Ricart, vestido con un mono de mantenimiento, dijo a la Policía que venía de trabajar
Un okupa del «narcoedificio» de Carabanchel en el que fue identificado «el Rubio» asegura que lleva tiempo viviendo en Madrid y se abastece ahí de droga
«Venía de trabajar y me he desviado un poco». Esas fueron las palabras de Miguel Ricart, condenado por el triple crimen de las niñas de Alcàsser, y en libertad desde noviembre de 2013, cuando fue identificado por la Policía el viernes a las 19.30 de la tarde en un «narcoedificio» del barrio madrileño de Carabanchel. «El Rubio», como se le conoce, vestía un mono de mantenimiento, según fuentes policiales, e iba acompañado de una mujer llamada Saray, una toxicómana habitual de la zona.
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Los agentes de la comisaría de Carabanchel entraron al número 7 de la calle José Garrido , como tienen que hacer casi a diario, un bloque de tres plantas refugio de narcos, toxicómanos, okupas, extranjeros y españoles en el que nadie sabe exactamente cuántas personas viven, dado el continuo movimiento. «Es un fumadero de heroína, pero también se trapichea con cocaína y como MDMA , con hachís, con todo tipo de sustancias. Debe de haber más de cincuenta personas», explica a ABC un policía vecino de esa misma calle que trata junto con sus compañeros de mantener un cierto orden en ese bloque olvidado del mundo.
«Ha pasado la noche aquí»
«Ricart ha pasado la noche aquí», cuenta Esteban, un toxicómano tembloroso que entra y sale varias veces. «Pero no durmiendo», añade y da a entender que el viernes de madrugada, entre esas paredes inmundas con los cables al aire y los cristales reventados, la fiesta de pipas y rayas se alargó muchas horas. «Vino con la pelirroja, con Saray, hacía mucho que no lo veía por aquí». Asegura que «el Rubio» lleva mucho tiempo viviendo en Madrid y que es un habitual del bloque en el que el trasiego de gente de todo tipo es constante. Se ven drogodependientes en los huesos, pero también llegan jóvenes y maduros bien vestidos. «Nunca ha vivido con nosotros, viene, pilla y se va», dice Esteban. «Yo no sé dónde vive ni quiero líos».
El encuentro con la patrulla fue casual durante una identificación rutinaria. Los agentes de Carabanchel conocen de sobra la conflictividad del bloque (dos en realidad). Casi a diario pasan por allí como prevención y por las llamadas de los vecinos. «Tenemos robos en la calle, robos de teléfonos en otras zonas de Madrid que luego dan ahí el posicionamiento, peleas y hasta puñaladas» , detalla uno de los policías de Seguridad Ciudadana de la comisaría.
Ricart iba identificado con su DNI y no llevaba droga encima. De modo que al no tener ninguna causa pendiente lo dejaron marchar, aunque se abrió un acta informativa y se dejó constancia por escrito. Hace siete años que no se sabía nada de él, tras ser excarcelado al beneficiarse de la doctrina Parot. Cumplió 21 años de los 170 a los que fue condenado por la violación y asesinato de Toñi, Miriam y Desiré en 1992 junto a Antonio Anglés, su camello y amigo, cuyo paradero sigue siendo un enigma.
En poco más de dos horas, esta misma mañana, por la casa okupa de Carabanchel han pasado casi tantos policías como toxicómanos. Dos coches camuflados en distintos momentos, un radiopatrulla e incluso dos agentes a pie del Grupo de Hurtos del Metro de Madrid que venían siguiendo a unos «descuideros» (ladrones de carteras) de los que hace tiempo no tenían noticia.
Piden la documentación a dos cincuentones que salen del bloque y la comprueban. «Están limpios», dicen. Y ambos se van por donde han llegado. El número 7 de José Garrido, rodeado de pisos de gente trabajadora, con un colegio a unos pocos metros, es un ejemplo de ese desgraciado urbanismo salvaje que ha convertido en un infierno la vida de algunos ciudadanos.
Lleva más de siete años okupado. Es un parque temático de «narcopisos», controlado por unos dominicanos que marcan las normas de la selva. Uno de sus «machacas» nos echa del edificio, sin preocuparse en exceso. «Entran, se pinchan o fuman y se van. Día y noche. Es imposible vivir ni descansar», describe Teo, un carpintero rumano que cometió el error de su vida al comprar hace unos meses un piso amplio y en perfectas condiciones en el bloque contiguo. «Toda la noche están gritando o dando golpes. Yo ya no sé qué hacer».
Dos bloques okupados
La historia del edificio elegido por Ricart para abastecerse de drogas es la historia de un fracaso. Son dos bloques que se comunican por un pasillo a través del patio. Se levantó nuevo, se construyó mal y afectó a los dos colindantes. No tenía cédula de habitabilidad. El promotor lo abandonó y empezaron las okupaciones. Primero de gente que no daba problemas, poco a poco se instalaron traficantes y se convirtió en una narcosala en vertical en la que se amontona la basura y campan las ratas. Tapiaron la entrada del otro bloque en la calle paralela pero el acceso está asegurado por la de José Garrido.
Vecinos de Carabanchel de media vida no están dispuestos a que los echen de sus casas. Menudean las intervenciones policiales para tratar de imponer una cierta autoridad. Duran lo que dura el servicio. Los vecinos no han visto al asesino de Toñi, Miriam y Desiré por allí. Los okupas sí, pero nadie es un «chivato». Les va su seguridad y su vida en ello.