Manuel Marín - ANÁLISIS
El PSOE da el «sí quiero» a Rajoy
Sánchez tenía imposible seguir de perfil en el órdago secesionista, y en su cálculo de costes no tenía ninguna otra opción mínimamente coherente
Más allá de las estrategias concretas de réplica al desafío independentista, ya hay tres hechos objetivos que no ofrecen discusión. Uno. Mientras no haya una profunda reforma de la Constitución –recentralizadora, reformista del Estado autonómico, federal, plurinacional o cualquiera que llegue a ser-, el modelo de Estado es el vigente, y la exigencia constitucional es cumplir y hacer cumplir la ley sin matices. Dos. El PSOE sigue siendo rehén de un confuso concepto del modelo territorial para España, pero llegado el chantaje separatista a este punto, Pedro Sánchez ha comprometido públicamente su apoyo al Gobierno en cualquier decisión que adopte para cumplir con la legalidad. Y tres. El Gobierno ha garantizado que no habrá urnas el 1-O en Cataluña.
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Lo demás, el modo de ejecutar esas medidas, no es irrelevante porque las consecuencias políticas que se deriven de ello son imprevisibles tanto en las calles de Cataluña como para el crédito político del Gobierno. No será igual la aplicación del artículo 155 de la Constitución que la inhabilitación penal de altos cargos catalanes, y no será igual la declaración de un estado de alerta a través de la ley de seguridad nacional que la ejecución de actos administrativos por orden del TC. El “cómo” no es irrelevante en absoluto. Pero la prioridad es el “qué”, el cumplimiento estricto de la ley para impedir un golpe de Estado.
«El mensaje de PP, PSOE y Ciudadanos debe ser unitario, diáfano, concluyente y sin interpretaciones posibles»
El bloque constitucional está obligado a no ofrecer fisuras. No nos hallamos ante un desafío ideológico o de mero oportunismo táctico con la vista puesta en réditos electorales. Es llanamente una llamada pública a la sedición sin opción de marcha atrás. Por eso el mensaje de PP, PSOE y Ciudadanos debe ser unitario, diáfano, concluyente y sin interpretaciones posibles. Elucubrar sobre el grado de intensidad preventiva de la réplica a la Generalitat o desconfiar de la estrategia del constitucionalismo solo aboca a la melancolía. El Gobierno no va a avanzar el “cómo” por más ansiedad política y ciudadana que genere. Lo relevante es que el PSOE ha tomado conciencia real de que, más allá de discrepar con el PP sobre el modelo de Estado, no le está moralmente permitido ceder ante quienes pretenden sojuzgar el Estado de Derecho y pervertir la ley que obliga a todos los españoles sin excepción. Además, le distingue de Podemos, convertido en una muleta del separatismo.
Sánchez se equivoca al no citar a España como la única nación de nuestro territorio porque contribuye de un modo deliberadamente confuso a alejar al PSOE de la Constitución vigente. Es cierto que mantiene un extraño y sospechoso debate identitario en el seno del partido para no romper todo hilo de comunicación con el separatismo, por lo que pueda ocurrir en el futuro. Pero lo relevante, lo prioritario, es que entre Rajoy y Puigdemont, ha optado por Rajoy. Sánchez tenía imposible seguir de perfil, y en su cálculo de costes no tenía ninguna otra opción mínimamente coherente. Después del 1-O, el PSOE podrá plantear lo que quiera. Incluso, puede tratar de ponerse de acuerdo consigo mismo. Pero hoy no tiene alternativa.