Puigdemont eligió a Torra por ser un «bluf»
El presidente de la Generalitat no fue la primera opción, sino la última pregunta
Quim Torra era el triste empleado de una agencia de seguros y le echaron mitad por aburrido y mitad porque aborrecía su trabajo. Se hizo editor y editó el libro de mi luna de miel. También se cansó de ser editor porque trabajar nunca le gustó : no eran los seguros, no eran los libros, era el esfuerzo con que nos comprometemos y que con Torra limita siempre con su sonrisa torcida y gris, de manzana podrida que cayó en la bodega por detrás de las botellas de whisky. Pronto descubrió un eficaz modo de figurar, cobrar y no hacer nada: la nata montada del procesismo le recibió con su aparatosa gesticulación subvencionada. Sólo tuvo que hacer seguidismo de los más inconsistentes líderes hasta parecer tan inconsistente como ellos y ganarse así su confianza, hasta sustituirlos. Y así llegó al entorno de Puigdemont y a la presidencia de la Generalitat .
Torra no fue elegido por su talento sino por su fidelidad. No fue la primera opción sino más bien la última pregunta. Tan apurado andaba Puigdemont buscando a alguien que pudiera mandar sin hacerle sombra, tan obsesionado está el exalcalde de Gerona con que estela forajida no se apague, que bajando, bajando encontró a Torra . Muchos antes se autodescartaron.
Es el caso de Elsa Artadi , que aconsejada por su pareja, el abogado y político Heribert Padrol , concluyó que no era aún su momento porque valoró las consecuencias que una teledirigida presidencia de la Generalitat podría tener en su carrera profesional. El periodista Eduard Pujol , exdirector de Rac1 y portavoz de Junts per Catalunya, quería también ser president de la Generalitat, pero halló delirantes las condiciones en que Puigdemont se la ofrecía, y optó por hacerse fuerte en el Parlament para ir adquiriendo músculo político. En este mismo sentido, en los ambientes económicos y sociales de Cataluña se considera que Torra no tiene partido, ni amigos, ni familia política. Sólo el apoyo de Puigdemont.
No es descartable que con el tiempo y el ejercicio del poder pueda crearse con rapidez un círculo de apoyos, sobre todo teniendo en cuenta cómo los irreductibles de Mas pasaron a ser los irreductibles de Puigdemont en un par de horas, las que tardó Mas en elegir a su sucesor ante las amenazas de la CUP . Pero todavía en este momento es un hombre única y exclusivamente de Puigdemont, en todos los sentidos.
Torra está, por ahora, solo, y su mayor enemigo no es el Gobierno, ni el Estado, sino tener que gobernar mirando a Berlín y vigilando a ERC , que tiene un proyecto político y de sociedad diametralmente opuesto al frentismo convergente. Torra es consciente de que los detractores que Puigdemont tiene en el mundo independentista, al no poder criticar al «president a l’exili», le criticarán a él.
Por lo que refiere a Puigdemont, las élites catalanas creen que está «loco», por lo que es probable que vayan acercándose a la sorprendente pero decidida moderación inclusiva de ERC. De todas maneras, como les recordó el exprimer ministro francés, Manuel Valls , «todo esto es culpa vuestra, porque sólo os quejáis y no habéis hecho nada» , y pueden perfectamente continuar en su pasividad, porque a pesar de considerarlo un iluminado que no da la talla, son conscientes de por ahora tiene el control de «la finca». Y sucumben como parias en lugar de disputárselo, y arrebatárselo, como burgueses.
En este mismo entorno se descarta que Torra aspire a una presidencia efectiva ni al proceso por el cual con el tiempo iría siendo más autónomo y menos dependiente de Berlín, e igualmente opinan que no tiene fuerza para ejecutar el «mandato» del 1 de octubre . Asimismo opinan que en el corto plazo el único que puede desestabilizar y hacer daño, siempre pagando otros las consecuencias, porque él se fugó cuando las cosas se pusieron feas, es Puigdemont . Y están seguros de que si puede, lo hará.
De fondo, Artur Mas opina que Torra es un «bluff», un tipo raro que vive anclado en los años 30 y piensa que su papel histórico es el de guardés de la finca, a la espera de que puedan regresar los propietarios.