Mayte Alcaraz
Podemos pasa del tuit a los episodios (pluri) nacionales
Única lección aprendida: hay que limitar el tiempo de los diputados en una moción de censura
Por lo menos algo en limpio quedó ayer: la necesidad urgente de cambiar la norma que no pone límites a la intervención en el Pleno del Congreso de los firmantes de una moción de censura. Lo digo por ellos: por Irene María Montero y Pablo Manuel Iglesias . Pasar de los tuits chistosillos que te preparan contra Rajoy a reescribir los episodios nacionales (plurinacionales, perdón) tomando de rehenes a 348 diputados y a los muy cafeteros (solo con muchas dosis de cafeína se puede sobrevivir a lo de ayer) tiene que torturar la vejiga. Sobre todo si, como Iglesias, te bebes en la tribuna lo poco que dejó Ignacio González en el Canal de Isabel II antes de salir hacia Soto del Real. El comentario entre algunos periodistas era unánime: al ujier que rellenaba el vaso habrá que habilitarle un plus por productividad con la condición de que no lo pague Echenique , que es muy despistado para esas cosas.
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Llevaba Montero una hora de sus dos largas de discurso cuando los bostezos de los diputados pasaban de boca en boca. Que bostezara el ministro Dastis , todavía con el jet lag que va en su nómina, estaba descontado; que el portavoz Méndez de Vigo degustara a jóvenes poetas en homenaje a Miguel Hernández o la novela de Luis Cazorla, «Cervantes y el trasfondo jurídico del Quijote», solo podía sorprender a Iglesias, muy exigente con la atención ajena cuando tiene compañeros como Ramón Espinar , que ni la coca-cola despierta en los plenos.
Monedero, sin puerta
Porque ayer la «España que bosteza» era plural: el alcalde de La Coruña, Xulio Ferreiro , combatía el sueño con unas partiditas de «Candy Crush», en merecido homenaje a Celia Villalobos ; luego estaba Rita Maestre , que luchaba contra el tedio (Irene María no es de su cuerda ni de la de su ex, Errejón ) controlando en su móvil el último incendio contra Carmena de sus concejales okupas; y finalmente Juan Carlos Monedero mirando desde el cielo (tribuna en el Congreso) a donde le mandó Iglesias hace un par de años para que encontrara la puerta. Y dice Rajoy que no la ha hallado todavía.
La pregunta era una: si Montero hizo ayer de Iglesias, atizando hasta en el paladar, y el candidato a presidente se acogió a sagrado con un discurso transversal a lo Errejón, ¿por qué no subió el anterior portavoz parlamentario a la tribuna y terminábamos antes? De ahí que hasta los del PP hicieran un hashtag-chiste: «Vuelve Errejón», que era pura retórica (bueno, para Pedro Sánchez , que lo veía desde Ferraz, podría ser un deseo). E Íñigo, sentado con Alberto Garzón en una versión podemita de «Si te dicen que caí», de Marsé, se aplicaba a ejercer de «niño empollón» contestando a la chanza de los populares: «Si esto os aburre, imaginad 21 años y un día en Soto del Real. Atended, atended a Irene». Eso es generosidad, ironizaba un diputado socialista, teniendo en cuenta que Irene se hizo con su cargo en menos que cantó el gallo del corral, es decir, Iglesias.
Pero lo del dedo impertinente no es privativo de Podemos. La diputada del PP, Ana Vázquez Blanco , se vio obligada a borrar de su perfil de Twitter dos tuits que aludían a la relación sentimental de los líderes populistas: «Hoy es un día importante para los novios de Podemos: novia, Irene Montero, con zapatos de tacón, y novio, Pablo Iglesias, con chaqueta» decía uno de ellos. El jefe de esa parlamentaria, Rafael Hernando , comprobó desde su escaño de guardaespaldas de Rajoy que nada de nuevo había bajo el sol asesino de Madrid: cuando Montero solo llevaba una hora y diez minutos de alocución ya sacó a relucir a Franco , e Iglesias le atribuyó a él la línea «de extrema derecha» del discurso del presidente del Gobierno. Para evitar el disgusto, se le vio repasando el ejemplar de ayer de ABC, con el ministro Luis de Guindos en la portada. Ministro que coincidió a las nueve de la mañana en la entrada de la Carrera de San Jerónimo con Iglesias, el aspirante a cesarle a él y a todo el Gabinete, con Rajoy a la cabeza.
Entre los primeros diputados que llegaron se encontraba la anfitriona, Ana Pastor , en cuyas manos depositó el legislador la distribución de los tiempos y, sobre todo, la hora de la comida que tuvo que ser, a trancas y barrancas, un pincho rápido, de cinco a seis de la tarde, en las inmediaciones.
El trasiego de diputados para atender a los pinganillos de las televisiones era incansable: Maroto, Levy, Ábalos (en animada charla con Soraya Rodríguez , la parlamentaria que mejor ha hecho el viaje de Rubalcaba a Díaz y ahora a Sánchez), Miguel Gutiérrez , y hasta el exiliado Monedero, que recuperaba así su impagable condición de comentarista-bombero, que tanta fortuna hizo en las tertulias cuando la crisis era un balón de oxígeno para Podemos.
En cuanto Iglesias tomó la palabra y no la soltó hasta casi tres horas después, la etiqueta del PP cambió a un «Irene vuelve» que sonaba a pitorreo. Pero Iglesias siguió a lo suyo: que si los bancos, que si los poderosos, que si las élites. Pero lo que hacía era repasar el libro sobre el Ibex 35 de Rubén Juste. Y luego habla Iglesias de Méndez de Vigo.