Juan Fernández-Miranda

Refugiados en España: miedo, demagogia, estigma

La talla moral de nuestra sociedad se medirá en función de cómo seamos capaces de afrontarlo

Juan Fernández-Miranda

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Marah Rayan es estudiante de Comunicación Audiovisual en la Universidad de Salamanca. Su mirada, a sus 22 años, transmite una enorme y juvenil ilusión por vivir, y su expresividad contagia las ganas de completar su sueño: ganarse la vida haciendo reportajes. Marah Rayan también es refugiada, palestina para más señas: nació en Jordania, vivió toda su vida en Siria y ahora estudia en España.

Así pues, Marah es estudiante y Marah es refugiada. Marah es ambas cosas, pero depende de cuál sea la palabra que acompañe a su nombre es tratada una manera o de otra. Cuando el calificativo es «refugiada» las miradas de los demás no son siempre cómodas: no solo por cuestiones de racismo o clasismo -faltaría más-, tampoco cuando los ojos que la observan son paternalistas. Marah no es una refugiada, es una persona. Y conseguir ese trato es a veces demasiado difícil, pues en ocasiones la sociedad de acogida está más cómoda cuando te encasilla. Pero ese juicio es demasiado pesado.

Esta joven estudiante ha participado este miércoles en una jornada que la Universidad de Valladolid (Uva) ha organizado bajo el título «Refugiados, el rostro del desamparo. Un problema de todos». Allí ha contado su historia y ha lamentado un estigma del que en ocasiones es difícil librarse. Ella reivindica su condición de estudiante, y no le falta razón. Se lo ha ganado, se lo está ganando.

Junto al testimonio de Marah, los asistentes a esta jornada de la Uva han viajado a algunos de los escenarios de la actual crisis de refugiados: La isla de Lesbos, el campo de Idomeni, las costas de Lampedusa. Allí estuvo Carlos Belmonte, inspector que ha visto una y mil veces la necesidad en las miradas de quienes son rescatados en el Mediterráneo. En los campos ha estado Marcos Benito, un bombero vallisoletano de convicciones inquebrantables que ha visto a los refugiados ir agotados de ilusión y venir desarmados de frustración.

La mirada de las sociedades de acogida debe ser abierta y lo suficientemente racional como para no caer en el discurso del miedo -entre los refugiados se cuelan delincuentes- ni en el discurso hueco de quienes convierten a los refugiados en pancarta política -welcome refugees-. Porque detrás de que cada refugiado está la historia de una persona, como Marah, con sus necesidades y sus anhelos. Y una cuestión más: sus derechos. La talla moral de nuestra sociedad se medirá en función de cómo seamos capaces de afrontar un fenómeno complejo que ni empieza en las vallas ni acaba en las pancartas.

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