat. Las más agresivas eran las mujeres: «Estaban tan excitadas… Si la policía no hubiera protegido con riesgo de su propia vida al señor Abadal, se habrían apoderado de este y habríamos presenciado una tragedia». Un carro con espigas y media docena de «rabassaires» blanden hoces: «Nos vamos familiarizando con esas herramientas y acabamos comprobando que son de acero, con gran satisfacción de todos. Por fin los del carro se fatigan y se van a reposar a un extremo de la calzada, suspendiendo por unos momentos unas escenas que se iban pareciendo a un carnaval», apunta Hurtado.

La bandera de la República desaparece del balcón del Parlament. Un grupo pretende sustituirla por una estelada; se monta un «Castell» que se derrumba. Hurtado, civilizado catalanista y fundador de la revista «Mirador», anotaba estos hechos en el dietario «Abans del sis d’octubre» (Acantilado) a tres meses escasos del golpe de Companys. En aquel momento hubo política para solucionar el contencioso entre la Generalitat y el Gobierno de la República. Pero Companys, Dencàs y Badia confiaban más en los verdosos y fascistoides «escamots». Al final pasó lo que pasó: tras una noche histérica, Cataluña perdió su autonomía y el Govern acabó entre rejas.

En un discurso en Perpignan de 1945, Hurtado disecciona un nacionalismo varado en la emotividad colectiva: «En una multitud se puede encender un sentimiento de adoración del pasado, porque ya no molesta y es como un sagrario de todas las virtudes nacionales, y también se puede abrazar una pasión por el futuro, que tiene todo el encanto de una ilusión, pero es extremadamente difícil estimar el presente, que no tiene, por la razón de ser, ningún interés emotivo».

Sí que rima, sí, la Historia. En Cataluña padecemos gobiernos que se aprovechan del pasado en cada Diada y nos prometen la Arcadia independiente, sin molestarse en afrontar la aburrida realidad: el presente. Esos que se quejan de que no hay política, llevan un sexenio volcados en la agitación. El discurso sentimentaloide del independentismo es tan simplón que avergüenza haberlo de descifrar a personas que se juzgan adultas.

En el 34 hubo ejército

La Historia rima, sí, pero esperemos que no componga un fúnebre estribillo. En el 34 hubo ejército y disparos; ahora redes sociales, medios públicos de comunicación serviles y manifestantes que ponen a prueba la paciencia de la policía democrática. La Generalitat desobediente y sus altavoces han manoseado la palabra democracia; ensuciado paredes y árboles; jugado al escondite con las urnas. «¡Señalemos!», «¡empapelemos!» Inquietantes imperativos de jovencitos que identifican la Constitución del 78 con el franquismo y llaman fascista al que les contradice: tres décadas de adoctrinamiento en las escuelas nos contemplan.

La habilidad movilizadora de la ANC y su merchandising conecta con esa frivolidad adolescente. Calles tomadas por estudiantes abanderados, jubilados ociosos y padres irresponsables con el retoño a hombros. Acudo a una declaración del pedagogo Gregorio Luri: «La adolescencia se ha convertido en un nuevo fenómeno cultural y comercial. Y a menudo la autoestima se confunde con el narcisismo que hoy se considera una conducta normal, y eso fragiliza mucho». Narcisismo y victimismo: aquí, a raudales. El narcisismo se encarama sobre un vehículo de la Guardia Civil; el victimismo, en la voz atiplada y nacionalcatólica de un monje montserratino.

Para que no se repita otro Sis de Octubre, convendría que los políticos que utilizan a sus votantes como escudos humanos dejen de hacer trampas; siendo tan patriotas, que «toquin de peus a terra» y conjuguen, por fin, el catalanísimo verbo «enraonar». Que se pongan a trabajar por la concordia y palíen su enésima «marrada» política. Conjurémonos para que la Historia no rime siquiera. Cuando se abusa de la épica se hace el ridículo. Hace 25 años, el mundo miraba la Barcelona olímpica con admiración. Hoy también nos mira: con estupor.

Las rimas de la Historia

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