Rajoy confía en el veto de Rivera a Iglesias para presentar su investidura
Cree que, si no fragua el acuerdo PSOE-Podemos, el miedo de Sánchez a las urnas le obligará a no bloquear a PP y C's
Mariano Rajoy es de los pocos optimistas en el PP que cree en la posibilidad de seguir siendo presidente del Gobierno . En su entorno han echado las cuentas y lo que les sale es todo lo contrario: Podemos ofrecerá su apoyo al PSOE a cambio de carteras en el Gobierno; la abstención de PNV y ERC está ya acordada; y Ciudadanos, desmotivado por los escándalos de corrupción en Génova, no bloqueará una salida –constitucional y sin referéndum de autodeterminación– al impasse político, colocando a Pedro Sánchez en La Moncloa. Sin embargo, el presidente en funciones se fía de la sensatez de Albert Rivera : su relación ha ido de menos a más, apuntan fuentes de La Moncloa, y Rajoy está convencido de que el documento con cinco puntos para el acuerdo que le entregó «es un buen punto de partida, que no se puede rechazar desde el sentido común».
Pero, mientras que con Rivera la sintonía cada vez es mayor , el propio jefe del Gobierno sabía que la cita con Pedro Sánchez de anteayer iba a ser infructuosa. «De hecho –describe un miembro de su núcleo más cercano– es el único político que le hace perder la compostura». El interlocutor de ABC se refiere a la polémica por el apretón de manos que no se consumó entro uno y otro frente a las cámaras. Ese mismo cargo relata que el presidente ya dijo hace unos días, a preguntas de los periodistas, que recibiría a Sánchez «como se merece». No se atreve a confirmar que ya estuviera pensando en ese «desaire» público, pero «lo cierto es que es imposible que se entienda con él».
Los populares sabían que Sánchez iba a rechazar de nuevo la gran coalición para formar un Gobierno que dé estabilidad a España, como defiende Rajoy. «Pero el presidente lo va a repetir cuantas veces haga falta porque cree que es lo más sensato, razonable y democrático», apunta ese dirigente. Los planes de La Moncloa pasan ahora por que Ciudadanos «responda a su responsabilidad», no participe en un bloque de «extrema izquierda» y Sánchez «fracase en sus intentos de investidura a partir de primeros de marzo». Entonces Rajoy lo intentará («no descarto presentarme a una sesión de investidura», dijo ayer), con la esperanza de que Ferraz entre en razón. La jugada es arriesgada, reconocen, ya que por el camino podría fraguar el acuerdo con Pablo Iglesias y la abstención de Rivera; y el PP se iría a la oposición.
A La Moncloa llegan noticias del equipo negociador de Ciudadanos con el PSOE que revelan que la estrategia de Pedro Sánchez es que el electorado penalice en las urnas –si hay que repetir elecciones en verano– a los que han bloqueado los acuerdos y premie al partido que lo ha intentado. En esa lista de posibles «castigados» Ferraz incluye a Podemos y a Ciudadanos . Pero el PP, sabedor de que las encuestas no arrojan datos de crecimiento electoral que le permitan liderar una mayoría suficiente (la que publica hoy ABC apunta al hartazgo ciudadano), también maneja ese mismo argumento, pero a su favor: si el líder del PSOE no logra ser investido y es Rajoy el que presenta su candidatura serán los socialistas, si se niegan a respaldarle, los que queden retratados frente a los electores. «Será muy difícil explicar que, seis meses después, el segundo partido no haya facilitado un gobierno de estabilidad», concluyen.
Sin embargo, en las filas populares no todo son cálculos electorales. El buen sabor de boca que dejó en Rajoy el encuentro del pasado jueves con el líder de Ciudadanos duró poco. El objetivo de Rivera de «favorecer la fluidez» entre PP y PSOE fue muy bien visto por el presidente como una manera de favorecer un Gobierno constitucionalista que él quiere presidir, aunque el partido naranja se niegue a deshojar la margarita a su favor por los escándalos de corrupción. Por eso, lo ocurrido el jueves fue otro jarro de agua fría: cuando ya se estaba negociando con el PSOE dónde y cómo sería la cita del día siguiente con Pedro Sánchez, las noticias de la entrada de la UCO en la primera planta de Génova para hacerse con el ordenador de Beltrán Gutiérrez Moliner, el exgerente del PP de Madrid implicado en el caso de las tarjetas «black», desbarató todos los planes. La indignación entre los dirigentes de Génova fue mayúscula. Y no solo entre las nuevas caras: la secretaria general, María Dolores de Cospedal, no tardó en aclarar que la responsable de que Moliner siguiera siendo empleado de su partido era de la presidenta regional, Esperanza Aguirre.
El enfrentamiento entre una y otra dio lugar a una «situación muy tensa» entre ambas, según describe un alto cargo popular. Lo cierto es que el malestar, por la laxitud con que se trata a Aguirre –cuyas personas de confianza están incursas en investigaciones por corrupción– y a Rita Barberá –a la que públicamente no se le reclama su acta de senadora tras tener a todo su equipo declarando ante el juez– es cada vez mayor. Uno de los altos cargos del partido lo explicaba ayer así: «Lo que no tiene nombre es que den la cara Javier Maroto y Andrea Levy, que ni siquiera estaban aquí cuando lo de la Púnica, la Gürtel o con Bárcenas, y los que los causaron callen». Precisamente fueron esos dos vicesecretarios los que mostraron ayer en sendas entrevistas su bochorno y exigieron medidas «caiga quien caiga», para frenar el descrédito de su partido.
El descontento trató de aminorarlo Rajoy cuando, tras la entrevista con Sánchez, defendió que no se sentía «acorralado» y que los casos que están saltando «son de otro tiempo». Esa es una de las claves de su estrategia: exculpar al actual PP y señalar que las irregularidades son del pasado, en alusión a la época de José María Aznar . Como ayer publicaba ABC, en el partido además se esperan «cosas peores» en breve. Quizá relacionadas con la agenda morada, encontrada tras un registro, del encarcelado Francisco Granados, que está descifrando para el juez, en el marco de la operación Púnica,su amigo, David Marjaliza.
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