Luis Herrero - PINCHO DE TORTILLA Y CAÑA

Rajoy y un fiscal de Murcia

«Me temo que a Rajoy le tienta la idea de tener a la cúpula fiscal en primer tiempo de saludo»

Deberíamos ponernos de acuerdo: o bien los fiscales son los abogados de los corruptos, estilo Horrach con la infanta Cristina, o Maza con Pedro Antonio Sánchez, o bien son la encarnación togada de Terminator, estilo Luzón con Rodrigo Rato, o Ana Cuenca con Paco Correa. Eso de que a veces actúen como querubines angélicos y otras veces como ángeles exterminadores no deja de ser un confuso ejercicio de contorsionismo legal que sólo sirve para despistar a la gente. Habrá quien diga que la mano que mueve la cuna hacia el lado de la benevolencia o de la severidad es la del Gobierno. Esa tesis lo aguanta todo. Pero exige dos premisas que la realidad desmiente: la de un Gobierno muy hábil y la de unos fiscales muy dóciles. Ninguna de las dos cosas responde del todo a la verdad.

Me temo que a Rajoy, como a cualquier otro presidente del Gobierno del color que sea, le tienta la idea de tener a la cúpula fiscal en primer tiempo de saludo. Y no sólo eso. También me temo que el trasfondo de los últimos nombramientos de la carrera subyace el ánimo de conseguirlo. No es poca cosa lo que dijo el miércoles la UPF: que «suponen un claro retroceso en la autonomía del Ministerio Fiscal respecto al Poder Ejecutivo» y que algunas sustituciones «sólo pueden explicarse desde un interés eminentemente político e ideológico». Al calor de esa denuncia, el jueves se asomó a la radio uno de los fiscales removidos, el jefe de Murcia, y dio a entender que se lo habían cargado por haberse metido a fondo en la lucha contra la corrupción.

A otro perro con ese hueso. Siendo verdad que Rajoy ha removido tierra con Santiago para acomodar los cambios a su conveniencia, no lo es que el relevo de Murcia responda directamente a ese criterio. Aunque Bernal milita en la UPF no parece que proceda la invocación a la purga por motivos ideológicos. Lo cuento porque me consta: las presiones que denuncia, si las hubo, no vinieron por el conducto jerárquico. Más bien al contrario: el hecho cierto es que en su día obtuvo la autorización explícita de sus jefes para seguir investigando los casos de corrupción que afectaban al PP cuando los califas del partido se quejaron airadamente de su trabajo al ministro de Justicia.

De esa revelación se deducen dos conclusiones. La primera, que Rajoy sabía el riesgo que corría manteniendo su apuesta por Pedro Antonio Sánchez. No sólo tenía noticia de que se estaba investigando su gestión, sino que además estaba al cabo de la calle de que los hilos de los que tiraba Bernal tenían suficiente fundamento sospechoso. La segunda conclusión es que el Gobierno, si lo pretendió, no consiguió pararle los pies al fiscal incómodo. ¿Cabe pensar que ahora lo haya vuelto a intentar apartándole del puesto? Si fuera así, ¿cómo se explica que le sustituya su mano derecha, impulsor de varias de las investigaciones que afectan al PP, o que le dejen que siga llevando el caso Auditorio tras el cese? No cuadra. Es fácil de entender que el fiscal Bernal esté dolido por su defenestración. A nadie le gusta el pellizco de la guillotina. Y también que trate de vender su ajusticiamiento como un acto de represión injusta. Es mejor irse como víctima propiciatoria de la hambruna totalitaria del poder político que con la toga entre las piernas. El lío por el presunto trato de favor al presidente murciano y la remodelación de la cúpula de la carrera fiscal urdida a mayor gloria del Gobierno le han dado la gran oportunidad de dignificar su salida. Entiendo que quiera darle una apariencia honorable. Lo que ya no entiendo, si tanto le gusta guardar las apariencias, es por qué no tuvo ningún escrúpulo en llevar personalmente la investigación de una querella -la que dio origen al caso Auditorio- que había interpuesto, en nombre del PSOE, su propia esposa. Pincho de tortilla y caña a que, con las siglas invertidas, hubiera acabado en la pira.

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