Manuel Marín - ANÁLISIS
Rebelión contra Mas
La desnaturalización de Convergencia como proyecto político de la burguesía nacionalista y conservadora catalana ha terminado por alarmar incluso a sus votantes
La rebelión interna contra Artur Mas toma cuerpo. Por fin hay consejeros que han perdido el temor a discrepar en público, que no están dispuestos a pasar por el aro de la CUP, y que no quieren hipotecar el futuro de CDC, incluso el de Cataluña, cediendo hasta el punto de que diez diputados de una formación asamblearia, anarquista y antisistema impongan la gobernabilidad. Convergència ha tocado fondo. Su desnaturalización como proyecto político de la burguesía nacionalista y conservadora catalana para derivar en una formación radicalizada que respalda las tesis republicanas más extremas ha terminado por alarmar incluso a sus votantes. Mas ha conseguido que se dude de él y de su capacidad real para recomponer los añicos en que ha destrozado a su partido. En cierto modo, ha firmado su sentencia. Y su partido ya le ve culpable.
Cuando Andreu Mas Colell, su consejero de Economía, asume públicamente que el proceso de investidura se ha convertido en un trágala inasumible, es porque expresa el sentir de muchos otros consejeros y altos cargos de confianza del todavía presidente de la Generalitat. No habla a título personal un venerable profesor de Economía capaz de asombrarse ya de muy pocas arbitrariedades políticas, sino un peso pesado del Ejecutivo catalán que ha dejado de ser un acólito silencioso de su presidente y un cómplice ciego de sus abusos. En Cataluña no hay dinero para pagar el gasto farmacéutico. Por eso, la fidelidad de Mas Colell consiste en hacer saber a su presidente -tarde y mal, es cierto-, que más no se ha podido equivocar y que la deriva independentista toca a su fin. Más aún, de la mano de la CUP, cuyo primer análisis de los resultados electorales del 27 de septiembre fue que no había mayoría para imponer la independencia. Algo ha cambiado más allá de la indumentaria de su portavoz, Antonio Baños.
Hace unos años, Mas tenía «un problema», tal y como lo definió Pasqual Maragall, «El tres por ciento». Hoy son muchos más los problemas. Convergència y Unió no existe como tal. La pérdida progresiva de escaños ha enconado al partido pero pocos se atreven a gritarlo en público para no perder prebendas. ERC ha tomado el mando orgánico e intelectual de CDC y ahora quiere venderlo a precio de ganga a la CUP. Fuera de España, el proceso independentista causa un rechazo inequívoco. La inseguridad inversora y los bajonazos de las agencias de calificación están provocado que Cataluña sea sinónimo de irrelevancia. La inestabilidad genera alarma y el dinero huye. Mas está deseando humillarse ante la CUP, incluso renunciando a mandar y sometiéndose a una vergonzante cuestión de confianza. Pero Convergència empieza a rebelarse. El antecedente de Ibarretxe en el PNV pesa, y no sería extraño que cuando Junts pel Sí alcance un acuerdo de mínimos con la CUP -lo habrá, conviene no engañarse-, haya diputados de CDC (hay 30 en la lista) que rechazaran el pacto. La repetición de las elecciones emerge como la mejor opción. Con Mas fuera del tablero, por supuesto. Sería la única salida política digna para Convergencia.
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